¡¡¡Niño, llégate por el pan!!! Cogíamos la talega —palabra de etimología árabe, hace referencia a que se colgaba—, de la abuela, y volvíamos con el pan del día, con recompensa de algún rosco o pico artesanal.
Estaba hecha de fibras vegetales —cáñamo, esparto, yute o algodón—, hoy ecológico u orgánico es lo suyo, y tenía incluso bordados en hilo exclusivo. No había casa sin talega, ni hogar, dulce hogar, sin ella.
Hoy, cuando se va a por el pan, te lo dan en una bolsa de plástico —has de pagar 5 céntimos por el daño ambiental que causan, estimando unas 300 bolsas de plástico al año por habitante, suponen 98.800 toneladas anuales a nivel nacional—, llamándose erróneamente "la bolsa del pan". En algunas panaderías, te lo dan en papel, aunque siguen siendo frágiles al peso, pero es un gran paso. ¿Qué valor tiene, social y ambiental, nuestras talegas, muchas de ellas en nuestra memoria? Nuestros ríos, mares y océanos son los sumideros finales de plásticos, y los pescados de nuestra dieta mediterránea –tenemos el mayor consumo mundial por persona, junto a Japón– porteadores. En California, si te ven tirando una bolsa al medio ambiente, te sancionan con 1.000 dólares. Por puro egoísmo, Pon una talega en tu vida.
El colmo, es la venta de pan en las gasolineras autoservicio. Sin el carnet de manipulador de boquerel ni de manguera, vamos al surtidor número 3, llenamos el depósito, inhalado esos efluvios derivados del petróleo, hasta ahora, sin mascarilla. A continuación, vamos a pagar, y claro, ese pan recién horneado, ultracongelado, sin fermentar totalmente, con sus derivadas de intolerancias personales a padecer, nos invita a cogerlo, con las mismas manos, sin pasar por la higiene más que sanitaria —pues olvidamos utilizar los guantes desechables—, y conclusión, somos, lo que comemos. El carnet manipulador de alimentos se exige, ¿y el de un producto inflamable, cancerígeno, explosivo, tóxico, peligroso y contaminante? Más justificación para las necesarias electrolineras asistidas, y suministradas por energías renovables.
Hagamos de nuestra compra, nuestro carro de combate, y no olvidéis la talega del pan, para albergar nuestras artesanales y nobles hogazas, teleras, vienas, bollos, chulos y molletes de Marchena, adquiridos en nuestras plazas de abastos, mercados y tiendas de barrio, así como en las panaderías, de manos certificadas, que hacen el milagro diario, con masa madre y harina, de un buen migajón y crujiente corteza.
Con trozo de tela, preferiblemente cruda –sin teñir—, un cordón o cinta, dedal e hilo, también se ayuda a contribuir en un mundo mejor. Y como escribió Paulo Coelho, las pequeñas cosas son las responsables de los grandes cambios.
Iván Casero es Ingeniero de Montes.
Fuente:
https://science.sciencemag.org/content/early/2020/04/29/science.aba5899