Un amigo ecuatoriano estaba enfermo de cáncer. Sus ganas de vivir eran todas, aun con pocos recursos económicos, luchó con todos los medios a su alcance.
Era un apasionado de la botánica, y respecto a su alimentación, veneraba la fruta. Se deleitaba comiéndolas cinco veces al día, si bien el achacaba su mal al estrés del interminable trabajo, rodeado de cuatro paredes, sin ventanas y sentado delante de una pantalla seis días a la semana, mañana y tarde.
De la familia de las Rosáceas, el género Prunus su especial predilección, empezando por su espectacular floración primaveral. Ver su cultivo de blancas flores, una experiencia inolvidable de un paisaje, puesto en valor complementario hasta turísticamente, en especial la de cerezos del Jerte, Sierra Mágina y Alcalá la Real.
Y cabe destacar su creencia sanadora, en base a su cianuro natural, que movilizaría la enzima amilasa, como potente antitumoral. Dejando la pepita interior del hueso del albaricoque, disolverse bajo la lengua, materializó el milagro, según su convencimiento total.
Almendras dulces y amargas son, tras partir sus cáscaras, las más consumidas en repostería y usadas hasta en la famosa amarguiña y en la elaboración de cosméticos. Ricas en fibras, aminoácidos esenciales y excelente fuente de proteínas, ayudan al tránsito intestinal y controlar peso, con vitamina E antiinflamatoria y magnesio que mejora el estado de ánimo, su contenido en grasas pueden reducir colesterol LDL, y proporciona hidratos de carbono de absorción lenta dotando de energía de alta calidad, consumidas con moderación, preferentemente crudas o al horno, sin azúcar ni sal refinada para mejorar nuestro estado cardiovascular.
Merece la pena investigar propiedades potenciales, también en ciruelas, cerezas, nectarinas, paraguayos y albaricoques, esas "pequeñitas almendras", quizás alberguen las nuevas pepitas de oro de nuestra salud.