Jóvenes con vidas truncadas por un dolor y un sufrimiento insoportables

Detrás de los casos de jóvenes con conducta suicida se encuentran en la mayoría de los casos como desencadenantes situaciones de violencia

Profesor de la EASP. Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y Doctor en Medicina por la Universidad Autónoma de Barcelona.

Los suicidios en jóvenes menores de 30 años han crecido un 7,9% en un año, consolidándose como su primera causa de muerte absoluta.

España está registrando el mayor número de suicidios de su historia. Las cifras entre menores de 15 años se han triplicado desde 2019. Los suicidios en menores de 30 años han crecido un 7,9% en un año, consolidándose como su primera causa de muerte absoluta, por delante de los accidentes de tráfico y los tumores. El suicidio es la segunda causa de muerte de los jóvenes españoles. 

Reducir el dolor, reforzar el vínculo y ofrecer esperanza... significa ayudar a un adolescente que piensa en el suicidio.

Hay casos y casos. Hemos oído historias de todo tipo. Conductas suicidas son cada vez más frecuentes. E historias ligadas a esas conductas son muchas y variadas. Esta es una de ellas: detrás de aquella puerta del centro de salud tenía su última esperanza. Aferrado a los tres folios en los que relataba el infierno de su vida, traspasó la puerta confiando en que aquella pediatra le ayudara a salir del pozo de maltrato al que su padre le había lanzado desde su infancia. Con 13 años y una inmensa valentía, pidió ayuda, fue atendido y logró hacer que se activara el protocolo de asistencia social para poder alejarse de ese devastador sufrimiento que ya le había llevado hasta a planificar su muerte. Al salir de la consulta se reflejaba en su rostro el alivio de haber sido escuchado y protegido.

Junto con esta historia de proteccion, hay niños y niñas que sienten que ya han perdido la partida de la vida. Y cada vez son más. Demasiados siempre. En la última década, los casos atendidos en la Fundación ANAR (900 20 20 10) por ideación suicida se han multiplicado por más de 20, al igual que los intentos de suicidios.

En este contexto, preocupan especialmente los suicidios de adolescentes entre 15 y 19 años, que han pasado de 53 a 75 (comparación entre 2022 y 2021), lo que implica un crecimiento del 41,5%. La cifra de 75 suicidios en adolescentes es la más alta desde el año 2000. Y a ella hay que sumar que en el primer semestre de 2023 (últimos datos disponibles, procedentes de la estadística de defunciones del INE, publicada recientemente) han fallecido otros 30 adolescentes. Si en 2021 llamó la atención el alto número de suicidios infantiles, dado que murieron por esta causa 22 niños de entre 10 y 14 años (14 niños y 8 niñas), ahora en esa franja se ha vuelto 'a lo que desgraciadamente era habitual' (12 muertes), pero preocupa el aumento del suicidio adolescente –de 15 a 19 años–, especialmente en varones (44 chicos y 21 chicas). 22 es la cifra más alta de muertes en esa franja de edad en los últimos 30 años. El año anterior, 2020, habían muerto 14 niños (7 chicos y 7 chicas) y figuraba en esas negras estadísticas un menor de 10 años por primera vez desde 2005.

Son vidas truncadas por un dolor y un sufrimiento que son insoportables. Detrás de los casos de preadolescentes y adolescentes con conducta suicida se encuentran en la mayoría de los casos (60,9%) como desencadenantes situaciones de violencia como el acoso, maltrato físico y/o psicológico, agresiones sexuales o violencia de género. Un 13% de ellos reconocía haberse autolesionado. La ansiedad y la tristeza estaban presentes en la vida de muchos de ellos pero más de la mitad (56%) no había recibido tratamiento psicológico entre 2019 y 2022. En los últimos tres años, según ANAR, la pandemia ha potenciado riesgos como el aislamiento, abuso de las tecnologías, agresiones intrafamiliares, barreras asistenciales a la salud mental o pobreza.

"Miedo, vacío, tristeza, inseguridad, tristeza, desconexión, incertidumbre, rabia, vergüenza, desasosiego, odio, locura y sobre todas las cosas, nula confianza en mí misma. Quería dejar de ser un problema para mí y para el mundo". Eso contaba, María de Quesada, periodista, la niña amarilla y la realidad de la que nos hablaba es la de su propio mundo interior, en el que muchos adolescentes que sufren se pueden ver reflejados: "Una montaña de emociones inconexas, de subidas y bajadas a velocidades frenéticas y conducidas por una sensación que destacaba sobre las demás: la de vacío". Intentó quitarse la vida a los 15 años atrapada en un dolor que "no se permitía compartir". Rodeada de amor y con ayuda de medicación "resurgió de las cenizas" y ahora ofrece su testimonio para "abrazar" a aquellos que sufren hasta querer dejar de vivir y luchar contra el estigma y el silencio. También nos lo ha contado varias veces Carlos Soto y la última vez, junto a su mujer, Olga Ramos, que ayudan al duelo desde hace 9 años, acompañando y cuidando a quien lo necesita, tras la muerte de su hija Ariadna.

