La semana pasada se publicaba la Orden INT/212/2023, de 1 de marzo, de regulación de la dieta de los miembros de las mesas electorales. En ella se actualiza la anterior Orden, de 7 de marzo de 2019, que establecía en 65 euros el importe de la dieta para los integrantes titulares de la mesa electoral, aumentando la cuantía a 70 euros, un incremento de casi el 8% más. ¿La inflación? Quién sabe. Pero ello nos recuerda lo que se avecina: el año electoral.
Lo que más me llama la atención de este tema siempre será aquellos que claman a los cuatro vientos que deberían estar en la mesa electoral quienes necesiten el dinero. Sin embargo, que sea por sorteo y que le pueda tocar a cualquiera me parece bastante democrático. Y es que de democracia va la cosa, ¿no?
La democracia, evidentemente, tiene sus cosas: buenas y malas. Una de estas cosas es el año electoral (¿bueno o malo?). El año en el que los políticos trabajan el doble (aunque para algunos debamos recordar que el doble de cero es cero). El año en el que parece que los ciudadanos de este país existimos. Pero ello conlleva cosas buenas y cosas malas.
¿Están los políticos trabajando por nuestro bien o por su permanencia? ¿Trabajarían mejor los políticos si no tuvieran que prestar atención a qué dicen los índices de popularidad? ¿Debería existir una imposibilidad de reelección para fortalecer la idea de que el año electoral no exista?
La existencia de los años electorales me hace pensar en estas preguntas. Y el aumento de las dietas me ha recordado (a veces se me olvida) que este año es año electoral. Me permito recordároslo porque quizá deberíamos echar un poco un vistazo atrás y hacia adelante y ver lo que hacen nuestros políticos con las gafas del año electoral. Las gafas que nos permiten ver con cuatro ojos si la actuación de nuestros políticos cuando se acercan las elecciones es idéntica a cuando acababan de acceder al poder.