El Festival de Cine de Sevilla sobrevive a un intento de suicidio gracias a la familia

Programación, espectadores y organización viven sin alteraciones una edición reducida con nuevas carencias: programa paralelo, visitas llamativas y escenarios históricos

Nacido en Cádiz, en 1968. Inicia su trayectoria en 1990. Columnista, editorialista, redactor, corresponsal o jefe de área en 'Guía Repsol', 'El Periódico de la Bahía de Cádiz', 'Cádiz Información', 'Marca', 'El Mundo' y 'La Voz de Cádiz'. Ha colaborado en magacines o tertulias de Canal Sur radio y tv, SER, Onda Cero y COPE. Premio Paco Navarro Asociación de la Prensa de Cádiz en 1997 y 2012 (a título colectivo). Premio Andalucía 2008 a la mejor labor en internet (colectivo). Ganador del I Premio de Relatos Café de Levante. Autor de la obra de autoficción 'Ya vendrán tiempos peores' (2016). Puso en marcha el proyecto de periodismo gastronómico 'Gurmé Cádiz' y mantuvo durante diez años blogs como 'El Obélix de San Félix' y 'L'Obeli'. Forma parte del equipo que realiza el podcast de divagación cinematográfica 'A mitad de sala'.

La recuperación del Cine Cervantes ha sido uno de los alicientes de la vigésima edición.

Pocos días antes de que comenzara el XX Festival de Cine de Sevilla, el que acaba este miércoles, David Trueba ofreció una charla en la Universidad Pablo de Olavide (sus partidarios celebrarán buscarla y verla). Entre un centenar de reflexiones que dejó el escritor y cineasta hubo algunas sobre esa pasión, afición, común a millones de personas. "Jean Renoir, el director legendario, dijo que cine era toda imagen en movimiento sobre una pantalla", recordó el autor madrileño para tratar de acotar el debate infinito.

¿Qué es cine? preguntas mientras clavas tu pupila blanco y negro en la mía con toda la cara de Buster Keaton que tienes. Pues cine es todo y es nada. Es lo que decida cada cual y, por tratar de alcanzar algo parecido a un acuerdo imposible, lo que van a ver unos muchos cientos de personas en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo.

Los aficionados, por darse importancia, siempre están con lo que es y no es. Lo que fue. Lo que nunca será y lo que ya no es lo que era. Todos vienen a decir: es lo que me gusta y no lo que le gusta a los demás. Hay una normas técnicas, históricas, muy bien, tan expuestas a ser negadas, rotas, cambiadas y discutidas como las de cualquier ámbito.

El Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF por sus siglas en inglés) se convirtió durante el verano en escenario de un debate público sobre su aplazamiento o cancelación. Aparecieron reproches viejos, obstáculos vigentes, críticas argumentadas e inquinas ideológicas de esas que ahora toca soportar cada cinco minutos. La celebración de la entrega de los Latin Grammy en Sevilla, en las mismas fechas habituales, era la excusa para trasladar a 2024 y dejar en blanco 2023.

La actriz Mari Paz Sayago recibe el premio a la trayectoria concedido por Canal Sur dentro del XX SEFF.  MAURI BUHIGAS

De camino, el debate abierto servía al actual alcalde, José Luis Sanz, para confirmar su rechazo a la evolución reciente de la cita sevillana. Un gran grupo de profesionales y amantes del cine se rebeló. Se movilizó y consiguió que el XX SEFF conservara la ubicación en noviembre, a cambio de reducir sus días de desarrollo.

La densidad del calendario festivo y los cambios en la dirección, con alguna pérdida trágica, habían complicado la organización pero todas las partes regresaron a un lugar parecido a la normalidad. Y en ese sitio parece transcurrir la edición de la polémica, la que termina este miércoles. Se abrieron los montes y parieron un puñado de enormes largomentrajes, ficción y documentales, que algunos nos alegramos mucho de ver. Ni un gramo más, ni uno a reclamar.

