Un año más, y es el nonagésimo primero, de las matanzas de Casas Viejas. De las dos, de las ocho personas quemadas en el casarón de Seisdedos y las doce asesinadas en la corraleta. Sin olvidar a las otras cinco muertas en diversos momentos. Así como los tres miembros de las fuerzas de orden público muertos también. Un total de 28 personas cuyo fin marcó el devenir político y social de la Segunda República y se ha perpetuado en el tiempo como un referente.
Como cada año, en la localidad se realizan diversos actos en conmemoración y análisis de lo sucedido. Resultado del trabajo durante años de grupos de ciudadanos que consiguieron que lo que era un tabú se normalizara y fueran unos días de expresión de la vitalidad de una ciudadanía y, del compromiso, de sus instituciones.
Este año el programa es especialmente innovador. Tanto por la exposición que se presenta, acto central del ayuntamiento, como por la lectura dramatizada que el sábado se realizará sobre lo ocurrido en la posada de San Juan, en la tienda de Montiano, durante las horas que pasaron desde la destrucción de la choza de Seisdedos hasta el comienzo de la razzia que, al amanecer del día doce, terminó con la aplicación de la ley de fugas a doce vecinos.
Sobre lo ocurrido en Casas Viejas se han vertido ríos de tinta, por utilizar un tópico. El interesado dispone de numerosas referencias asequibles. La más completa la obra de Salustiano Gutiérrez (¡cómo olvidarlo estos días!) Los sucesos de Casas Viejas. Crónica de una derrota (Beceuve, 2017). Sin embargo, hay un agujero negro que se abrió aquella madrugada del 11 al 12 de enero de 1933: las horas que transcurrieron en la posada, en la tienda esquina con la calle San Juan, desde las 3 o 4 horas hasta las 7, al clarear el día, cuando dos patrullas de guardias, guiados por los civiles del puesto local, Salvo y García, se desplegaron por el barrio alto y efectuaron las detenciones de quienes serían asesinados al poco.
Sobre esos 180 minutos se abatió la más completa oscuridad desde el primer momento. No aparece ni en los primeros atestados, ni en los interrogatorios de testigos y detenidos. Tampoco en la instrucción de los diversos sumarios que se abrieron, ni fue de interés para la prensa. Para toda la prensa. La figura del capitán Rojas era tan poderosa que sobre ella podía recaer todo. Incluyendo la razón de Estado, Además, quizás no interesaran mucho las miserias locales del ejercicio del poder. No fue una excepción en el tratamiento y el destino de los habitantes, vivos y muertos, de Casas Viejas.
Sin embargo, las consecuencias fueron terribles. Empezando para los asesinados. La historia no solo la hacen los grandes conceptos, sino también tienen un papel protagonista los individuos. Así ocurrió aquellas horas en la tienda de Montiano.
Que sepamos por diversas fuentes estuvieron, al menos, además de Rojas y algunos de sus oficiales como los tenientes Fernández Artal y Sancho Álvarez; el teniente de la Guardia Civil, Cayetano García Castrillón; los delegados del gobernador civil, Arrigunaga, Suffo y Gessa; los médicos Ortiz y Hurtado; el alcalde pedáneo Bascuñana. También estaban el tabernero Manuel Montiano Cózar, el guardia de Asalto herido, los detenidos Manuel Vera Moya, Tragarranas, y Luis Barberán Madueño y el cura Andrés Vera además de varios paisanos cuya identidad, aunque se intuye, nunca se ha demostrado.
Seguramente la voz cantante la llevó Rojas apelando a las órdenes que llevaba, a sus agentes muertos y heridos y a su pasado africano que, como a otros muchos del momento, los llevaba a considerar a Casas Viejas poco más que un aduar rifeño y a sus habitantes tan deshumanizados como a aquellos. Quizás no les hiciera falta a los no identificados vecinos empujar mucho más para aprovechar el momento y, a su manera, restablecer el respeto debido perdido hacía dos años y, esos días, hecho trizas. Quizás bastara con mirar a otro lado.
No por silenciado lo ocurrido gritaba por las calles de Casas Viejas y más allá. Hubo quienes se atrevieron a decirlo y a buscar responsabilidades. Como las que denunció Vicente Ballester en el folleto Han pasado los bárbaros (Sevilla, 1933) o el anónimo informante del periódico barcelonés El Luchador. No pasaron de ser considerados parte interesada y su verdad, en consecuencia, devaluada. Como la salida de la población de José Vela, su retiro en Cádiz, en donde fue atacado un día, y su marcha a Tánger, poco más que la consecuencia de discrepancias entre ganaderos por ocupar el mercado gaditano. Nada que ver con Casas Viejas y, mucho menos, lo sucedido esas horas en la tienda de Montiano.
Si el poder desde las alturas brilla, apetece ejercerlo e incluso es considerado un deseo universal. Cuando se le ve desde abajo, a la altura de los pies, del betún, aparece sucio, embarrado en las miserias de los actos de la vida cotidiana. No hay ni esplendor ni deseo.
Sé esto y otras muchas cosas más, esperemos que hablemos el próximo sábado en el mismo lugar donde ocurrieron los hechos y que, hace ya muchos años, debía ser oficialmente Bien de Interés Cultural. Mientras eso llega la sociedad casaviejeña no para y organiza debates como este. Ya se sabe que el conocimiento es una de las vías por las que transita la libertad. Aunque sea parte interesada.