En un mundo globalizado, donde a un clic puedes hacer cumplir tus más recónditos deseos (siempre con pasta de por medio, obviamente), aunque vengan de la otra punta del mundo, resulta complicado poner barreras o, mejor dicho, controles. Pero ¡ojo! cuando nos referimos a las cosas de comer y a la seguridad alimentaria… Por aquí no pasamos. ¿O sí?
A priori consideramos cuando hablamos de alimentación que cualquier control es poco. Y es lógico, pues concierne a nuestra salud y a la de nuestra familia. Pero qué pasa si descubrimos que los productos agroalimentarios que adquirimos no son tan fiables como pensamos. Qué pasa si lo que realmente hacemos es confiar a ciegas en una marca trabajada con ahínco en nuestro subconsciente por el marketing y la publicidad, y todo se reduce a un acto de fe, sin más.
Qué pasa si compramos, por ejemplo, en una gran cadena de supermercados un tomate de una variedad de las más ‘chupis’, a un precio considerable (por cierto), creyendo que compramos ‘canelita’, y ese producto hortícola en concreto ha venido en un camión desde Marruecos, ha sido cultivado con las normas de Marruecos, que no son precisamente las comunitarias, y además no ha sido ni inspeccionado en el control fronterizo.
Pues lo que pasa, sencillamente, es que nos están dando gato por liebre. Estamos comprando un tomate del que desconocemos cómo ha sido cultivado, en qué tierra, con qué agua, y del que no sabemos con qué productos químicos (muchos prohibidos en Europa) ha sido tratado.
Para colmo de males, a la vez que nos timan a los consumidores, roban a los agricultores españoles, la mayoría andaluces y también de nuestra provincia, ya que los productos hortofrutícolas importados de países terceros tiran los precios aquí. Y eso que no se pueden comparar en ningún sentido: los nuestros están cultivados siguiendo estrictas normas y con todas las garantías de seguridad alimentaria, los de países extra comunitarios son un misterio.
Asimismo, hay que tener en cuenta las deplorables condiciones laborales de la mano de obra de estos terceros países, de las que se aprovechan las grandes empresas multinacionales que no invierten ni generan riqueza en esos territorios.
A pesar de ello, frutas y verduras importadas entran a nuestros mercados por la puerta de atrás, favoreciendo a grandes empresas distribuidoras y comercializadoras, los grandes beneficiados de este auténtico fraude.
Los datos dejan en evidencia a este negocio oscuro que crece de manera imparable a costa del perjuicio a los agricultores y que juega con la alimentación de nuestra familia. Según la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos –COAG—, es dramático el crecimiento de las importaciones de países terceros a la UE, gracias a la continua apertura mediante acuerdos para la liberalización del comercio de productos agrarios, que dejan vendido a nuestro sector productor.
Por ejemplo, las llegadas de producto de Marruecos a España han pasado de 151.059 toneladas en 2009 a 399.519 toneladas en 2018, un 164% más. Concretamente en pimiento, se han incrementado un 210% entre 2010 y 2018 (hasta las 52.800 toneladas), en tomate un 200% (hasta las 63.300 toneladas) y en judías verde un 38% (hasta las 87.500 toneladas). También han aumentado las cifras de Egipto un 1.667% más, o Argelia. Hay que destacar que empresas importadoras, en ocasiones, reetiquetan el producto que traen de fuera para disfrazar la calidad diferencial que tiene frente a nuestras producciones.
Ante estas cifras, no vale mirar para otro lado. Y eso es lo que están haciendo los responsables políticos, destruyendo de paso nuestro tejido productivo y la economía social. Y todo porque el poderoso lobby de la distribución alienta en Bruselas una mayor liberalización comercial para saturar de forma innecesaria el mercado interno y presionar los precios a la baja.
Los agricultores ya están poniendo pie en pared, porque no aguantan más. Pero ¿qué podemos hacer los consumidores? Pues fijarnos muy bien en lo que compramos, si tenemos la suerte de poder comprobar la procedencia del producto en cuestión. Si viene de fuera, teniendo esos cultivos en nuestra zona, hay que sospechar. Siempre será mejor, para nuestra salud y para nuestro entorno, comprar y consumir frutas y verduras de proximidad y de temporada. Estaremos contribuyendo a la economía social de nuestra zona, al medio ambiente y poniendo nuestro granito de arena para que agricultores y ganaderos obtengan unos precios justos por sus cultivos. Con muchos granitos juntos podemos hacer una montaña contra la fiebre depredadora de importacionitis. Miremos el origen en las etiquetas.
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