El 14 de abril de este año se conmemora el 90 aniversario de la proclamación de la II República en España. Ya se sabe que los aniversarios múltiples de 10 adquieren una mayor relevancia, aunque la situación pandémica obligue a restringir actos multitudinarios. ¿Serían de masas o de apenas un grupo reducido de nostálgicos? ¿Realmente la sociedad española está implicada en la posibilidad de que algún día llegue esa nueva República?
Me temo que no, que está preocupada por otras cuestiones que considera de mayor relevancia, en primer lugar la Covid-19 y después, el paro, la crisis, la tensión política, la situación en Catalunya, y Madrid, o en si Sánchez y Ayuso se sacuden o dejan de hacerlo. No parece que en el momento actual la República, su posible llegada y como consecuencia la desaparición de la Monarquía, esté entre los objetivos fundamentales de esa sociedad, demasiado líquida para asuntos de esta enjundia.
Habrá, eso sí, ese día numerosos reportajes, escritos, comentarios, debates, pero no nos engañemos, sólo una minoría participará en ellos y desde luego no será el tema dominante en las charlas de terraza de bar, o de paseos vespertinos. ¿Resulta decepcionante, especialmente después del año de escándalos que nos han llegado desde la monarquía? Puede ser, pero esa parece ser la realidad actual.
Ni siquiera la izquierda parece demasiado implicada, algo más en Unidas Podemos, en especial en el PCE, o ERC y Bildu, aunque en este caso en la “suya”, pero muy poco en el seno del PSOE que de momento considera el sistema actual inamovible, de ahí su defensa del actual monarca Felipe VI, al que excluye de la responsabilidad de lo que ocurre en su familia más directa.
Nada que ver con lo que ocurrió durante la Transición, especialmente en el seno del PCE, cuando Santiago Carrillo en un gesto de “pragmatismo” de los que hacen época, impuso a sangre y fuego la aceptación de la monarquía y de la bandera bicolor en su seno. Aquello fue muy difícil de tragar, especialmente por unas bases que se habían batido el cobre frente al franquismo, en defensa de una serie de elementos ideológicos básicos que parecían inalterables: marxismo-leninismo, república, bandera tricolor, ateísmo. Principios cuya dejación fue el precio a pagar para la legalización, e incluso según algunos teóricos del tema, para que la democracia pudiera llegar y asentarse.
También en la otra izquierda, la socialista se pagó un alto precio como el abandono del marxismo en su XXVIII Congreso, así como de la misma manera aceptar una monarquía en la que no creían. Más jirones dejados por la izquierda en ese largo y tortuoso camino hacia la democracia y la libertad. De si valieron la pena esos esfuerzos existen diferentes teorías y al menos vistas desde la perspectiva actual me temo que no, que esa antinatural decisión probablemente trajo victorias electorales pero no ideológicas de fondo, no transformaciones profundas e inalterables de la sociedad.
Los dirigentes impusieron a las bases su pragmatismo, su “sensatez” y la izquierda tuvo que cargar con un peso muerto como la monarquía cuyo único papel importante, cuestionado por algunos, fue su actuación parece que defensora del orden constitucional, la famosa noche del 23-F de 1981.
Cierto es que en aquel momento los poderes fácticos heredados del franquismo (policía, guardia civil y ejército), al no haberse dado la ruptura necesaria, estaban totalmente incontrolados por el poder político y podían haber entorpecido nuestra marcha hacia la democracia. Aunque resulta evidente que si el rey no se hubiera puesto en medio esa marcha habría resultado igualmente imparable, posiblemente con un mayor coste de dolor y sufrimiento, pero habríamos llegado igual sin él.
A partir de ahí su función ha sido meramente protocolaria, cada vez con menos poder y menos funciones, más allá de las simbólicas absolutamente prescindibles en nuestro sistema democrático. Pero como no estorbaba, como más allá de anécdotas o bromas estúpidas no originaba ningún quebradero de cabeza, incluso teorizando que su costo no era excesivo, nadie la cuestionó de una manera seria. Solo minorías provenientes de IU en la época de Julio Anguita defendieron su eliminación.
Durante muchos años la sociedad la ha valorado entre las instituciones que gozan de su máximo apoyo y respeto, incluso ahora a pesar de los escándalos que ha protagonizado. ¿Es el momento de que esa izquierda reabra de nuevo el debate sobre monarquía y república, defendiendo con claridad y contundencia que la primera resulta ya caduca, estéril? Especialmente el interrogante es pertinente después de estar implicada en esos episodios claros de supuesta delincuencia.
¿Se debería por parte de la izquierda ser beligerante defendiendo que por tanto no tiene cabida en nuestro futuro como pueblo? ¿Sería ese debate rentable socialmente y por tanto electoralmente? Parece que no, por eso en el interrogante inicial la respuesta sería que no es posible hoy alcanzar esa ansiada, para alguno de nosotros, III República y que hoy se queda por tanto en el terreno de la utopía alcanzarla. Pero como el que escribe esta reflexión se considera defensor de la utopía lanza un mensaje final: ¡Viva la III República!
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