En una semana en la que todo son preparativos y reivindicaciones de cara al 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, y con la indeseable sombra de última hora de un nuevo asesinato machista en nuestro país, y ya van catorce en apenas dos meses de 2020, no me resisto a recordar la figura de una verdadera revolucionaria que, desde el seno de la Iglesia y hace casi mil años, se constituyó no sólo en una ferviente protofeminista sino en algo parecido a lo que se identifica con el “hombre del renacimiento”.
La he recordado estos días en los que algunas mujeres desde el seno de la Iglesia católica reivindican un papel más activo, algo que parece que no es nuevo, pues Hildegarda hace la friolera de casi 900 años también reivindicó, y consiguió algunos logros sin renegar de la institución. Por ejemplo, el establecimiento de espacios monacales separados para ambos sexos y, con ello, la dotación específica de los fondos para el mantenimiento de los femeninos, que hasta ese momento eran meros puntos residuales en los masculinos.
Ella, que era la ofrenda en forma de diezmo con la que sus padres cumplieron con la institución, conocía bien los bueyes con los que tenía que arar, gracias a su prolongada vida conventual que se extendió durante más de 70 años. Así que aprovechó al máximo su inteligencia, los conocimientos a los que tuvo acceso —los conventos eran los únicos espacios en los que los había en la época— y sus capacidades de observación y de deducción en múltiples materias: la medicina, la teología, la botánica, la poesía, la cocina y la música fueron algunas de ellas. Pero también la mejora de las condiciones de vida e higiene para la población general, para las mujeres, en particular, y para su comunidad de monjas. Algo que, como era de esperar, no fue demasiado bien entendido en la época por algunos grupos de influencia, enervados por el creciente poder de esta sor alemana que se carteaba no sólo con otros abades sino, incluso, con el papa de la época.
No diremos de tú a tú, porque ella conocía las limitaciones de la jerarquía eclesiástica y más siendo mujer; pero sí con la astucia suficiente como para salir airosa de muchas de las “empresas” en las que se embarcó. Sorprende por temprana y por su condición de célibe y virgen, la descripción del orgasmo femenino, ¡sí, hace casi mil años! y la defensa del acto sexual como algo intrínsecamente bello. Como era de esperar, aunque venerada, también fue cuestionada en su tiempo; y cayó en el olvido durante siglos. Hace menos de una década su figura fue recuperada con todos los honores, hasta el punto de convertirse en uno de los Doctores de la Iglesia.
Hildegarda de Bingen fue una mujer de su tiempo y de su espacio, ¿por qué no iba a serlo? Una religiosa, una persona en el seno de una iglesia, pero también una inteligente y brillante revolucionaria. Feliz Semana de la Mujer, desde siempre.