Este pasado fin de semana, un conocido de unos 45 años me decía que la mía es una vergüenza de generación, que si miras las estadísticas, España está llena de ninis y que prácticamente tenemos la vida acabada.
Este pasado fin de semana, un conocido de unos 45 años me decía que la mía es una vergüenza de generación, que si miras las estadísticas, España está llena de ninis y que prácticamente tenemos la vida acabada; que somos unos conformistas. No pude menos que rebatirle, por supuesto.
Evidentemente que hay ninis, pero también es cierto que vagos y sin ambiciones los ha habido siempre. Le hablé a este hombre de lo que yo veo. Miro a mi alrededor, a mis amigos, a mis conocidos, y sólo veo fuerzas, ganas y mucha lucha. Le hablé de Alba y Ana, que ante la falta de oportunidades aquí se fueron a Inglaterra de aupair a aprender un idioma y quizás a buscarse un futuro allí; veo a Sara, que ante una crisis de no saber qué hacer, dejó España para ser voluntaria en una pequeña isla griega; veo a Diego, que al no estar seguro de si quería acabar la carrera, en lugar de quedarse en casa se puso a trabajar como loco; a Belén, que ahora, después de mucho trabajar en una famosa cadena de fast food y ahorrar mucho, por fin está haciendo el máster de sus sueños; a Carmen, que es la única que está trabajando de lo nuestro y a pesar de todo no es su trabajo ideal, pero ahí sigue, luchando...
Y, como comprenderán, que me digan que somos una generación perdida, que somos unos vagos conformistas... Qué quieren que les diga, yo no me lo trago. Es más, me hace enfadar. Quizás aún es demasiado pronto para caracterizar a nuestra generación (aún no tenemos ni 30 años) pero creo que tenemos un buen puñado de cosas buenas: no tenemos ningún miedo a salir de nuestro país ni a alejarnos de los nuestros, tampoco nos da reparo trabajar de algo para lo que no hemos estudiado, aprendemos muy rápidamente, creamos nuestros propios trabajos, somos más emprendedores, más creativos y también más libres en nuestras relaciones. Todo no puede ser malo.
También le decía que si mira a su alrededor verá a muchos jóvenes trabajando sin parar, que ante una falta de oportunidades tan grande como la que hay en nuestro país, no se dejan derrotar; más bien al contrario. Y él me respondía que no sabemos lo que es trabajar de verdad, las jornadas interminables, trabajar con las manos, el esfuerzo real. Yo le argumenté en respuesta que las cosas han cambiado, que el trabajo ha cambiado, que hay trabajos nuevos y otros que ya están obsoletos, que ahora estamos preparados de otra forma (no mejor ni peor), que nos preparan (más o menos, pero ésa es otra historia) para trabajar en otros países, para trabajar online, para trabajar en grupo...que hay puestos como creador de contenidos, community manager o copy creativo que antes no existían...
No conseguí convencerlo. Se fue diciendo que mirase las estadísticas y que le daría la razón. Entonces me di cuenta de que habíamos estado hablando de cosas totalmente distintas, que a su manera él tenía razón, pero que no me había escuchado.