La primera ministra británica, Liz Truss, ha sido derribada por los suyos y, de carambola, su caída ha resuelto uno de los dilemas más importantes de la política española: la tan traída y llevada bajada de impuestos a las grandes fortunas. Ha sido caer la primera ministra y desaparecer del mapa, como por ensalmo, toda referencia a la bajada de impuesto a los ricos, incluso en Andalucía, donde Juanma Moreno llevaba meses sin hablar de otra cosa. Ahora, en vez de seguir con la milonga de la bajada de impuestos, Moreno nos deleita con iniciativas de gran calado político como sus tatuajes y con cantos de sirena tan manidos como que Andalucía va camino de ser la California del sur de Europa.
Lo chocante es que a Liz Truss la han puesto de patitas en la calle los mercados, los mismos para quienes ella estaba dispuesta a todo, incluida una bajada temeraria de impuesto que iba a ahondar aún más la bancarrota que sufren las arcas públicas británicas desde la crisis de 2008 y la posterior salida de la UE. No la han echado los sindicatos, ni el partido laborista (su rival) ni los inmigrantes (sus demonios). Lo que debe dolerle sobremanera es que la han mandado a su casa los grandes inversores de la City, a los que ella pretendía hacer aún más ricos porque eso es, decía, lo que crea riqueza y desarrolla a un país. Cuanto más ricos sean los ricos, mejor viven los pobres porque invertirán más y generarán empleo para que los pobres trabajen.
¿Os suena esa lógica? La misma que usan aquí -usaban- los magos de las políticas simplistas. Los que se ofrecen para arreglarlo todo en un pispás. Unos impuestos menos aquí, unos recortes de ayudas estatales allá y ¡España viento en popa! Truss era la que calificaba a los subsidios como caridad, a los parados como vagos, a los perceptores de ayudas por discapacidad como simuladores... y prometía mandar a Ruanda a los solicitantes de asilo político. ¿Os suena? Ella prodigaba promesas rimbombantes a los patriotas, a los creadores de riqueza, a los blancos rubios de ojos azules, obviando que las fábricas, los talleres, los comercios y los servicios sanitarios y de limpieza funcionan gracias a los extranjeros negros, morenos o de tez oscura.
Las bajadas de impuestos a los ricos son como las ofertas temerarias que algunas empresas presentan a los concursos para hacerse con obras o servicios de las administraciones. Como las ofertas a precios por debajo de coste de producción para atraer compradores, a los que luego se les clava en el precio de otros productos. Productos gancho. Esa estrategia comercial agresiva entraña riesgos porque vender a pérdidas, si se hace fuera de unos límites, pone en peligro la viabilidad del negocio en su conjunto. Eso es lo que los mercados financieros han considerado con la bajada temeraria de impuestos de Liz Truss. Han considerado que esa medida, en principio beneficiosa para sus intereses, puede acabar quebrando el estado y eso tampoco lo quieren, entre otras cosas porque muchos de esos capitales se nutren también de los negocios públicos.
Por ejemplo, la derecha suele reprocharle al Gobierno que destine dinero a subsidios a parados y ayudas públicas a familias en dificultades. Lo que nunca dice la derecha es que el Gobierno, todos los gobiernos, destinan ingentes cantidades de dinero público a sostener empresas en crisis. Los subsidios a los jornaleros andaluces en paro consumen mucho menos dinero público que los ERES de la Seat, por poner un ejemplo. Infinitamente menos del que se le regaló a la banca para no sucumbir ante el tsunami de la burbuja inmobiliaria.
En definitiva, a los empresarios no les interesa que quiebre uno de sus principales proveedores de fondos en caso de crisis y uno de sus clientes más generosos a la hora de contratar obras públicas. Están atrapados en una contradicción sin solución fácil: quieren pagar menos impuestos, pero no tan pocos que eso ponga en peligro la estabilidad del estado. Todos queremos pagar la leche barata, pero ojo con provocar la ruina de los vaqueros y que no tengamos leche que tomar en el futuro.
Y como las dimisiones son tan escasas en la política, aunque sea forzada como en este caso, la marcha de Liz Truss debe ser mirada con lupa para aprender cosas. Decíamos que la han puesto de patitas en la calle las grandes fortunas, las supuestas beneficiarias de sus políticas de neoliberalismo extremo. Lo bueno de esta crisis es que nos muestra quién manda aquí y cómo se las gastan. Lo sabíamos antes, pero ahora tenemos una muestra más de cómo los poderes actúan en la sombra. Los gobiernos son, la mayoría de las veces, títeres al servicio de quienes mueven el dinero. Ellos son los que ponen y quitan gobiernos cuando les interesa. Aunque bajo la cobertura de la apariencia que nos hace creer que los elegimos los ciudadanos en las urnas. Puro espejismo.