En España todo el mundo tiene en mente, más o menos, que el 15 de mayo de 2011, un gran grupo de jóvenes se cansó de estar tirados en el sofá de su casa, y se fueron a hacer lo mismo a las plazas de las ciudades. Es de reconocer el enorme éxito mediático que tuvieron. Tan grande, que todos se acuerdan de ellos, y muy pocos se acuerdan de que tres meses después, un presidente del Gobierno cambió la Constitución para que un banco cobrara antes que un trabajador. Ocho años más tarde, los partidos que se consideran de izquierdas, lo siguen viendo como uno de sus mayores avances en democracia.
Para llegar hasta el 15 de mayo de 2011 hay que retroceder varias décadas en el tiempo. En la vertiente política, el muro de Berlín cae, y con él toda esperanza de proyecto socialista. El paso del tiempo lleva al poder a José María Aznar, quien hace que en España no quede resquicio de algo que no sea liberal, tanto fue así, que se celebró la victoria de un Gobierno del PSOE. Esto que se comenta hoy parece normal, pero hace 15 años la izquierda se movilizaba por los derechos sociales, no por Operación Triunfo.
En la vertiente económico-social, el mundo se hace liberal, la clase obrera desaparece y en su lugar aparece una clase que aún siendo trabajadora, se cree clase media, y una clase alta, que aún a sabiendas de que es alta, quiere aparentar ser media. Esto desemboca en que los ricos puedan seguir jugando a ser ricos sin problema, sin ser vistos como los monstruos de la chistera, sino como referentes. En esa lucha, la clase media aspiracional, es decir, el jornalero con un coche de alta gama, también juega a ser rico. Pero claro, son trampas, y la crisis hace que vuelva a la casilla de salida.
Todo esto lleva a que una juventud, que en su mayoría no venía de barrios pobres, y que estudiaba en la universidad, se plantee alguna solución. Podría no haber salido mal, pero salió mal. La manifestación comenzó el día 15 de mayo de 2011 con acampadas en las plazas de las principales ciudades españolas. Se empezaron a desarrollar asambleas en las que parecía que se debatía como solucionar el problema del país. Sin embargo, el fin de la acampada, era la misma acampada. Recordemos que era el movimiento de los indignados, no de los que quieren una sanidad y educación pública, no. El objetivo era simplemente mostrar indignación.
Claro, si tú tienes un objetivo aglutinador como puede ser la igualdad social, nadie va a anteponer nada a eso. Pero cuando el objetivo es algo tan superficial como mostrar tu indignación, el individualismo se hace cómplice de cada sector de esa protesta, tanto, que hoy la podemos encontrar atomizada al máximo.
El problema primigenio fue que durante un tiempo hicieron cosas de izquierdas, llegando incluso a ilusionar a los trabajadores. El sucesivo problema es que los trabajadores españoles aún siguen presos de aquellas ilusiones, ya que los partidos resultantes de ese 15-M han desarrollado su indignación individualista a terrenos que no tienen nada que ver con los sectores de los trabajadores.
De aquella acampada nació Podemos, el partido que lucha con una sonrisa. Y cuando eres de izquierdas tienes que intentar luchar con algo más. Han tenido a la prensa en contra, a cualquier espacio mediático en contra e incluso han tenido que recurrir a las cloacas del Estado para hundirlos. Lo lograron, pero toda la manipulación contra ellos salió a la luz, era el momento para que un mesías hiciera que la gente se levantara contra las sucias prácticas que se habían practicado desde el Gobierno. Y él, volvió, pero su legión de indignados decidió que no era momento de llenar las calles, y se quedaron en Twitter.
Meses después llegan unas elecciones anticipadas, el resultado no es el esperado, pero el paso del tiempo les da una oportunidad de oro. Por primera vez, una fuerza no financiada por las grandes empresas del país puede entrar en el Gobierno. Sin embargo, Podemos, aun a sabiendas de la importancia del momento, decide no entrar a gobernar.
Hasta el 23 de septiembre se puede llegar a un acuerdo, las formas mostradas por Podemos demuestran que saben que es su oportunidad. Aquellos jóvenes indignados de las plazas piden tener el Ministerio de Trabajo. Por primera vez tienen la oportunidad de demostrar que son algo más que unos inexpertos individualistas que dejan de lado a los trabajadores. Sin embargo, también pueden demostrar que son la continuación posmodernista de la política tradicional, y en un acto de superioridad moral, decirle a la gente que no ha sabido votar lo suficientemente bien.