Según muchas encuestas la vicepresidenta Yolanda Díaz es la política española mejor valorada. Hace ya bastantes meses anunció que comenzaría un proceso de escucha centrado en la sociedad civil y enfocado en el objetivo de pensar colectivamente un “proyecto de país” para la próxima década. Sin embargo esta iniciativa se ha ido retrasando por distintos motivos. La última vez por la invasión rusa en Ucrania y sus consecuencias sobre la economía y la sociedad españolas.
Se comenta reiteradamente en los medios de comunicación que existe un distanciamiento entre Yolanda Díaz y la dirección de Podemos. Con independencia del ruido y los intereses que en cada caso puedan estar detrás de quienes se afanan en amplificar estas discrepancias, parece que realmente existen esas diferencias en la cúpula de Unidas Podemos (UP). Aunque no tanto entre las bases.
En cualquier caso constituiría un contrasentido incomprensible que se mantuvieran en el tiempo esas desavenencias dado que la dirección de Podemos afirma y reitera públicamente su apoyo cerrado al proyecto aún non nato de Yolanda Díaz. Igual que hace el propio Pablo Iglesias, mentor de su entrada al gobierno, de su elevación posterior al máximo rango de coordinación de los ministros de UP y de su señalamiento como futura “lideresa” del autodenominado espacio del cambio.
Con los adelantos electorales provocados en Madrid y Castilla y León se puso en marcha un nuevo ciclo electoral que continuará con las ya convocadas elecciones andaluzas, las autonómicas y locales del año próximo y finalmente las elecciones generales. Un largo proceso en el que la sociedad española se juega mucho, dada la situación en la que nos encontramos y las enormes incertidumbres que se ciernen sobre el futuro. Si Podemos fue capaz en su día de recoger el descontento existente en amplios sectores sociales, especialmente entre las generaciones más jóvenes, ahora es la extrema derecha la que intenta capitalizar la frustración acumulada tras las sucesivas crisis, económica de 2008, la pandemia y la guerra en Ucrania. Aunque en una dirección diametralmente opuesta.
La combinación de una crisis económica alargada en el tiempo, con los efectos de incremento de las desigualdades, la pérdida de expectativas que sufren las nuevas generaciones, el daño a las clases medias…, con la pérdida de confianza hacia las instituciones, cuyos representantes parecen cada vez más distanciados de la gente, constituye un serio riesgo para la calidad de nuestra democracia. La corrupción que no cesa, el deficiente funcionamiento de tantas instituciones, la sensación de que quienes mandan realmente no se sientan en los parlamentos o la permanente crispación en torno a discursos alejados de los problemas reales de la gente, son muestras de esta disociación.
Hay signos claros de agotamiento del modelo económico basado en el crecimiento permanente, aunque éste sea en parte ficticio, y de que el capitalismo actual no necesita de la democracia. La evidencia de la escasez de recursos naturales y la competencia abierta por obtenerlos no aventura nada positivo sino nuevos y más graves conflictos. Probablemente existe en este momento más temor al futuro que esperanzas.
Con este panorama resulta inexplicable que quienes dicen pretender la construcción de una alternativa para una sociedad más justa y libre anden dándole vueltas a qué hacer y cómo hacerlo. La gente no puede esperar y tampoco lo va a hacer.
Es comprensible el discurso y la intención de Yolanda Díaz de salir de la esquinita a la izquierda del PSOE. Desde ahí no se construyen mayorías. La hipótesis Podemos sigue vigente, pergeñar un movimiento político, plural y abierto, capaz de aunar ambición de cambio con solvencia de gobierno y democracia profunda. Hoy por hoy la persona que mejor representa esa idea es Yolanda Díaz. Un proyecto de ese tipo no se puede construir en base a los viejos aparatos de partido, empequeñecidos en su propia estructura y encerrados en sus propios pequeños objetivos. Podemos lo entendió perfectamente en sus orígenes y de ahí su amplio éxito inicial.
No obstante, se equivocaría Yolanda Díaz si basara el nuevo proyecto únicamente en su hiperliderazgo y renunciara a construir una alternativa con amplia base social, plural, unitaria y transversal, donde pudieran sentirse cómodos un amplio espectro de partidos, movimientos sociales y personas individuales. Un proyecto fundamentado en torno a ideas de cambio en favor de la mayoría social y capaz, por fin, de gestionar la pluralidad por encima de la sempiterna tentación de rupturas y fraccionalismo en torno al “narcisismo de las pequeñas diferencias” que tanto daño ha hecho y hace a los movimientos progresistas.
El nuevo proyecto debería aprender de los errores del pasado. Necesitaría configurar una amplia base con sólidas raíces en la sociedad civil y consolidado no sólo en torno a un hiperliderazgo sino también en un renovado modelo de organización capaz de aglutinar las actuales militancias líquidas y de alcanzar una importante representación municipal y autonómica. Para llevarlo a cabo requiere de los partidos, aunque éstos no sean suficiente. Sin la permeabilización social y la consolidación local cualquier alternativa tendría los pies de barro y sería frágil frente a los más que probables envites de los poderes fácticos, económicos, políticos, mediáticos, judiciales... o de las cloacas del Estado. Todo eso ya se conoce. Sería absurdo reiterar errores.
Por otra parte, Podemos (y también IU y otras fuerzas políticas menores) deberían ser conscientes de que no tiene sentido apoyar públicamente a la figura y el proyecto de Yolanda Díaz a la vez que en los cenáculos se empuja para ver qué cuota se puede ocupar en un proyecto en ciernes que podría correr el riesgo de descarrilar antes de ponerse realmente en marcha.
El espacio del cambio necesita superar la maldición de las rupturas, las divisiones y el ombliguismo para hacer gala de inteligencia política y generosidad. Si es que verdaderamente se pretende conformar un proyecto alternativo de cambio real que movilice a las amplias capas sociales que sufren los peores efectos de esta cadena de crisis.
El proyecto ya llega tarde en Andalucía. Una comunidad imprescindible para la gobernanza en España. Pero siempre es mejor mirar hacia adelante que llorar por la leche derramada. Aunque para eso hay que aprender de los errores y afrontar el futuro corrigiendo todo aquello que ya ha demostrado no servir.
Desde luego lo último debería ser dejarse atrapar por el pesimismo y la resignación. Están en juego la economía para la gente y la democracia real. Nada más y nada menos.