Febrero

No será que no estábamos advertidos pero no es tan fácil que el shock de la teoría del shock no nos alcance; nos afectan demasiadas cosas importantes, vitales, en estos momentos

Febrero. En la imagen, el no a la guerra de dos mujeres.

Nos pasan muchas cosas al mismo tiempo y por eso nos dejan de pasar. ¿Cómo vamos a digerir, al mismo tiempo, que la pandemia no termina, que la luz se ha subido a las nubes y que en Europa vuelve a haber guerra y esta vez no es una guerra pequeña, si es que hubiera guerras pequeñas? ¿Cómo es posible que en febrero haya que estar pensando, además, al menos en Cádiz, que haya que esperar a junio para celebrar el Carnaval? A los que crean que del Carnaval se pueda prescindir tomen ejemplo del de Colonia, que ha cambiado su cabalgata por una manifestación en contra de la guerra contra Ucrania. Alguien tiene que ser El enemigo del pueblo, para que las cosas vayan bien, y el Carnaval suele serlo, cuando se atreve de verdad.

Parecía que Ucrania se convertiría en la Polonia previa a la II Guerra Mundial, contentemos al depredador, dijeron algunos, para impedir la guerra total, y la guerra total llegó. Esto es lo que tampoco el PP comprendió cuando se pedía un cordón sanitario que Alemania si estableció contra la extrema derecha. Pues Alemania ha tenido que cambiar de opinión, de venderle a Ucrania solo cascos de guerra a entregarle armamento pesado, incluidos misiles para defenderse. La lógica de la guerra es guerra y más guerra, por eso la guerra es el infierno. En esa lógica, Alemania ha terminado de comprender, y Europa, aunque despacio, que Ucrania no puede ser la que en los 30 fue Polonia.

Putin deja caer que tiene armas nucleares, entonces, como si las armas nucleares fueron las armas disuasorias que el Pacto de Varsovia y la OTAN nos anunciaron con verdad inapelable. Siempre se supo que las armas nucleares eran armas, que destruían y que podían llevarnos a una catástrofe que ya no podremos imaginar ni relatar, y que terminaría como en la película No mires arriba: a un pajarraco zampándose a Putin y a todos los demás que habían huido después de destruirlo todo. Salir ahora con que la justicia poética existe es una gran burla, porque no habría ni justicia ni poesía en un planeta radioactivo, y si no miremos a Chernóbil, ya ocupado por los rusos.

No será que no estábamos advertidos pero no es tan fácil que el shock de la teoría del shock no nos alcance; nos afectan demasiadas cosas importantes, vitales, en estos momentos. He escuchado que de qué sirve manifestarse contra la guerra si ya hay guerra y no va a parar. Sin embargo las protestas en Rusia contra esa misma guerra ponen nerviosas a sus autoridades. Pero no las protestas en las redes sociales, sino las que se realizan en las calles; ¿por qué, si no, es tan importante que el Carnaval se celebre en las calles y no en el ordenador o en la tele?

Estamos en shock, está claro, pero si no despertamos del susto vamos a dormir el sueño eterno antes de lo que pensamos, o peor: vamos a vivir en una pesadilla sin derecho a poder dormir más ni soñar. Si las protestas importan es porque arman a los ciudadanos moralmente, porque destruyen la reputación de los déspotas y tiranos, aunque si lo pensamos bien: ¿por qué no protestamos cuando Obama iba regando de guerras el mundo por el que no pisaba? Hemos elegido la comodidad hace mucho tiempo, romantizamos todo realidad que no contribuya a ver las cosas feas que también hay, negándolas, y esta guerra de Ucrania es la consecuencia directa. Aunque, en verdad, lo es solo porque nos ha llegado cerca de la barriada. Las guerras lejanas no son guerras, y provocan muchas para fatigarnos y que tengamos claro que nada podemos contra tanto. ¿Qué hacer? Hay que pensarlo en dos pasos. Qué hacer hoy mismo o mañana, y cómo organizar la vida para el futuro. Y volvemos a chocar con eso que algunos llaman el orden natural de las cosas, que ni es natural ni es orden.

Hemos ido dejando que otros hagan por nosotros lo que debíamos hacer nosotros mismos, el cuento se lo inventó ya Weber con lo del profesional de la política, no por describirlo sino por aplicarlo. En medio de un mundo complejo necesitamos un pensamiento sencillo, no simple, y nos hemos topado con simples y nosotros mismos abrazamos, como sociedad, la simpleza. Dos mujeres en Cádiz, las de la foto, que salen a pasear y en su paseo, inadvertidas por la gente que llena las calles, ellas dicen lo que su corazón les pide y miren si se lee lo que ellas escriben. No confundamos lo sencillo con lo simple.

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