Como un simio buscándose el Punto G en el espejo desliza el dedo por la pantalla del móvil en un scroll infinito. Busca y busca la inspiración en las publicaciones de los demás, queriendo estar, queriendo ser algo, que no alguien, en la inmensidad de la personalidad comunal.
Cuando los anglicismos pueblan los textos —y ya llevaré yo unos cuantos, que no lo quiero ni mirar—, la palabra relevancia resuena con auténtico poder castellano, como si la dijera Aznar sin mover el labio superior: “relevancia, mirusté”. Me he parado a mirar un momento y veo que no eran tantos anglicismos, pero existe un alegre uso de las cursivas.
Una vez leí una frase devastadora que no recuerdo a quién iba dirigida, literalmente decía así: caer en la más absoluta irrelevancia. Ese es el problema del que vengo a hablaros, la irrelevancia. Pero sobre todo de cómo ha cambiado el significado de la palabra y de cómo la interpreta nuestro personaje especialmente creado para este texto, espero, nada irrelevante: el Homo Relevantis.
El Ser Humano es un animal social y como tal disfruta de los logros y reconocimientos que le brindan sus iguales. Pues bien, el grupo ha crecido y no sólo eso: se ha trasladado. El grupo no es ahora tu entorno, sino una pandilla de, por lo general, desconocidos de los que se busca cierta aceptación.
Si has leído más textos escritos por mí, te sonará esto que voy a decir: un mal de nuestro tiempo. Me gusta analizar el comportamiento humano y cómo se adapta a la tecnología y a los movimientos morales y éticos. Caer en la más absoluta irrelevancia es un mal de nuestro tiempo. Que a lo mejor te quiere un montón de gente y tienes una familia estupenda, pero necesitas estar presente en la vida de esos desconocidos, en la red, en el escaparate traslúcido en el que te expones y donde todo es caleidoscópico. No tú, nuestro protagonista; imaginémonoslo peludo y con los dientes amarillos.
Éramos pocos y parió la abuela. No teníamos bastantes problemas como para añadir otro a nuestra existencia. Hace poco leí un libro muy revelador sobre problemas mentales. Por si vuelven las voces, de Ángel Martín. En él, el autor representa la mente como un lugar físico, con baúles y cosas; y voces que eran gente. Recomendadísimo, por cierto. Pues este tipo de irrelevancia me la imagino como un pueblo pequeño, al que se llega a través de una carretera flanqueada por un paisaje árido. Un pueblo en el que existen sus personalidades y sus famosos, ya sea por matar una burra o porque su abuelo hacía cestas de mimbre.
Pero el pueblo se está llenando de gente moderna, que pasa del pueblo y siempre está haciendo autostop en la salida. La verbena está vacía aunque la orquesta suena, sólo unos jubilados bailan y beben vino con melocotón al ritmo del Chacachá del tren; y la gente moderna escucha de lejos el jolgorio y resoplan con desprecio. Nadie viene a recogerlos, pero la fiesta sigue a unos cientos de metros. Ellos tienen la cabeza en otra parte. Pero el pueblo es la nueva irrelevancia absoluta y ellos están en el borde, mirando al horizonte, viendo las luces de la ciudad y dejando pasar el disfrute que les podrían brindar su entorno.
Cambia si quieres el Chacachá del tren por un concierto de Radiohead. Y eso crea problemas, ansiedad e inseguridad. No Radiohead, lo otro. No es como cuando te quedabas en tu casa cuando todos salían, es como si te quedaras en casa pero estuvieras viendo en la tele como todos se lo pasaban genial: y tú intentando encajar desde lejos. Mientras, tu familia intenta que te sientes a echar una partida a un juego de mesa. Pero tú con las luces en la cabeza y los dientes amarillos. No tú, ya sabes.
Qué feo el Homo Relevantis, ¿verdad? Me recuerda a Harry, el Bigfoot de Harry y los Henderson. Una especie de troglodita grotesco, recubierto de pelos como un wookie. Pues los hay de todo tipo: guapos, delgados, ricos, pobres, blancos y negros. Borra la imagen de la que te hablé sobre ese ser extraño. Al final sí que era tú. O yo. Parando el scroll infinito.