Para una gran mayoría, lo que estamos viviendo estos días constituye una situación de excepción, algo que nos aparta de lo ordinario de nuestros días y nos instala en la incertidumbre del “¿y mañana qué?”. Pero en esta situación de excepción nos acompaña el horizonte de la temporalidad, el saber que “nada es para siempre”, un carácter provisional que atenúa la angustia con la que, con mayor o menor grado, vivimos la incertidumbre de no saber qué consecuencias nos dejará.
El estado de alarma y el nuevo escenario que ha impuesto a nuestras vidas nos afecta a todas y todos, sin excepción, pero de maneras muy diferentes. Y es que hay personas, colectivos de personas que llevan ya mucho tiempo habitando una forma de excepción donde lo provisional es un horizonte que se ha perdido hace tiempo. Las trabajadoras sexuales saben mucho sobre lo que significa habitar esta excepción. Desde hace mucho, son la excepción de un mercado laboral que no las reconoce como trabajadoras, la excepción de una Seguridad Social en la que no computan por lo que aportan, la excepción de los derechos civiles, de los derechos humanos, la excepción cada 8 de marzo cuando se reivindica la igualdad de géneros.
Como consecuencia de unas políticas de no reconocimiento, la realidad de las mujeres que ejercen la prostitución viene atravesada por la ausencia de derechos laborales (no tienen desempleo ni pensión ni bajas por enfermedad, no existe para ellas siquiera la posibilidad de un contrato que certifique el desarrollo de una actividad económica) y tremendos obstáculos para acceder otros fundamentales como la Sanidad pública y la vivienda. Con una historia (ya larga) como clandestinas y sin derechos en nuestro país, ahora se enfrentan a otra situación excepcional desde una precariedad que pone en riesgo el sostenimiento de sus vidas y sus familias.
A esto, se suma la eterna invisibilidad de quienes habitan la excepción; están fuera de la atención mediática (y eso que hasta hace poco tiempo el debate sobre la prostitución ha sido el tema más candente de la agenda comunicativa), invisibles a las medidas sociales, obviadas en los discursos institucionales, las trabajadoras sexuales nunca han sido reconocidas como trabajadoras y ahora, no se quiere ni pretende (re)conocer las consecuencias que esta crisis está teniendo en sus vidas.
No hemos sido capaces en España de desarrollar un abordaje de la prostitución que fomente la creación de medidas que les permita salir de la precariedad y vulnerabilidad de forma autónoma, sin rescates. Con las ordenanzas municipales y la Ley Mordaza y bajo la consigna de “perseguir al cliente para acabar con la prostitución” les hemos arrebatado las pocas herramientas que ya tenían para ser autónomas y las condenamos a depender de recursos de emergencia social que a veces ni siquiera existen. En nuestro entorno más cercano, miles de trabajadoras sexuales que quizás lleven media vida desarrollando su trabajo no tienen ningún derecho reconocido y son invisibles para las administraciones.
A cientos de mujeres en nuestra provincia esta pandemia les pilló trabajando en un club y ahora quedan confinadas en ellos (porque una gran mayoría de ellas son migrantes que viven allí donde trabajan) bajo un régimen de “hospedaje” por el que tienen que pagar, lo que supone para ellas generar una deuda que crece exponencialmente. Otros cientos de mujeres trabajando en pisos, regentados por terceras personas, que les suponen igualmente el cobro de alquileres desorbitados y ningún beneficio. Lo están pasando mal y las ayudas no llegan, siempre hay un “pero”; no tener papeles, no tener desempleo, la prioridad a otros colectivos…
Pero de la palabra excepción nace igualmente otra acepción; la excepcionalidad. Esa excepcionalidad es la que encarnan las trabajadoras sexuales organizadas que desde el inicio de esta pandemia abrieron un fondo de emergencia impulsando una campaña de donativos que visibilicen y den respuestas a la alarmante situación en la que se encuentran muchas de ellas. Trabajadoras sexuales excepcionales que desde la precariedad individual miran a lo colectivo, esas mismas que cuando se organizan y exigen derechos son tachadas de cómplices del proxenetismo, que son censuradas e invisibilizadas.
Es hora de reconocer que no todas las personas llegamos a esta situación de excepcionalidad en igualdad de condiciones porque no todas las personas hemos disfrutado de los mismos derechos. Por ello es urgente dar respuesta a la situación de emergencia en que se encuentran las trabajadoras sexuales hoy, y es cuestión de derechos humanos reconocer, de una vez por todas, sus derechos laborales y sociales, esos que vienen reclamando desde hace tiempo y que hoy se demuestra, constituyen una cuestión de justicia social.