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Cuando hablamos del machista ibérico, esa pseudoespecie protegida, enseguida se nos viene a la cabeza una imagen: hombre mayor, zona rural, nivel cultural bajo, escaso nivel adquisitivo, etc. Hay muchas más variantes, obviamente, pero lo primero en lo que pensamos no es precisamente en un chaval en la edad del pavo, con sobredosis de testosterona, zapatillas deportivas y peinado ultramoderno. O sí. El caso es que los estudios que un grupo de periodistas esgrimimos como ejemplo de violencia de género en los colegios de Jerez en que damos clases dan fe de ello. Los adolescentes cada vez son más machistas, tanto ellos como ellas. Repiten conductas que creíamos más propias de la España de Franco que de los institutos de la Logse de la democracia actual. Peores que sus padres y madres. Como sus abuelos y abuelas. O más anticuadas, si me apuran.

Ellos, claro, no lo saben. Pero en cuanto el profesor rasca un poco, salen a la luz esas actitudes paternalistas que Ganemos tanto se esfuerza en desterrar en Jerez con las azafatas del Gran Premio. Y si no creen en las encuestas, vayamos a un caso práctico. Un instituto de la zona Este de la ciudad. Una clase de chicos de la ESO. El debate versa sobre cuernos y control del móvil, que ellos entienden más que palabras que les suenan a chino como heteropatriarcado, cosificación o violencia machista. Un chico, que adopta habitualmente el rol de agitador de masas de la clase, me dice así, a quemarropa, que si su novia "se liara con otro" él no la agrediría, Dios lo libre: mandaría a una amiga —que estará más bien visto, supongo— a "calentarla", una suerte de sicaria juvenil propia de sus códigos mafiosos. Y si fuera su hermana la que traicionara a su pareja, "no le pegaría porque vamos... mi hermana sería incapaz de hacer eso", manifiesta mientras se muerde el puño y cabecea como si eso no entrara en sus planes.

Lo peor viene cuando una compañera, a la que su ex hizo daño psicológico en su día "con la otra", se expresa en términos parecidos. Ésta tiraría directamente de un amigo para que le zurrara la badana al infiel. Lógicamente el resto de la clase se echa las manos a la cabeza. Algunos temblamos. Porque pensamos qué será de nosotros en el futuro. O en el pasado.

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