Los temporales cada vez nos aprietan más, llegan a límites no registrados ni conocidos en esta generación, y una vez marchan para volver con otros nombres, hemos de reflexionar y echar cuentas.
La dinámica costera es sensible al cambio climático y a las acciones del hombre. La modificación del aporte de sedimentos de ríos a la costa, los récords históricos de subida del nivel y temperatura del mar, grandes infraestructuras como espigones, edificaciones a las que les llegan las olas, artes pesqueras no artesanales con ausencia de arrecifes artificiales y Posidonias en fondos marinos, junto a extracciones de áridos dunares, nos explican que cada vez hay menos castillos infantiles en las playas urbanizadas, por falta de material.
Sin embargo, las playas vírgenes, con sus dunas estabilizadas con barrones frente al viento, llenas de huellas, chiringuitos desmontados cada otoño y disfrutados desde primavera, con sus aparcamientos reglados bajo pinos, siguen siendo parecidas a las fotos en blanco y negro.
La traída y llevada de arena cuenta con un reservorio de siglos, que nos cautiva desde pequeños y de mayores solemos darle la espalda. Las colinas de arenas movedizas juegan un papel estratégico, necesaria su restauración para disfrute y esparcimiento de nuestras costas.
Las regeneraciones artificiales de playas tienen caducidad, no son la panacea, gran impacto en litoral costero, su efectividad en el tiempo cada vez menor y costosas al erario público. La alternativa de extracciones de canteras de áridos, más caras, escasez de granulometrías adecuadas, reservas limitadas de antaño frente a la subida del mar que afecta estructuralmente a cada vez más kilómetros de nuestras orillas del mar, puede ser considerada más sostenible pero inasumible económicamente.
Las disfrutamos sobre todo en verano, masivamente, aunque no nos acordamos de que están ahí el resto del año, y el porqué de su existencia. Si cada vez somos más en menos metros de playas, algo habrá que hacer para conservar y remediar, paradójicamente, frente al hormigón, creer en las dunas para contener temporales y cuando nos surjan dudas, invocar al Interés General. Siempre tendremos costa, pero no playas.
Quisiera dedicar este artículo en recuerdo de Miguel Ángel Losada, un sabio de nuestra dinámica litoral.