A las pocas horas, mejor sería decir minutos, de que finalizara el estado de alarma a las 00.00 horas del pasado 9, una parte de la sociedad nos demostró sin ningún lugar a dudas que era una pésima decisión desde el punto de vista sanitario. Ver las imágenes de esa noche del sábado en las calles de Madrid, Barcelona, Salamanca, o Sevilla, indicaban que el futuro que nos venía aún sería muy negro.
Hacer una visión panorámica de los 14 meses de pandemia nos debería llevar a la conclusión del evidente fracaso de una parte importante de la sociedad, no una minoría ni tampoco exclusivamente la juventud, que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, para la que conceptos como responsabilidad, sensatez, o solidaridad, son propios exclusivamente de los viejos, dado que ellos anteponen el tomarse unas cañitas a la salud, especialmente si es la de los demás.
Quizás tengan razón y ese modelo de sociedad del pasado donde estos valores primaban y tenían un papel relevante en decisiones y comportamientos, sea cosa ya del pasado. Resulta muy desalentador pero real. Tampoco es que haya ayudado mucho, una pobre clase política carente de estadistas valientes y arriesgados, que imponga sus criterios desde el ejemplo y yendo siempre por delante.
Curiosamente una de las pocas valientes ha sido Isabel Díaz Ayuso, aunque a esa virtud ha añadido la de irresponsable, tirando así por tierra los activos de esa valentía. Del resto quizás se puedan salvar a Urkullu y Puig, pero poco más, porque otro que casi ha aguantado hasta el final, Fernández Mañueco, se ha rajado al ver los resultados de las elecciones del 4-M, que algunos estudiosos han achacado a la permisiva posición adoptada por Ayuso, respecto a las normas para frenar la pandemia.
Así a los diez minutos de conocerse ya decidía levantar el toque de queda, después de haber sido uno de los más duros hasta ese instante. Lamentable y deprimente. Ha quedado demostrado que si la política se impone a la salud el fracaso está garantizado. También si las medidas se toman, no con las recomendaciones sanitarias, sino teniendo en cuenta los estudios sobre lo que es mejor desde el punto de vista electoral.
Así lleva pasando con honrosas excepciones a lo largo y ancho de la pandemia, pero especialmente impregna las decisiones tomadas en los últimos días. Las piernas le temblaron a Pedro Sánchez a medida que le llegaban encuestas sobre Madrid y en lugar de adoptar una posición de estadista que protege a la ciudadanía de su país, aunque sea con medidas impopulares, reculó y decidió no prorrogar el Estado de Alarma, porque eso suponía arriesgarse a llevarlo al Congreso y perderlo.
Qué poca altura de miras. Tampoco es que el líder de la oposición Pablo Casado demuestre más, empeñado también en anteponer sus intereses como partido a los generales. Está dispuesto a llegar a la Moncloa caiga quien caiga. Lo lógico habría sido que si la pandemia está aún descontrolada, muy lejos de los 25 contagios por 100.000 habitantes en 14 días que señalaba el gobierno y era aplaudido por el resto, se hubiera prorrogado por unanimidad de todos. Pero eso vale para otro país, no para este.
Si faltaba algo como dice el dicho popular “parió la abuela” y también la Justicia se unió a la juerga empeñada en demostrar lo que en su día señalaba el alcalde de Jerez de la Frontera, “que era un cachondeo”. El Tribunal Supremo señalaba que apartasen de ellos ese cáliz, mientras los Tribunales Superiores de Justicia de la diferentes CC.AA. también ayudaban a demostrar ese axioma. El de País Valenciano y Baleares decían blanco, los de Euskadi y Canarias negro.
Este último va a demostrar que ese fracaso colectivo va consolidarse, presentando recurso a un Tribunal Supremo que no lo quiere ver ni en pintura. Veremos qué decisión toma, pero cabe ser pesimista. Mientras tanto el coronavirus feliz campando a sus anchas. No hace falta ser un experto simplemente tener un cierto sentido común, el menos común de los sentidos hoy en día, para darse cuenta que él lo que busca es su supervivencia, su extensión y si ya no tiene víctimas mayores de 60 años ya vacunadas, lo normal será que acabe atacando, infectando y destrozando a los de 30, 40 o 50.
Así cada día nos llega el SOS de los sanitarios que nos advierten de que cada vez son de menor edad aquellos que están ingresando en las UCI y lo normal es que acabemos por haber cada vez más fallecidos. Ese día quizás la sensatez se imponga a la fuerza en esta débil sociedad. Cuando veamos que los que más sufren y mueren no son nuestros padres mayores, o nuestros abuelos octogenarios, sino nuestros hijos y nietos treintañeros. Ese día, que está llegando ya, todo cambiará.
Porque nos daremos cuenta tarde de lo cruel y dañino que es este virus, que si no lo atacamos con dureza se fortalece y para eso sólo existen dos maneras, la vacuna y la responsabilidad de todos, políticos, jueces y especialmente sociedad. ¿Salvaremos el verano? Probablemente por este camino no, así el gobierno británico ha dicho que nos pone en la lista negra y supongo que Merkel y quizás Macron al ver las imágenes del sábado noche también lo hagan.
¿Un verano sin británicos, alemanes, franceses y estadounidense? ¿Un veranos con cientos de jóvenes en la UCI? No gracias, así no hay verano que valga. Pónganse las pilas señores políticos y jueces, dedíquense a salvar la economía pero salvando antes vidas.
A la sociedad solo un consejo: por el camino de la noche del 8 al 9 de mayo 2021 se va al desastre colectivo. Sería una pena que después de un esfuerzo brutal hecho por la mayoría social todo se nos venga abajo casi en la orilla. Vacunas, responsabilidad, altura de miras, sensatez y solidaridad. Esa es la única fórmula. Veremos...
P.D.: Me consta que esta posición provoca mucha animadversión en negacionistas y juerguistas, pero creo que es hora de ser valiente.