Los aficionados, los asistentes, se cruzaban preguntas y miradas el primer día, este viernes. Qué habrá cambiado. A ver cómo va este año, con tanto barullo. La sensación de espectador (la de industria y profesionales la tendrán que valorar otros) es que ha sido un festival más entre los 19 precedentes, con todo lo feliz y triste que eso pueda significar.

La programación fue salvada con honor, quizás de forma milagrosa, por un equipo que ha conseguido llevar a los cines de Sevilla los mismos seis u ocho hallazgos deslumbrantes que todos los años, con las excentricidades y somníferas bobadas de siempre, en similar proporción. Como en casi todos los festivales, como en casi todos los otoños precedentes en Sevilla.

La simpleza del interés, la curiosidad, de unos miles de aficionados ha llenado las salas en la proporción habitual. La venta de entradas y abonos funcionó de forma similar, a falta de datos exactos y definitivos. La familia, tan mal avenida como cualquiera, de los aficionados al cine en sus millones de versiones particulares ha logrado que el intento de suicidio, o de autolesión, quede en nada. Quizás en un aviso del que aprender y con el que crecer.

Los motivos de celebración han resultado similares y tienen nombre. Son películas que mucha gente festeja, en silencio, haber visto. A ese esquelético y firme argumento cabe aferrarse. El interés individual, anónimo y personal por el cine ha prevalecido. Lo mejor de la edición, como todas, es que se han podido ver algunas películas espléndidas que aún no han llegado, o no llegarán, a salas comerciales y plataformas ubicuas. Así de rico, así de pobre, es el balance.

Berger, con una película de animación, una exposición y una charla ha sido de las presencias más notables.  MAURI BUHIGAS

Anatomía de una caída, el soberbio drama judicial de Justine Triet; Io capitano, la crónica desgarradora del tráfico de personas desde África que firma Matteo Garrone; la canónica Bastarden, con Mads Mikkelsen al frente de un magno western épico en la inhóspita Jutlandia; la locura distópica de The beast de Bertrand Bonello; el aroma, el sabor, de la gastronómica A fuego lento; el asombroso testimonio de un fenómeno musical en Andalucía gracias a David Pareja con Break nation; el arrojo de Patricia Ortega y Kiti Mánver para mostrar el deseo femenino en la vejez con Mamacruz; el oportuno y brillante punto de vista juvenil de How to have sex; un Josh O'Connor peculiar y carismático en la felliniana e irregular La quimera; el dolor del alcohol y la soledad convertido en sonrisa gracias a la inolvidable Fallen leaves de Kaurismaki... Y así siete más, o tres menos, según cada cual. Todo es cine. Si lo dijo el creador de La gran ilusión y El río, a ver quién se lo porfía.

Han sido 90 títulos los proyectados con las mismas partes de insoportable sopor, feliz descubrimiento, asombrado placer e indiferencia helada que en cualquier otra edición, en cualquier otro festival. Es un mérito de los organizadores que hayan sido capaces de ofrecer un servicio similar en formato compromido, en situación adversa, contra el viento, en mitad del ruido, con relevos dolorosos y porvenir incierto.

El XX Festival de Sevilla ha sido, para un espectador medio, incluso para uno mediocre como el firmante, tan atractivo y disfrutable como los anteriores que conoció. Esa sensación de supervivencia es compatible con la crítica, con ciertos lamentos.

Los posibles defectos de esta convocatoria sevillana que termina son grandes pero idénticos a los de ediciones anteriores. Una bendición detectarlos y repasarlos otra vez como gesto de afecto, como paso imprescindible para cualquier mejora, justo ahora que estuvimos a punto de perderla.

La falta de recintos históricos, ceremoniales, vuelve a pesar. Asombroso en una ciudad con un patrimonio tan deslumbrante, tan dada al boato. El cierre del Lope de Vega no ayuda pero cuando estaba operativo tampoco pareció participar tanto como cabía esperar, o desear.

