Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, minutos antes del primer debate electoral. FOTO: DANI GAGO
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, minutos antes del primer debate electoral. FOTO: DANI GAGO

Corre por ahí un aforismo que dice que “perder las elecciones en democracia es normal, pero lo que no es normal es perder la democracia en unas elecciones”. Algo que ocurrió en los años 30 en Alemania por la irresponsabilidad de la socialdemocracia en el Parlamento de la República de Weimar, que no supo comprender que no valía dejar pasar a Hitler por oponerse a los comunistas.

Aumenta la preocupación, siempre tarde, por el avance de una extrema derecha que en realidad no es solo un partido sino el concurso de las tres derechas para ver quién es más neofranquista. Tres derechas que tienen una relación difícil con la verdad comprobable y cuyo tono de voz es gritón y desabrido. La resaca que los llamados debates nos ha dejado es una orilla de la playa llena de objetos inservibles y de espumarajos de colores poco atractivos. Aunque si separamos el grano de la paja, esos llamados debates nos han puesto ante los ojos una salida al pesimismo. Pablo Iglesias, al que, como mi compañero Raúl Solís, critiqué tantas veces ha crecido, y para eso escribimos las críticas, para comprender nosotros mismos lo que ocurre y compartirlo con nuestr@s lectores. Unidas Podemos parece haber comprendido, haber crecido también, para ser la opción de Gobierno que necesita la sociedad española. Una coalición de Gobierno que precisaría de otros partidos igualmente comprometidos, por encima de todo, con la democracia sin tapujos.

Ahora es la sociedad española la que debe crecer y comprender que unas elecciones no deben representar el riesgo de perder la democracia. Y que la democracia no es solo ganar limpiamente unas elecciones, sino administrar la cosa pública con respeto a todos. Recortar determinados derechos es obligar a una parte de la sociedad a vivir en los convencimientos morales de la otra parte de la sociedad: una suerte de dictadura de la mayoría que empequeñece la democracia.

La Ley de aborto no obliga a nadie a abortar, pero permite que lo haga quien necesite hacerlo. La Ley de la eutanasia no permite matar a nadie, sino bien-morir a enfermos terminales con padecimientos insufribles. La Ley del matrimonio no obliga a nadie a casarse con quien no se quiera, pero permite que la gente se case con quien le dé la gana; y el Estado se metería en la cama para destruir esa libertad, sí, de la gente, para distinguir si hay hombre o mujer, o hay dos hombres o dos mujeres.

El derecho a una educación pública y gratuita, que está en grave riesgo de desaparecer, dejaría a millones de españoles sin acceso gratuito a una profesión que les mejore la vida. El derecho a la igualdad y la seguridad de las mujeres es fundamental para una sociedad sana y libre. El derecho a una sanidad universal de calidad nos protege a tod@s, y es garantía de nuestra sonrisa vital imprescindible. Ni hablar del derecho universal a la vivienda y el control de los precios de alquiler, que incluso en Francia se pone en práctica.

Hay dinero para todo, lo han demostrado las donaciones de mil millones en 24 horas para reconstruir Notre Dame. Lo demuestran los miles de millones que la sociedad española, sin verdadera justificación, regaló a la banca. Lo demuestran los miles de millones perdidos por la corrupción y la evasión de impuestos.

Votar es un derecho, y es un acto de responsabilidad social. Votar es también un modo de pertenecer a la sociedad en la que se vive. Votar es participar, y la participación es el único modo de funcionamiento que tiene una democracia. Gracias a la participación aparecerá un Parlamento más plural y democrático. Y el Parlamento elegirá al Gobierno, y ese Gobierno que salga de las Elecciones del 28 de abril será, casi con toda seguridad, un Gobierno de coalición, para que sea estable: porque lo más democrático es siempre lo más estable.

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