El odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad ante las cosas, el odio es ciego como el amor, pero el amor es creador, y el odio nos destruye. Eso decía el gran político y extraordinaria persona José Mujica.
Y la clave de los líderes que necesitamos, es la valentía que nos hace falta, la valentía como poder de los/las líderes del futuro. Es ese poder de Pepe Mujica, expresidente de Uruguay que expresa así: En mi jardín hace décadas que no cultivo el odio. La realidad es que no me gusta oír a la gente que odia cosas de la vida cotidiana. Sin duda alguna, esos son los buenos líderes. Qué falta nos hacen líderes como Mujica.
Son muchas las capacidades que definen hoy en día al nuevo líder de las organizaciones: comprometido, cercano, innovador, empático, realista, menos jerárquico, creativo, facilitador….y sin duda valiente y además no mediocre. La valentía es una cualidad que caracteriza a los grandes líderes del pasado, del presente y del futuro.
Y ante el odio (odio es un sentimiento muy tóxico), respeto es mi palabra. Respeto en mayúsculas. Respeto a las decisiones. Respeto a los pensamientos. Respeto a lo que digas o hagas. Respeto a las decisiones aunque no te gusten. Respeto. Respeto.
Sabemos que hay emociones paralizantes y dinámicas. Son paralizantes las emociones como el temor, la ira, la apatía, el estrés, la ansiedad, la hostilidad, la envidia, la gula, el egoísmo o el odio. Son emociones dinámicas, la obsesión, el reto, la pasión, el compromiso, la determinación, el disfrute, el amor, el orgullo, el deseo o la confianza. El odio a primera vista podría ser simplemente el resultado de un prejuicio. Mientras que las palabras de odio pueden destrozar el alma, las palabras cariñosas, que vienen del mundo de los afectos, pueden curar las heridas más profundas. Y es que el odio es el patito feo de las emociones. Y la realidad es que no nos gusta oír a la gente que odia cosas de la vida cotidiana. Cuando no hay odio dentro, no hay enemigos fuera. A veces nos dejamos guiar por la apariencia y asociamos un determinado aspecto con unos valores o antivalores específicos. Busquemos las dinámicas. No fomentemos las paralizantes. Es importante no ser rencoroso. Odio el odio, odio el rencor, odio la envidia.
Y hay gente que inocula odio y lo hace, entre otras cosas, para generar miedo a través de la polarización: conmigo o contra mi. La polarización se consigue mediante palabras que apuntan a nuestras emociones con enorme precisión. Se utilizan herramientas que están muy afinadas, como X, que es un sistema de exaltación del odio, un ecosistema en el cual ese fuego se enciende rápido, como esas pastillas que aceleran la combustión. Esto es lo que se llama polarización afectiva, que se basa en emociones y sentimientos, y tira de todos estos atajos cognitivos que tenemos todos. Y como dice Adela Cortina, el odio resulta innecesario para vivir y, sin embargo, hay quienes se empeñan en cultivarlo para generar guerras, polarizaciones y conflictos. Y Eduard Punset añadía: El odio no es de los demás hacia ti, el odio es de uno mismo hacia uno mismo. Es un desprecio hacia el potencial enorme que tiene el ser humano.
Ser valiente no significa no tener miedo sino actuar a pesar de ello, seguir adelante aún ante las adversidades, salir de la zona de confort, defender lo ético y lo justo, adelantarse a los cambios, enfrentarnos a nuestros temores para llegar lejos.
Siempre hemos dicho que hay palabras que curan y cuidan y otras que hieren y matan. Hay palabras que tienen sabor, textura, que son difíciles o imposibles de tragar. Hay palabras que curan y otras que hacen daño, la que proporcionan inquietud y paz y algunas que incluso matan. Las palabras, como las balas, pueden herir y matar; pueden ser una manipulación para el odio y la violencia. Las palabras que elegimos para mirar y actuar en el mundo, las historias que contamos sobre la vida, afectan a nuestra felicidad. Las palabras son, además, espacios públicos en los que convivimos y por las que todos estamos conectados. Y la realidad es que hay muchos jefes que suelen usar palabras que hieren y matan, palabras llenas de virus y bacterias que infectan la relación
Yo tengo la virtud de olvidar lo malo, lo que me ha dolido, lo que me ha hecho daño. Lo olvido como terapia propia para sentirme mejor, para no calentarme la cabeza ante vivencias que duelen. Pero sé que lo aprendido en el pasado, lo leído y releído, me sirve para actuar en el presente y para ayudarme a definir el futuro.
El olvido forma parte de la buena relación de una persona con el mundo. No tenemos más que imaginar, por un instante tan sólo, lo que podría significar que alguien fuera esclavo de su propio recuerdo, vivir sin ese recurso privilegiado de la memoria que es el olvido.
Olvidar lo traumático hasta poder neutralizar su potencia requiere de un trabajo, de un esfuerzo, que consiste en no pretender olvidarlo súbitamente, hay que ofrecerle el tiempo para comprender, a pesar de la intensidad del dolor que, probablemente, se pone en juego. Es un trabajo del pensamiento, imprescindible.
De todas formas, una cosa es olvidar abriéndole el espacio al pensamiento y otra muy distinta es negar el pasado, ir en contra de la buena relación con el olvido. Hay un abismo entre una posición y otra.
Con el tiempo he aprendido que la alegría es un arma superior al odio y las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento.
Y es que las palabras son espacios públicos en los que convivimos y por las que todos estamos conectados. Algunos políticos y medios de comunicación las utilizan para llenar nuestros pulmones vitales de enemistad. Malrespiramos y nos acostumbramos a ese lenguaje tóxico, y nos parece hasta normal el insulto, el desprecio, el odio… La política, la comunicación, el liderazgo requiere grandeza, espíritu que mira a lo lejos, que ve más allá de cuatro años, para conseguir que este mundo sea un lugar mucho más habitable y hospitalario. Construir un mundo más amigable en vez de enemistarnos.
Son palabras con un lugar en nuestra alma. Tomar conciencia de ellas, aprender a elegirlas y convertirse en el artesano de nuestra propia historia es clave para una buena vida, como diría Mujica. Afortunadamente, todos podemos transformarnos y evolucionar. Este es el inmenso poder de dos verbos guardianes del futuro: "aprender" y "practicar". Mediante la práctica cotidiana de poner en marcha lo aprendido podemos llegar a ser maestros de la vida, como Pepe Mujica ha hecho en su vida.