Francisco Villar ve el desgarro en la mirada de los adolescentes día a día. Coordina como psicólogo clínico el programa de atención a la conducta suicida del menor que se implantó en 2013 en el Hospital Sant Joan de Déu Barcelona. Atiende los casos más graves, los de aquellos que han dado ya el paso de intentar acabar con su vida. Lleva casi una década atendiendo a jóvenes que sufren un profundo malestar emocional y su experiencia confirma ese aumento del riesgo. Él habla de un incremento importante, de un 34%, en 2017 con la emisión de la serie estadounidense Por trece razones (que aborda el suicidio de una estudiante). Tras unos años sin un repunte alarmante, 2021 duplicó el número de atenciones en urgencias por conducta suicida, pasando de las 400 a las 1.041.

José Ramón Ubieto escribe en La Vanguardia que el suicidio nos deja un resto (carta, testimonio online) en forma de pregunta para los supervivientes: ¿por qué lo hizo?, ¿por qué no lo vimos antes?, ¿pudimos evitarlo?, ¿se puede prevenir el suicidio? La prevención parece una política razonable llena de buenas intenciones y de mejoras, sin duda, pero también tiene sus límites.

Para Francisco Villar, autor del libro Morir antes del suicidio. Prevención en la adolescencia, dice que hay muchas conversaciones que tiene con los chicos y chicas que le parece increíble que haya que tenerlas después de un intento de suicidio grave porque muchas son cotidianas.

¿Qué es lo que les suele afectar tanto a los adolescentes para llegar a tratar de quitarse la vida?: Las cosas que les desbordan, cuenta Francisco Villar, a ellos a ojos de un adulto parecen tonterías y se sienten aún menos comprendidos e invalidados. Muchas veces es la culpa por no estar siendo lo que se supone que tienen que ser porque creen o sienten que están fracasando con los padres o con lo que la vida 'debería' ser. Se sienten mal por sentirse mal. Él les dice claramente que "la adolescencia es una mierda, que lo mejor viene luego". Y ellos se sorprenden de escucharle después de que todo el mundo les diga que "disfrute ahora porque la edad adulta está llena de responsabilidades y problemas". Decirle a un chico o chica que está sufriendo, aunque sea con la mejor de las intenciones, que "se deje de tonterías" y que lo pase bien ahora que es el mejor momento de su vida es incrementar su dolor porque le hace sentir "culpable y fracasado". El anhelo por la "excelencia" en las aulas supone un peso insoportable para muchos menores. A veces, hay chicos que lloran por un 9 porque no han sacado un 10. Sienten que su valía personal está condicionada por el rendimiento. Esa sobreexigencia les lleva en ocasiones al abismo.

El uso abusivo de las tecnologías que se ha quedado instaurado con la pandemia ha complicado mucho la situación. Antes de la pandemia, se trabajaba con el sufrimiento, con situaciones de acoso en la escuela, con maltrato en la familia, con abusos... pero con las redes sociales se ha disparado. Y Francisco Villar afirma que es necesario limitar la utilización de los móviles.

Para quienes han tratado de quitarse la vida, es importante hacer un plan de seguridad, donde identifican aquello que le puede alterar, las estrategias propias para superarlo (salir a pasear, poner música), las personas que le pueden dar soportes de distracción (amigos con los que tomar algo), a quién llamar (personas de confianza o teléfonos de prevención de suicidio) y preparan un entorno seguro (retirada de fármacos de su alcance).

Y mientras tanto, aún hay padres que se aferran al mito de creer que en su casa esto no pasa. Muchas veces SI detectamos el dolor de los hijos/as pero NO pensamos que vaya a acabar en el suicidio.

El suicidio es una situación de dolor con desesperanza en un contexto de desvinculación social, dice Villar. Hay determinadas señales que nos tienen que poner en alerta y llevar a actuar de inmediato. Los chicos son muy transparentes, se les nota muy rápido que algo no va bien. Tienen un cambio en su comportamiento, hacen comentarios muy desesperanzados como 'esto es una mierda', 'me odiáis', 'me estás amargando la vida', se siente muy atrapado, empieza a perder vinculación social, a aislarse, deja de ir con sus amigos, de acudir a actividades extraescolares, se sienten solos, están más irritable, abandonan cosas que les resultaba agradable... Todos estos son elementos para preguntarle cómo se encuentra y cómo podemos ayudarle. Es cierto que son conductas que pueden ser frecuentes en la adolescencia pero hay que estar muy pendientes de observar lo que pasa.

No es sencillo asumir que un hijo o hija piensa en suicidarse, pero no abordarlo y quedarse en el silencio les aboca a un mayor riesgo. Ellos lo hablarán con toda probabilidad y expresarán su malestar al margen de los adultos quizás en lugares donde no obtendrán una ayuda adecuada como las plataformas 'online'. Escuchar y abordar ese dolor es una de las herramientas clave en la prevención del suicidio, tanto por parte de los padres como de cualquier otro adulto de su entorno de ocio o educativo.

Con todo esto que te pasa, que te veo mal, ¿has pensado alguna vez que la vida no merece la pena vivirla? Los jóvenes son muy honestos. Si es que no, dirá que no. Si es que sí ya tenemos suficiente información.

La familia está reconocida como el principal factor protector en la conducta suicida al reforzar la sensación de pertenencia.

Es necesario, en definitiva, construir a personas que se sientan capaces de afrontar el mundo y cuando se encuentren cada noche en el momento más oscuro sepan que va a amanecer.