“Infinito es el número de los tontos” (Eclesiastés, 1.15).
Documentación científica poco rigurosa
En el siglo XIX se puso de moda una pseudo-ciencia llamada “frenología” que defendía que la inteligencia no provenía ni de los genes ni de la cultura, sino de la forma de la cabeza. Según los frenólogos, una persona que tuviera cabeza de calabaza tendría ideas parecidas al puré de calabaza; si un sujeto tenía una cabeza en forma de campana entonces, este sujeto, tendría una cabeza hueca y bulliciosa; si alguien, por el contrario, tenía una cabeza en forma de balón de fútbol, entonces mostraría una inteligencia redonda y engañosa.
En internet, cantera informativa del noventa y cinco por ciento de los tontos, entre los cuales me incluyo, nos cuentan las historias de un personaje célebre que se llamaba Abundio. De quien se dice: “Que fue a vendimiar y se llevó uvas de postre”; “que vendió la vaca para comprar leche”; “que vendió sus zapatos para comprarse unos cordones”; “que en una carrera en la que corría él solo llegó el segundo”; “que vendió una oreja porque la tenía repetida”; “que regaba el cortijo con su propio orín a modo de riego por goteo” o “que vendió el coche para comprar gasolina”. En su pueblo le decían “el tonto del bote”. Era tan bobo que no tenía competencia.
En los medios de comunicación también se dicen muchas estupideces. Valgan algunas como ejemplos:
En Radio Nacional de España cuentan que se han adiestrado perros para que los niños les lean, así se les quita el miedo a los perros y le cogen gusto a la lectura, especialmente los niños con dificultades de aprendizaje.
Que en verano haga calor no es una noticia de apertura de telediario; no es ni tan siquiera una noticia que haga mucho calor. Que en invierno nieve abundantemente, ídem de lo mismo. Pero las televisiones necesitan contarnos a diario el apocalipsis, sea en forma de meteorología adversa o de cualquier otra amenaza, más o menos infundada. Se acompaña la falsa noticia con música de tensión, totalmente cinematográfica.
En cualquiera de las televisiones de ámbito nacional (incluidas las públicas), el locutor dice Girona, A Coruña, Hondarribia. ¿Por qué ocurre esto? Pues por una sencilla regla; la “idiotez” hace que alguien crea conveniente para no molestar a los ciudadanos de otras autonomías, citar sus ciudades en la lengua cooficial de esa autonomía.
O referirse al síndrome de la entrada al colegio por primera vez en la guardería o en educación infantil; o a la samhainofobia que es el miedo irracional a la fiesta de Halloween; o al síndrome postvacacional.
Luego están las interminables idioteces cotidianas. Valgan algunas como ejemplo: acumular papel higiénico en época de crisis social; creer que los tatuajes se heredan; pensar que en el fútbol hay acontecimientos históricos; ir en moto con el móvil activo leyéndolo o llevar la música a todo volumen en el coche; jugar a juegos adictivos en el móvil o la tableta y no conocer la noticia del día; asustarse porque alguien ha dicho que el fin del mundo está muy cerca; luchar por tener muchos seguidores en Facebook o en Instagram; seguir afirmando que la Tierra es plana o negar el cambio climático; no aceptar el deseo amoroso de los homosexuales; exigir honestidad al gobierno pero huir del radar de Hacienda; formar colas en los bancos o en el Ayuntamiento;…
Itinerarios de la estupidez
Quizás el postulado central de toda la filosofía tradicional ha sido considerar al hombre un ser racional. Ya Platón propugnaba el uso de la razón como única vía de conocimiento, despreciando la aportación de los sentidos. El hiperbólico Hegel afirma: “Todo lo real es racional y todo lo racional es real”. Más tarde, afortunadamente, vinieron los filósofos de la sospecha que consideraron que la conciencia en su conjunto es una conciencia falsa. Según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos; Freud, por la represión del inconsciente y Nietzsche por el resentimiento del débil. En consecuencia, estos autores pusieron en tela de juicio el carácter exclusivamente racional del ser humano, poniendo de relieve, por tanto, sus aspectos irracionales, que vienen de la mano de los sentimientos y de los sentidos. Yo voy más allá: La tontería en el hombre es una característica autónoma que no guarda ninguna relación con su capacidad de inteligencia. Es decir, en la persona se combina perfectamente inteligencia y necedad, racionalidad y estupidez.
Los conceptos de imbécil, idiota o estúpido se usan como sinónimos. Sin entrar en matices, se considera como imbécil a una persona que se comporta con poca inteligencia. Es un “débil mental”, que no se rige por principios o valores. Decía Balzac: “Un imbécil que no tiene más que una idea en la cabeza es más fuerte que un hombre de talento que tiene millares”.
