Demasiado ha tardado el gobierno en apartar de su confianza a quien se comporta de forma desleal, en este caso el coronel Pérez de los Cobos.
No se trata solo de la deslealtad hacia su inmediato superior jerárquico, que es el ministro, sino lo que es peor, por su deslealtad a la superior soberanía del pueblo que eligió al actual gobierno.
No vale el argumento que esgrime la oposición política y la casi totalidad de la maquinaria mediática de que el coronel en cuestión solo debía entregar su informe a la juez que se lo solicitaba. Y no vale porque presupone que el motivo de su destitución es que el ministro le hiciera una exigencia indebida.
Más allá de esto, conviene ir al contenido del informe, a la ínfima calidad de las elucubraciones que aporta como si fueran datos y que no son más que una antología de bulos y consignas de la extrema derecha: Culpabilizar a las manifestaciones de mujeres antes de que los medios de transporte siguieran amontonando en sus trayectos a millones de personas, culpabilizar el retraso del gobierno con fechas trucadas, y todo así ¿A qué nos suena?
El contenido del informe aportado por el coronel sitúa al ministro en una posición insostenible porque, si se mantuviera en el cargo podría entenderse como un aval a un trabajo de investigación chapucero y de una parcialidad evidente, y si se le cesaba daría pie a que la caverna destapara una nueva caja de truenos contra el gobierno. Visto lo visto, cabe preguntarse si no era ésta la finalidad de ese libelo contra el gobierno al que llaman informe de la guardia civil.
Muy en la línea de la actitud retadora de la derecha “hago lo que me da la gana y ahora échame si te atreves”, “miento sin escrúpulos y le llamo libertad de expresión”, “actúo con las mañas de un traidor y le llamo lealtad a un bien superior”… Por cierto, habría que recordarles a algunos que solo son valientes cuando van armados y en manada que, en democracia, el único bien superior es la voluntad del pueblo soberano libremente expresada.
Quizá deberíamos saber, y alguien debería explicárnoslo, por qué un personaje de trayectoria más que cuestionable ha permanecido tanto tiempo en los cuadros del instituto armado, aún dejando al margen sus veleidades golpistas en el 23F como cosas de juventud mal aconsejada.
Pero este parece ser un mal endémico de la democracia española que no puso en su lugar a los residuos del franquismo enquistado en las instituciones, ejército, fuerzas armadas, judicatura. Desde entonces, aquella permisividad atemorizada ha dado lugar al crecimiento de la impunidad de los elementos más reaccionarios en el seno de las instituciones que deberían velar por nuestra seguridad material y jurídica. A esto hay que añadir la tradicional endogamia de las clases altas que retroalimentan su impunidad; en este caso, un padre de Fuerza Nueva, un hermano en el Tribunal Constitucional. Y aunque es sabido que nadie está obligado a heredar, parece ser que en este caso…
Han crecido a sus anchas en la permisividad democrática, y no será porque no nos han dado indicios suficientes de que su deslealtad a la democracia estaba impregnando los sectores más cotidianos de los llamados cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, recordemos los chats de wasap de la policía local de Madrid… Miremos las imágenes de fuerzas policiales confraternizando con manifestantes de ultraderecha o comportamientos individuales más propios de facinerosos que de quienes tendrían que garantizar nuestra seguridad. Son imágenes que nos hacen sentirnos profundamente inseguras y que nos hacen cuestionarnos que clase de test psicotécnico (y no hablamos de ideas o de opciones políticas, que forman parte de cada cual) que se aplica a los aspirantes a estos puestos.
En tiempos de Calderón de la Barca, el “honor era patrimonio del alma y el alma solo era de dios”. Viene esto a cuenta de que estos días se hace abundante referencia a “honor como divisa” de la guardia civil, pero hay que insistir en que en tiempos de democracia de la lealtad y el honor hay que dar cuenta al pueblo soberano, pero al parecer, hay algunos que con su conducta se muestran desleales a la democracia y vulneran el honor del que presumen.
Quizá haya más que razones, quizá haya un paso de justicia e higiene democrática en el cese de un coronel desleal.
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