Perro de pedigrí bien merece exhibirlo en redes sociales, obteniendo halagos, piropos y fomentando su procreación, a cachorro a elegir en caso de monta o camada menos uno.
Un barco de recreo con salida del Puerto Deportivo bien merece el coste del alquiler de un día, con el atardecer como colofón. Tras alcanzar la costa, es inevitable, ante la impresión del horizonte, masa de agua inabarcable, acercarse a la segura orilla, oportunamente accesible al estar en bajamar.
Como el perro se impacienta, tira ancla al fondo y casi encalla en arena. Salta el habilitado Patrón de Embarcación Básica, dueño del perro no peligroso, y el cánido se tira, nadando a modo perrito, llegando rápido a la orilla, donde una solitaria sombrilla apartada, con un ávido lector en su silla de playa, disfruta de una apacible mañana, a falta de salto del térmico o brisa marina.
Agua cristalina, conchas, arena fina y rubia, puro paraíso, y ante tal, el perro va y se caga. "Verás como no lo recoge el dueño". El capitán, en su papel, lo llama con silbato especial, tras una galopada con el agua tocándole su panza, es cogido en brazos y subido a bordo. Quizás no le dio Biodramina para el mareo náutico y provocó una pequeña descomposición. Para aclarar no es playa de perros, pero ¿quién denuncia?
Tener un agente de la autoridad pendiente de un potencial acto incívico sancionable, no es rentable por importante que sea la multa. Impuestos dedicados a este menester han de recaer firmemente en los infractores y establecer mecanismos de denuncia ágiles y válidos. Flaco favor a los propietarios de cánidos concienciados con la limpieza de heces y orina, de este ejemplo verídico, inaceptable, que ha de reflexionar si la subida de marea tiene que ser quien disuelva la huella del delito.