Faltan otros espacios en los que estar sea un placer añadido a ver y oír. Una salas comerciales (muy apañadas y cómodas, por cierto) siguen como sede del 80% de la programación. Y van años. Será por lugares en Sevilla, que es el lugar por excelencia. Es deseable encontrarlos y dotarlos. La apertura en la Fábrica de Artillería fue una muestra menor, orientativa. Hubo muchas en años anteriores pero dispersas, efímeras, como si ninguna cuajara de forma permanente, ritual.

La recuperación del Cine Cervantes, además de una noticia muy alegre per se, ha sido una de las novedades de la edición y muestra que los escenarios con trayectoria, con historia propia, enriquecen la sensación de excepcionalidad -quizás moderada- que debe tener todo festival. Debe salirse de lo habitual cada semana, tanto lo que se ve como dónde y cómo.

La falta de visitas estelares, de firmas consagradas o caras conocidas, siempre se considera un lastre aunque este año los festivales de la más alta gama, de Cannes a Donosti, tuvieron que apañarse sin ellas por la huelga de actores y guionistas en Estados Unidos. Y tampoco hay constancia de ríos de lágrimas, venas abiertas ni rechinar de dientes. Hemos sobrevivido sin bótox y rimmel. Por más que los aficionados y apasionados tengan querencia a la mitomanía, cuando las alfombras rojas y los posados faltan, el potente atractivo de ver películas permanece.

Colaboradores y periodistas, minutos antes de una rueda de prensa de presentación en el festival.  MAURI BUHIGAS

Otra cosa es que esas ausencias lastren la difusión, la divulgación, la publicidad. Es uno de los objetivos esenciales de la industria y la artesanía del cine cuando acude a los festivales. Necesita escaparate, cámaras de fotos, entrevistas para tratar de abrirse espacio ante unos ojos que tienen cada vez más distracciones, más sitiios a los que mirar. En ediciones venideras, ajenas a la polémica previa, podrá comprobarse si ese apartado es recuperable, si pesa tanto.

El calendario de actos paralelos también aparece como apartado a mejorar. Quizás, el que más. Dentro de las salas, el XX Festival de Sevilla ha parecido, afortunadamente, uno más. Fuera del cine parecía no existir. También ha pasado antes pero en este 2023 se ha mostrado con más impudicia.

En el llenazo de las calles comerciales del fin de semana (black friday, por hablar de coincidencias de eventos) resultaba casi imposible encontrar la exposición sobre Robot dreams, esa ternura muda y animada de Pablo Berger. Tras rodear el Ayuntamiento, había que preguntar a un policía local. "Sí, es aquí, pasen", era la respuesta.

Ni un cartel, ni una indicación y, claro, ni un asistente dentro de la muestra. Es mínima en todos los conceptos pero la dificultad para encontrarla transmite una especie de dejadez, de ocultación, por cualquier evento ligado al certamen. Precisamente las palabras de Pablo Berger y Carlota Pereda han sido de los pocos atractivos de este programa paralelo que parecía capado con un botón de mute.

Las colas para entrar a las películas del festival, condenado a compartir salas con el cine de diario, eran ilustrativas. Allí estaban juntos los que iban a ver qué tal y los que iban a ver Napoleón, Saben aquell y El amor de Andrea. Podría ser motivo de cabreo para los más puristas. O de sonrisa aliviada para los más tolerantes. Todo es cine. El de los festivales, también.

Los aficionados de Sevilla y su entorno, de buena parte de Andalucía Occidental, celebran conservar este festival como alternativa y complemento a la cartelera convencional. Ojalá no la pierdan. Solo es cine. Otro. Puede que el mismo. Se alimenta por la misma vía, las butacas. Déjenlo estar. No molesta a nadie. No le quita nada a nadie. Sólo suma. Seguro que hay fechas y fórmulas para hacerlo cada otoño cada vez mejor.

Dentro de nada es el 25 aniversario, siempre simbólico. Si pueden conseguir que vuelva a venir Susan Sarandon, como allá por 2002, yo la vi, se agradece. Por aportar ideas. Que si no, con traer otra vez, como cada vez, una docena de películas interesantes entre el centenar programado, también nos apañamos. Somos público, tenemos las tragaderas anchas.