“Estás gorda. Mira cómo te chorrea la celulitis por las piernas. Apegotonada, como cráteres de plastilina. ¡Buah! Un asco. ¿Y la barriga? ¿Y el ombligo cada vez más profundo? Perfectamente podrías estar de seis meses, por lo menos”.
El espejo es brutal. Le acaba de sacudir una buena, con su cruel y sórdida mirada, escudriña su cuerpo desnudo de cuarentona mientras se viste para ir a trabajar, como cada día, como cada vida. Se viste con rapidez, tapando las consecuencias de la fórmula magistral que lleva una buena dosis de genética, aliño de sedentarismo sin gota de deporte y falta absoluta de voluntad para hacer dieta.
A la noche, el mismo esperpento la persigue. Ese espejo inquisidor, que fiscaliza cada nuevo michelín y la condena. Una vez más. Y se pone el pijama de pelitos del Primark como si se le fuera la vida en ello. Los pijamas, cuanto más grandes, mejor. XL. ¡Chas! Ya no se ve, ya no hay dolor (bueno, sólo un poco menos).
El marido, que espera paciente en la cama a ver si esta noche hay suerte, se conforma con tener la luz apagada, ignorante (o no) del bajón anímico de su mujer tras una nueva y repetitiva trifulca que ha tenido lugar en la otra punta de la habitación con el susodicho y malvado espejo, que ni el de la bruja de Blancanieves.
Y Miriam y Juan hacen el amor a oscuras, con el oso del pijama de ella aprisionado entre los cuerpos, vergonzosos, escondidos. Sin disfrutarse como debieran. Atrapada ella en los complejos. Resignado él.
Qué cárcel más estúpida la de esta mujer, me planteo. Una chica que podemos ser todas en cierta manera, en algún momento, abducidas por estereotipos, leyes no escritas e imágenes insertadas en la córnea y en el subconsciente muy a nuestro pesar.
¿Que por qué se me ocurre hablar de esto? Porque de una frivolidad se pueden crear monstruos sociales, de esos que alimentan las redes, los medios, las celebritys, las influencers y todas esas hierbas. No salgo de mi asombro al escuchar en la radio una muy acertada crítica a los libertinajes de las redes sociales e internet que me ha dado que pensar. La noticia en cuestión es la siguiente: “La foto sin Photoshop de Scarlett Johansson en biquini levanta las críticas de las redes sociales”.
Resulta que la afamada actriz, que es un pibón de los que quitan el hipo, ha sido fotografiada en una playa en biquini. Y, en las redes, ha habido multitud de opiniones sobre su físico, hasta el punto de que se ha convertido en trending topic mundial. La culpa, vamos a hablar claro, la ha tenido un medio de comunicación que, en su búsqueda caníbal por los clic, le dio por titular así: "¡Vaya barriga tiene Scarlett Johansson!”
Esta web basura abrió la espita del agravio y de las descalificaciones hacia el cuerpo de la Johansson. Vamos, que vino a decir que está gorda. ¡Ella!, precisamente, que tiene un cuerpo de infarto. ¿Cómo estamos, entonces, las demás?
Me pregunto cómo se pueden permitir este tipo de titulares. No todo vale. Estamos perdiendo el norte, la falta de ética y de empatía es un virus, junto a la inexistencia de valores y de humanismo, todo ello adobado con el uso facilón de las armas de comunicación masiva que son los smartphones, hoy al alcance de todos, incluidos niños.
Si la imposición de un tipo de físico, esquelético, antinatural, nos viene dada y no la cuestionamos, si no ponemos barreras, especialmente a niños y adolescentes, no es de extrañar que enfermedades tan graves y mortales como la bulimia y la anorexia campen a sus anchas en una sociedad que se supone desarrollada e instrumentada.
Si ya era una utopía soñar con parecerse en la uña del pie a Scarlett Johansson, se nos caen los palos del sombrajo cuando la llaman gorda… Cuánto daño hacen las redes sociales y los portales sucedáneos mostrando sin tapujos las bajezas del ser humano. Es lo que tienen, que dejan al descubierto y le dan un altavoz al más mamarracho.
Por eso, y poniendo siempre nuestro granito de arena en pro de la autoestima, quizás lo mejor es decirle a Miriam que se ponga un salto de cama (que también los hay en la misma tienda del pijama de oso) y que disfrute de su cuerpo sin complejos, mostrando el canalillo y los canalones, si hace falta. Total, si vamos a estar dos días.