Gisèle y todas las otras cosas

Los coches que no iban a contaminar significarían ahora cero contaminación y podrían seguir los seguros y toda su industria económica

Un taxi en una imagen reciente en Andalucía.

Todos los relojes estaban detenidos a las tres menos cinco, con una puntualidad pasmosa. Pensé que no había calculado bien el cambio horario y que me quedaría sin comer, porque tenía que enlazar con el siguiente autobús. Comprobé con el reloj de mi celular; hace años que dejé de usar reloj. Los relojes de la estación estaban todos parados a la misma hora, y en hora adelantada: las tres menos cinco. No encontré ningún dato histórico que relacionara esa hora con aquel lugar. Las tres menos cinco.

Un taxi eléctrico me llevó hasta la Plaza de España. El litio y su inquietante zumbido. El litio que había sido descubierto para salvar a la Humanidad de tener que cambiar nada de su estilo de vida. Los coches que no iban a contaminar significarían ahora cero contaminación y podrían seguir los seguros y toda su industria económica, los guardias de circulación, las urgencias hospitalarias, los despachos de abogados. Aunque la extracción del litio resultó que no era tan neutral como parecía: la contaminación del agua sería tremenda e imposible de recuperar, se contaminaría el aire, se producirían terremotos mineros, desplazaría poblaciones de sus lugares, para que nada cambiara. ¡Con qué quieres sustituir el placer de un atasco! ¡¿Cómo quieres tener la ocasión de insultar a desconocidos que no saben conducir, ni aparcar? Entonces, la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de Cáceres escriben y desescriben informes para que todo cambie sin que nada cambie, excepto la destrucción de Cáceres, su patrimonio y la vida de sus habitantes. Lo mismo con la gran mina en los Balcanes, lo mismo en Argentina-Bolivia-Chile.

Parecería que la solución del litio fuera a ser el medio más rápido para seguir acabando con la Humanidad. Entonces aparece la última encuesta de prospecciones electorales que declara vencedores por mayoría absoluta a la misma coalición que gobierna Extremadura y el litio: PP-Vox, el mayor liberticidio global en nombre de la libertad. Sea usted libre de hacerse millonario, mientras observa cómo sus hijos tienen que esconderse por ser como son. Sea usted un idiota, por no haber leído a Dostoyevski.

En Avignon juzgan a una banda de violadores, pero los acusados son Dominique Pelicot y sus 51 presuntos cómplices. Si dijo “soy un violador, como todos lo que estamos en esta sala”, o las traducciones son incorrectas, forma parte de los niveles de desinformación y la falta de seriedad con que se tratan las noticias: lo que de verdad son noticias. En Avignon, Francia, se juzga un caso espeluznante de capacidad para la maldad. Gisèle, y la nombro solo por su nombre, dado que su apellido es el de su marido y violador. En Francia, como en Alemania, es costumbre extendida que con el matrimonio desaparezcan el apellido de la mujer y esta asuma el del esposo. Un hecho que siempre me repugnó no poco, porque es simplemente un acto de apropiación y de anulación. Gisèle, decía, merece que la Humanidad entera la acompañemos y ayudemos a sostener los pedazos del “campo de ruinas” en que su esposo y sus cómplices quisieron convertirla. Todo lo que se haga, entre personas adultas y capaces, debe ser de común acuerdo libremente tomado. Todo lo demás merece solo repudio.

En Lisboa, como antes en Coimbra, asistí a las denigraciones públicas, novatadas, de los estudiantes viejos contra los estudiantes nuevos. Violencias, incluso cuando parezcan festivas, lúdicas y no sé cuántas otras pamplinas. Disciplinamiento social, en una sola palabra, también ejercido por estudiantas. Disciplinamiento hasta el punto que fotografié esos actos en un lugar público de Lisboa y uno de los estudiantes viejos me persiguió, me hostigó, trataba de impedir que siguiera mi camino, me amenazó y me filmó. Todo esto basado en un supuesto derecho a la propia imagen. O sea, se trata de asistir en público a tales disparates y callar, tener que callar: otra forma de tener que obedecer. Pero en Sevilla, según se contaban varios estudiantes que viajaban desde Fregenal de la Sierra, “ya me han metido tres veces el colchón en la ducha”.

Dejamos, en algún momento, de querernos y de amar la libertad de los otros como la nuestra propia.