Carlo M. Cipolla, en su Allegro ma non troppo (Pos. 168, quierocreditosdelibre.wordpress.com), desarrolla lo que él llama la tercera ley fundamental (Ley de oro), que dice así: “Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Veamos algunas de sus características individuales y colectivas:
El estúpido padece estrechez de miras, solo tiene en cuenta un punto de vista. Es tosco y fanfarrón. Se cree que está en posesión de la verdad. Niega la complejidad y difunde su simplicidad de forma dogmática.
Ni sabe ni quiere saber. Se caracteriza por la falta de información y por la ignorancia sobre el tema sobre el cual opinan. En todo caso, hablan como si supieran del asunto que se trata. Así ocurre, en no pocas ocasiones, en las tertulias de los medios de comunicación.
Habla mucho y todo el tiempo de sí mismo. Son veleidosos de opinión, que cambian según la tajada económica a conseguir o el último impulso sentimental que le permita descollar. No tienen pudor a la hora de alabarse a sí mismo.
Vive siempre a contracorriente de lo que piensen o hagan los demás. Dice cosas poco coherentes, habla sin sentido. Es el impertinente que habla cuando no es oportuno o de aquello que no es conveniente.
Prejuzga a los demás gratuitamente. Cuando opinan, establecen primero su juicio de valor sobre las personas implicadas y luego dan los hechos que interesan al caso. La estupidez se emparenta con la ausencia de diálogo y la intolerancia.
Tomás de Aquino distingue entre la estulticia especulativa y la práctica: hay gentes muy limitadas de inteligencia pero que saben actuar bien; hay, en cambio, personas inteligentísimas que son estultos en su actuar. Se puede añadir que hay personas muy hábiles en su especialidad laboral, por ejemplo, en la medicina, y que pueden actuar como un imbécil en cualquier otro aspecto de la vida.
El imbécil no supera el nivel primario de la inteligencia y necesita de muchos ejemplos para entender; el intelecto elevado, de pocas cosas, extrae mucho conocimiento. La estulticia se caracteriza por la falta de sensibilidad y el embotamiento del corazón. Se opone a la sutileza y la perspicacia.
El hombre estúpido no expresa su propio yo; su libre pensamiento está bloqueado. La expresión de sus instintos, sus sentimientos o su imaginario no cuenta. Repite sin cesar el argumentario de su colectivo, por ejemplo, el partido político, expresando frases hechas que le salen de manera mecánica. Copia, copia y copia esquemas ya vistos.
Persona que se ríe, presta siempre a agradar, sin haber ningún motivo para reírse. ¿De qué se ríe sin venir a cuento, sin motivo? ¡Jajajaja!, risa de bobo.
Se alimenta de grandes ideales difusos, de lugares comunes, de proclamas simplistas: todo es negro o todo es blanco. Suelen leer obras (novela, ensayo, autoayuda…) exclusivamente para reafirmar su opinión.
En el ámbito colectivo, cuando en la comunicación dentro de los grupos humanos el “más” se rebaja al nivel del “menos”; en caso contrario, el “menos” no comprendería nada y cualquier tipo de relación se volvería imposible. Éste es el movimiento descendente que regula las relaciones entre las jerarquías formales o informales. La capacidad colectiva de pensamiento se regula por la del más tonto.
El funcionamiento de las organizaciones burocráticas se rige por dos principios: a) El Principio de Peter: En una jerarquía, cada persona tiende a ascender hasta que llega a su nivel de incompetencia y se revela incapaz; y b) La Ley de Parkinson: “A partir de ese momento y en adelante, empieza a multiplicar sus obligaciones, para así ocultar su incompetencia”. (Elogio del imbécil, Pino Aprile, pág. 142, Ed. Planeta).
Remedios contra la imbecilidad
No los tengo, primero porque un cierto grado de idiotez nos hace felices, y, segundo, porque considero a los lectores suficientemente inteligentes.
“… Júpiter (entre los dioses griegos) indujo en la vida humana más inclinación a las pasiones que a la razón para que ésta no fuese irremediablemente triste y severa". (Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam, pág. 75, Colección Austral).
"... con frecuencia lo que ningún argumento oratorio puede deshacer, la risa lo desbarata". (Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam, Cap. L, pág. 133, Colección Austral).
"... dialéctica de la imbecilidad", inversa y simétrica respecto de la más discutida, pero infinitamente menos influyente, dialéctica de la ilustración". (La imbecilidad es cosa seria, Maurizio Ferraris, pos. 328, Ed. Planeta).