El 21 de octubre marca una fecha que siempre me hace reflexionar: el día de los hombres por la igualdad de género. Cada año, cuando se aproxima, no puedo evitar preguntarme qué estamos realmente haciendo los hombres al respecto. ¿Es suficiente lo que decimos? ¿O es momento de actuar con más contundencia? Veo a compañeros comprometidos trabajando en colegios, asociaciones, administraciones públicas e, incluso en algunos casos, en empresas privadas, aunque estos últimos son más bien excepciones. Sin embargo, a pesar de todo este esfuerzo, siento que hay una gran laguna. Sí, nos alineamos con el feminismo, pero evitamos pronunciarnos con claridad en temas que van más allá del género y que también nos afectan profundamente como sociedad.
Lo que más me preocupa es el miedo a ser etiquetados como un movimiento político. Este temor nos lleva a una especie de parálisis, como si la neutralidad frente a la injusticia fuera algo moralmente válido. Pero, en lo personal, siempre he sentido rechazo hacia esa aparente "neutralidad". Para mí, no es más que una forma de complicidad. Nos posicionamos cuando se trata de desigualdades de género y violencias machistas, y eso es positivo, pero evitamos tocar temas que también importan, como la prostitución, la ley trans o problemas como el empleo precario, la crisis de la vivienda o los crímenes contra la humanidad cometidos por Israel. Nos decimos a nosotros mismos que no es nuestra responsabilidad, pero al final, esa postura cómoda de nuestros talleres y grupos de reflexión nos deja atrapados en una burbuja que, por su misma limitación, molesta a pocos y a menos llega.
Sé que es importante que los hombres intentemos cambiar, que nos escuchemos y nos cuidemos. Terapias y autoayuda están bien, pero siento que estamos avanzando a paso de tortuga. Y la realidad me lo confirma: los hombres por la igualdad no estamos cambiando nada a gran escala. A veces, nos atribuimos los logros de esta lucha, pero en realidad, son los resultados de décadas, si no siglos, de lucha feminista.
Entonces, creo que ya es hora de dar un paso más allá. Tenemos que vencer nuestros propios miedos y asumir las críticas y los golpes que vendrán cuando tomemos partido. No podemos seguir enfocándonos solo en una pequeña parte de la lucha contra la desigualdad. La lucha por la igualdad pasa necesariamente por los derechos económicos y sociales, por el ecologismo y el antibelicismo, y eso lo han comprendido los movimientos feministas de todos los frentes: poscoloniales, racializados, transversales, progresistas y ecologistas.
Sí, está bien que ser "hombres por la igualdad" nos brinde cierto reconocimiento, e incluso, en algunos casos, trabajo o un modo de vida. Pero siento que debemos ir más allá de eso. Este 21 de octubre es una oportunidad perfecta para demostrar valentía y dejar de lado la comodidad, para asumir un rol activo y comprometido, no solo en los temas que nos tocan de cerca, sino en todas las injusticias que nos rodean.
Como reflexión final que me resulta particularmente llamativo son las dinámicas que siguen predominando como en el exitoso programa de televisión española 'La Revuelta'. En él, los hombres ocupan mayoritariamente el espacio, y a menudo surgen preguntas, miradas, sonrisas sutiles y comentarios que, aunque aparentan ser inocentes, revelan un machismo tal vez solo perceptible desde una perspectiva masculina. Estos gestos están tan bien disfrazados que incluso quienes los emiten no son conscientes de ellos. A esto lo denomino 'neofascismo progresista', una corriente que, bajo la fachada de modernidad, sigue perpetuando las viejas dinámicas de poder.