Cualquiera que haya seguido con un mínimo de atención la agenda mediática durante las últimas semanas habrá comprobado que, de un tiempo a esta parte, Podemos vuelve a estar en la diana de los periódicos generalistas. Las principales cabeceras del establishment han vuelto a la carga con ferocidad. Nada nuevo. Han exagerado la reorganización interna del partido (como si no la hubiera habido al mismo nivel en otras formaciones políticas que han tenido malos resultados electorales) utilizando el concepto ‘purga’ y ‘crisis’, han vuelto a publicar información personal de Pablo Iglesias (la contratación de una canguro, por concretar), han intentado ridiculizar a sus miembros de manera impresentable (¿El Rastas?), y han inundado las columnas de opinión con descalificativos hacia la formación morada con críticas algunas más legítimas que otras de carácter gratuito.
¿A qué se debe esta contraofensiva del poder establecido? Es muy simple, Podemos está acariciando entrar en el Gobierno. Sería la primera vez que, en nuestra historia moderna —desde la Transición hasta nuestros días— , una formación política a la izquierda de la ‘socialdemocracia’ (entiéndanse esas comillas) entra a gobernar. Hay nervios, muchos nervios. En el mismo PSOE, en la patronal, en los comisionistas, los lobbies, los medios de comunicación anteriormente citados, los partidos conservadores, en los disidentes de la estrategia de entrar en Gobierno… demasiada tensión ante la posibilidad de ver a Pablo Iglesias, Montero, Belarra o Mayoral tomando decisiones de Estado.
La cúpula de Podemos es consciente de los riesgos que asume: si entran a gobernar con el PSOE de Pedro Sánchez es más que probable que las presiones y los ataques a sus miembros se recrudezcan. Cuentan con ello. Es posible que sus socios les ninguneen y también que tenga un precio electoral. El Congreso podría ser la viva imagen del filibusterismo. Puede que sea la última legislatura de Podemos con las siglas Podemos (posiblemente se produzcan escisiones internas en Andalucía y en otros territorios si se entra a gobernar) y de Pablo Iglesias como actor principal.
¿Merece la pena tanto riesgo por entrar a gobernar? Pues depende. Si se consigue entrar en el ejecutivo y tener cierto peso en la toma de decisiones, Podemos habrá vencido el pulso —al menos en primera instancia— a las élites, que no los quieren ver ni en pintura. Pero lo importante no es ese primer round, aunque sea eliminatorio, sino lo que Podemos sea capaz de conseguir en cuanto a cuestiones materiales, que es lo que a las clases trabajadoras nos importa, llegar con oxígeno a final de mes. Asuntos urgentes hay tantos que solo enumerarlos abruma: reforma fiscal, combatir la precariedad, limitar los precios del alquiler, la renta mínima, los permisos de paternidad y maternidad… Si no se consigue nada de eso la entrada en Gobierno (o el intento) habrá sido un fiasco.
Decía Enric Juliana en el programa Al Rojo Vivo, meses antes de las elecciones, que la aritmética podía permitir a Podemos, con menos diputados, ser más decisivo que con los 70 de antaño. Y no iba desencaminado. Las matemáticas son así de caprichosas. Señalaba que las presiones tras los comicios iban a ser muy duras y los ataques, desde todos los frentes y constantes.
Quedan algunos episodios hasta que se despeje la incógnita de si habrá o no un gobierno PSOE-Podemos, y la lógica invita a pensar que el PSOE jugará sus cartas para gobernar en solitario; pero lo que es seguro es que el ambiente se va a tensar hasta el extremo conforme se acerque el desenlace. Que volverán con toda su artillería. Pablo Iglesias se ha jugado todo a la carta de gobernar. Apenas le quedan aliados. Un paso en falso (precipitarse o dormirse) sería su fin. Es un Will Kane tozudo, solo ante el peligro, procurando sobrevivir sumergido en una nube de disparos cruzados.