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Acabo de terminar la última novela de Arturo Pérez- Reverte, Falcó, y si bien mi intención en este artículo no es hacer de crítico literario, sería ser osado e imprudente, por no estar a la altura de lo que el académico requiere, sí que me han dado ganas de matizar las impresiones que me he llevado, y como el papel es dócil allá voy.

Bajo la maravillosa excusa que todo novelista utiliza para decir que la ficción guía sus lineas, creo que ha dado una injusto trato a los personajes que confeccionaron la Guerra Civil española, que nos sumió en una dictadura fascista de cuarenta años. Podría haberle sacado mucho más partido y hacer un relato algo menos tibio. Lo primero que me impresionó es la procedencia del protagonista, Lorenzo, el sujeto es de Jerez. Un tipo sin escrúpulos que trabaja para el bando golpista haciendo asuntos de todo tipo. Con motivos escabrosos y acorde a los tiempos que corrían, iban desde el asesinato al espionaje. No me gustó que nuestro protagonista fuera jerezano, por un estúpido sentimiento lo pensé. Arturo tiene mucho mundo encima y es un gran conocedor de lo que el ser humano puede llegar a hacer para sobrevivir, no creo que eligiera nuestro pueblo al azar. Intuyo que en su cabeza tiene el estereotipo de lo que fuimos y en parte sigue circulando por nuestras calles y bares, aquí en la ciudad de las bodegas, los terratenientes y los desempleados con una estética maravillosa.

Siempre lo he dicho, que él es necesario, es una especie de faro de la fatalidad, muy ilustrado, para que no nos perdamos en ser demasiados cándidos cuando, no se cuantas veces van ya, le damos de nuevo un empuje a las buenas intenciones, tras un periodo de crisis y aburguesamiento. Arturo estuvo en Sarajevo, apuntado por francotiradores y por eso tiene la mirada de los mil metros, como se decía en aquella película de Kubrick, La chaqueta metálica. Si no existiera habría que inventarlo. Es un tipo que con su pluma equilibra la balanza y a pelo.

Se sabe que alguien puede defender una postura en una novela, al margen de lo que sienta realmente. Es más, con un mínimo de inteligencia todos podríamos hacerlo. Hablar en boca de un nazi en una narración sobre la Segunda Guerra Mundial sin, de lejos, serlo en absoluto, es una de las grandezas de la literatura. Pero aun así, en ese espectro legítimo, Arturo en la novela se sitúa descaradamente en el terreno del “todos fueron malos, en todos los bandos hubo asesinos, vengadores de pacotilla y gente ajena a ideologías que lo único que hicieron en la guerra fue derramar sus instintos más viles”. Y no digo que no fuera así, pero ¿por qué perder una oportunidad de oro con una novela de tirada a nivel mundial para quedarse en un terreno tan ambiguo? A estas alturas te lo puedes permitir todo Arturo. Cojear del pie que te dé la gana.

El autor se encarga de machacar en la novela lo malo que fueron todos. Y percibo que no quiso mojarse, aunque sus descripciones sean muy precisas y el libro sea de los que se devoran en dos tardes. Cuando lo terminé, mi sensación fue que todavía nadie podía permitirse el lujo, de ninguna de las maneras, en España, de leer novelas con un contexto así, sin que las tripas se les remuevan. Sé que él huye de las etiquetas y en más de una ocasión lo ha expuesto. Y en algunos de sus artículos, “Patentes de corso”, cuando hace sus relatos históricos sobre la Guerra Civil, pone de lo peor a los que se encargaron de purgar cualquier resquicio que oliese a intelectualidad en este país. Por eso Falcó me sorprendió en su abusiva neutralidad. Porque no me digan que no ha habido novelas históricas que no han diseñado nuestros pensamientos. Creo que Guerra y Paz ha tenido una relevancia científica.

Ha perdido una oportunidad. Salvo que bajo la ficción haya querido describir lo que realmente siente y de verdad se siente en un punto intermedio entre los dos bandos, no me ha dejado un buen sabor de boca. Su intención en la novela no era la de ser un cronista, ni hablar de la Guerra Civil, intuyo, pero aun así... Un país con una demanda sobre memoria histórica tan profunda y con una Transición que no sacó de las instituciones a los que habitaban en la dictadura con comodidad, todavía merece que en cada pagina sobre este tema se empleen maneras más reivindicativas.

Espero que el segundo salga cuanto antes, quizás me lleve una alegría con el jerezano Falcó.

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