Lo sucedido en los últimos días nos indica que hemos tirado la toalla, hemos sido derrotados, en la lucha contra los dos virus que nos asolan, que infectan nuestra sociedad. Por un lado el provocado por este coronavirus brutal, por otro por el que ha penetrado en la praxis política actual, probablemente contagiado de nuestra propia sociedad.
Pero vayamos por partes, aunque ambas acaben estando conectadas, primero hablemos de la pandemia. Lo que pasó el pasado miércoles 24 es la confirmación de que la batalla contra la Covid-19 está definitivamente perdida, probablemente no sólo en nuestro país, también en el resto de la UE a la vista de ejemplos como el de Alemania y Merkel.
A las diez de la mañana de ese día nos llegaba la noticia desde el Ministerio de Sanidad, que pensaba proponer al Consejo Interterritorial que se celebraba a la tarde, que el toque de queda fuera durante al menos la Semana Santa a las 20.00 horas. Todos los expertos consultados en los diferentes medios de comunicación saludaban la noticia como una buena medida para intentar frenar la cuarta ola que se nos viene encima.
Pero lamentablemente varios dirigentes de las comunidades autónomas liderados por la presidenta de Madrid no opinaban igual, volviendo a anteponer los intereses económicos a los puramente sanitarios, olvidan que ambos van unidos inexorablemente. Así a media mañana tenía que salir la ministra Carolina Darias para desdecirse, señalando que lo que iban a proponer realmente era que a esas 20.00 horas se cerrara todo lo que no fuera vital. Un ridículo de muchos quilates.
Al final ni eso, ya que Madrid, Andalucía, Galicia y Murcia se rebelan manifestándose también en contra de esa medida más laxa. La decisión final fue continuar con unas medidas que van a resultar absolutamente insuficientes como quedará confirmado los próximos días. Escándalo entre los diferentes expertos y los sanitarios que pelean en primera línea, que señalan con claridad que así no se combate al virus, que de esa manera tan light lo que nos vendrá, sí o sí, será la temida cuarta ola, al igual que vino la segunda y la tercera por no hacerles caso.
Como se dice coloquialmente; entre todos la mataron y ella sola se murió. En este caso en plural. Fracaso del Gobierno por no hacer las cosas bien y posición irresponsable de quienes se opusieron a medidas más contundentes. Quizás todo venga del famoso decreto de estado de alarma, que no tuvo la visión de contemplar estas circunstancias. Haber señalado que en casos límite era el Gobierno quién tomaba la decisión final sobre asuntos como el toque de queda.
Ahora acobardado por tener que llevar un nuevo decreto al Parlamento y ser derrotado debido a la inestable situación actual se pliega, tira la toalla ante la lucha contra esta pandemia. El problema es que las consecuencias las va a sufrir una parte de la sociedad, la que se habría librado de ingresar, de estar en la UCI, o fallecer si se hubieran hecho las cosas bien.
Si se pudiera comprobar científicamente cuanta gente habría estado afectada con medidas duras en comparación con las actuales, probablemente mucha gente debería presentar su dimisión y quizás ser juzgada por negligencia criminal. Un ejemplo lo tenemos en Navarra, que cuando se tomaron las medidas para rebajar la presión contra la pandemia, estábamos en niveles por debajo de 50 infectados diarios, con tasas de positividad por debajo del 3 %, e ingresos igualmente menores a 50 y ahora estamos en 206, >5 %, 80 respectivamente.
Y luego se enfadan al comparar a María Chivite con Isabel Díaz Ayuso. Hemos tirado la toalla por la incompetencia de nuestros políticos y por el fracaso de una parte de la sociedad que se comporta como si ya no hubiera pandemia, infringiendo todas las medidas habidas y por haber. Observar la riada de coches que salen de Madrid hacia los destinos turísticos, a pesar de los cierres perimetrales, hunde el ánimo.
Esa clase política infectada por otro virus igual de dañino y destructivo, como se ve con todo lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en Murcia, Castilla-León y Madrid. El fracaso de las mociones de censura, todas las circunstancias que se han dado, la convocatoria de elecciones anticipadas, no hacen sino confirmar que tenemos la peor clase política de la democracia.
Tacticismo, transfuguismo, oportunismo y todos los ismos que queramos añadir impregnan la esencia misma de esa especia de secta que son los políticos de ahora, todos los políticos, desde la derecha pasando por el centro a la izquierda, o al independentismo. Mientras tanto la sociedad contempla la situación entre abatida y pasota. También en esto hemos tirado la toalla, nos hemos rendido, incluso los pocos que aún resistimos con reflexiones como ésta, estamos a punto de hacerlo combatiendo en una soledad cruel.
No tiene remedio, esto está ya para “cerrar la barraca”, pero eso sí luego nos quejamos en las charlas de salón, o de barra de bar, aquellos que aún las tienen abiertas. Porque el virus que corroe la política actual ha sido infectado desde una sociedad líquida para el desguace. ¿Queda alguna esperanza? A corto plazo no parece. Veremos…