En verdad, yo no sé qué significa propiamente esta frase.
En verdad, yo no sé qué significa propiamente esta frase.
Bien mirado, somos quienes somos absolutamente por azar. Somos así y no de otra manera porque hemos nacido en tal o cual familia, en tal o cual ciudad, con tales capacidades o características físicas y morales. Algunas de las cualidades que tenemos —pocas— las hemos conseguido con nuestro esfuerzo. Solo de éstas debemos estar orgullosos. Porque solo lo que se consigue con esfuerzo, sacrificio y tenacidad puede tener la cualidad del mérito. El resto, no. ¿Qué sentido tiene sentir orgullo por ser rubio, ser de Majarromaque o tener habilidad para el cálculo mental? ¿Tiene sentido para un gitano sentir orgullo por serlo? ¿Y un judío por ser judío? ¿Y, también, uno que es de Torrecera? ¿Por qué? ¿Dónde reside el mérito?
Puede suceder que algo bueno conseguido sea fruto de un esfuerzo colectivo; por ejemplo, el esfuerzo de la humanidad hasta conseguir la declaración universal de Derechos Humanos. Entonces, en la medida en que yo pertenezco a ese sujeto colectivo puedo sentirme orgulloso de ello. Pero nadie es más o menos por haber nacido aquí o allá, o por profesar tal o cual religión. Eso es puro azar. ¿Podemos sentirnos orgullosos por ser daltónicos o ser ambidiestros? ¿por tener rechazo al gluten o padecer anemia perniciosa? Es evidente que no. Sobre lo que uno ha recibido gratuitamente y sin esfuerzo ¿cómo se puede sentir orgullo? Mucho menos, de ser inculto, de tener mal genio o de ser un patán. Así que la frase “estar orgulloso de ser quien eres” puede ser correcta solo en contadas ocasiones; si se toma absolutamente es una estupidez. De casi todo lo que soy, ni estoy orgulloso ni dejo de estarlo.
La versión más tozuda y cazurra es la del que reconoce que hace (o dice) algo que está mal pero muy ufano exclama: “Soy así y no voy a cambiar”. Desde luego, mucho peor que ser un botarate es querer serlo y todavía más sentirse orgulloso de ello. Eso es estupidez en grado superlativo.
En estos días un jugador de fútbol lo ha dicho de sí mismo a propósito de una maldad dirigida contra el equipo contrario. Su entrenador debería de hacerle ver que incluso para un futbolista supermillonario y caprichoso está muy feo decir ciertas cosas. Y que nuestros niños no se merecen escuchar estas sandeces de sus ídolos deportistas. Siempre he opinado que una mentalidad localista (o nacionalista) suele fomentar estos convencimientos tan falsos como inconmovibles. El fanatismo es directamente proporcional al amor por el regusto de lo propio, al contento consigo mismo. Este ombliguismo absurdo y cateto que reduce tanto la identidad que acaba buscándola en la genética, en los minerales y en los compuestos orgánicos. Compacta como un adoquín y contumaz como un mulo ante un barranco. Así nos luce el pelo, entre unos y otros.
El momento actual de nuestro país es de chistes y lágrimas, dice Eloy Sánchez Rosillo.