Leía recientemente la columna de un compañero de profesión en un medio nacional en la que dejaba de manifiesto su hastío por el sinfín de fotos y vídeos de gatos y gatitos que proliferan últimamente en las redes sociales. El colega está hasta los mismísimos de tanta demostración de cariño con estos animales y encontró en su escrito la vía de desahogo idónea para desatar su ira contra tanto fan de mininos.
Con todos los respetos hacia este articulista, yo le voy a llevar la contraria. Si de algo saben las redes sociales es de los gustos, filias, fobias y repelús de millones de personas que (me incluyo) vivimos muy pendientes de las publicaciones de Facebook, Twitter o Instagram, grandes foros de comunicación social. Por ello son, sin duda, un fiel reflejo de las tendencias, una gran base de información que mueve montañas, economías y dan pistas o predicen hasta resultados electorales.
Es cierto que de un tiempo para acá, además de vídeos de bebés, tropiezos pseudograciosos, modelos y modelazas, proclamas reivindicativas, amuletos de la suerte, test de inteligencia y un largo etcétera de publicaciones top, los gatos han tomado cierto protagonismo. Pero no sólo en el ámbito virtual, sino en la compaña. Una amiga me comentaba el otro día que en los dos supermercados de su barrio es difícil encontrar arena de gato, porque se agotan al poco de reponerla. ¿Están los gatos haciendo una colonización silenciosa de nuestras casas?
Sí, cada vez somos más los que vivimos con estos seres tan enigmáticos, agudos, ágiles, cariñosos, limpios y sagaces. Cada vez somos más los que llevamos pelo pegado en el abrigo que cuesta la vida quitar, los que dormimos con los pies encogidos para no despertarlos, los que escribimos con unos ojazos amarillos que nos miran por encima de la pantalla del portátil (cuando no se pasean por el teclado que debe dar mucho gustito), los que nos dejamos comprar por un cariño interesado cuando quieren desayunar, los que nos llenamos de ese ‘run run’ terapéutico que es indescriptible y único.
Sí, cada vez somos más los que vivimos con un gato (porque son ellos los dueños de la casa) o, quizás, somos más los que nos animamos a contarlo. Esto nos lleva a pensar que, efectivamente, puede que los gatos vengan a llenar esos vacíos emocionales, esos espacios de soledad que se generan por los modos de vida acelerados e individualizados, tan propios de nuestra sociedad. Podría ser… Como que también estamos redescubriendo a un animal muy especial que durante años fue considerado arisco e independiente o, simplemente, utilizado como mero cazador de los bichejos indeseables con querencia a las casas.
Tan peculiar es este ser dormilón que, según la ciencia, el cerebro de un gato se parece en un 90% al de un ser humano. De hecho, tenemos en el cerebro las mismas regiones dedicadas a las emociones. Por lo que no me extraña nada que sean tan intuitivos ante los sentimientos, atentos a los estados de ánimo, y reaccionen al efecto.
Asimismo, son animales que saben comunicar perfectamente lo que les pasa. De hecho, a excepción de los gatos recién nacidos, que también maúllan para comunicarse con sus madres, los gatos adultos maúllan para comunicarse con los seres humanos y son capaces de emitir más de cien sonidos diferentes. Cambian su maullido para conseguir comunicarse y pueden hasta imitar el llanto de un bebé. Cada gato tiene su propio maullido y ronroneo que le diferencia de los demás, así como tienen muy marcados los rasgos de la personalidad.
También dicen (no sé si la ciencia, la verdad) que las personas que tienen gatos viven más, tienen menos estrés y menos ataques al corazón. De lo que sí estoy segura es que llenan más la vida y el hogar. Que son sorprendentes, ocurrentes, cariñosos y apegados, pero cada cosa a su momento. Tanto es así que quien tiene un gato, es muy normal que termine sumando hasta dos o tres, como es mi caso. Porque la ‘gatitis’ es aguda y no se cura, se disfruta. Como lo hago yo ahora en el sofá, con León, Moruna y Gala, dos en los pies y uno en el regazo, viendo el informativo con una tapa de queso cerca y una copa helada de fino, echándonos los cuatro las manos a la cabeza viendo cómo los catalanistas se cargan Barcelona. Ya de esto, si eso, hablamos otro día.
Comentarios