El pasado 9 de junio se celebraron elecciones al Parlamento Europeo, ese día millones de habitantes del erróneamente llamado Viejo Continente eligieron a 720 (setecientos veinte) políticos que durante los próximos cinco años –gozando de sueldos generosos, prebendas y canonjías variadas– diseñarán el 70 % (setenta por ciento) de las leyes y normas que gobernarán y regirán la vida de los crédulos ciudadanos que acudieron a depositar su papeleta de voto.
Una vez finalizada la “fiesta democrática”, como sarcásticamente llaman los políticos a la jornada electoral, nuestros presuntos representantes se reúnen en conciliábulos de intereses y eligen entre ellos a los dirigentes mandamases que decidirán si el continente se mete en un lío o no se mete, si apoyamos al atacante o al atacado, si dilapidan el dinero que generosamente reciben de nuestros impuestos en armas o lo gastan construyendo hospitales y colegios, y si dejan nuestro presente y nuestro futuro en manos de dirigentes locales más o menos nacionalistas, con mayor o menor grado de honradez, con más o menos fe en el sistema democrático o con mayor o menor enraizamiento en los lucros espurios.
En realidad, tampoco hay mucho donde escoger, si alguno alcanza la nota de un cinco en un supuesto examen de cualidades y valores, podemos darnos con un canto en los dientes: matrícula de honor.
El pueblo andaluz también ha elegido a sus representantes (bueno, el 45,29 % del pueblo, que tampoco hay que exagerar y, además, el dominguito era un día apropiado para campo, fiestas, playas y demás homenajes que bien nos merecemos después de una semana de duro trabajo y no es cosa de perder media mañana para ir al colegio electoral) por lo tanto, con toda seguridad quienes han decidido participar lo han hecho con un voto largamente pensado, analizado y meditado.
El 37,85 % de los votantes andaluces opinó que quien mejor podía representar sus intereses era una candidatura encabezada por Dolors Monserrat; el 32,16 % pensó que los Eres, Tito Berni, el caso Koldo, la presunta corrupción de la imputada parienta, la amnistía, la sospechosa compra de votos para fomentar una egoísta pseudoconciliación, más un gobierno autocrático, tampoco eran algo tan importante como para hacerles cambiar de papeleta; el 10,91 % decidió que quién mejor les representaba en Andalucía era un partido político que se dedica a difundir bulos sobre Blas Infante y su supuesto cambio de religión (cuando, en realidad, nuestro desdichado precursor estaba tan impregnado de espiritualidad como alejado de las religiones) pretendiendo acabar con la autonomía andaluza y el 6,21 % decidió votar a una cosa llamada “Se Acabó la Fiesta”, presentada a las elecciones sin programa electoral. Lo poco que queda, residual y sin relevancia alguna.
¡Ah! Y no quisiera finalizar este análisis electoral sin citar a una nueva coalición andaluza, plagada de candidatos bastante desconocidos en lugares destacados y con algunos demasiado conocidos entremedio, denominada “Ahora Andalucía – Andalucistas”, que obtuvo el 0,67 % de los votos.
Bueno, pues ya están elegidos los delegados europeos. Por lo tanto, estos políticos decidirán si el duro trabajo en los invernaderos almerienses, en las viñas jerezanas, en las fresas onubenses, en los olivares jaeneros o en cualquier otro lugar de Andalucía donde se produce, se cultiva o se elabora para que los europeos norteños tengan bienes y servicios en momentos en que su climatología no lo permite, se valore en su justa medida o, por intereses políticos o vaya usted a saber por qué otros intereses, los productos se traen de países donde el control sanitario, la calidad del material, las compensaciones sociales y el trato a los productores dejan mucho que desear.
Ahora mismo están discutiendo en Bruselas si continúa la misma con los mismos o cambian algo para que nada cambie. Hemos tenido la gran oportunidad de unir Europa con la cultura, de hacer la Europa de los pueblos y nos hemos quedado con la Europa de los mercaderes. Al comienzo denominaron “mercado” a este zoco, la verdad, me parece una denominación más acertada que la falacia actual de “Unión Europea”, donde unos son más europeos que otros.
De todas formas, poco más hay donde elegir. No reniego de participar en las elecciones –las que sean, donde sean y como sean– para ver si insistiendo, insistiendo y a base de palos (los que recibimos durante los años que dura cada legislatura), algún día acertamos y, buscando el bien común, encontramos dirigentes políticos que hagan su trabajo con seriedad, justicia y honradez.
Porque una cosa sí es verdad, la democracia podrá estar plagada de defectos, pero, como aseguraba sir Winston Churchill, a pesar de sus imperfecciones no existe otro sistema mejor para elegir gobernantes.
A lo peor somos nosotros quienes la maleamos, porque si siempre votamos pensando en nuestro interesado egoísmo, los votados harán lo mismo e invariablemente continuaremos igual. Me atrevo a adelantar una premonición: verán ustedes como esta legislatura europea cambia poco, muy poco, con la que hemos dejado atrás.
Qué pena, nunca aprenderemos.
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