In-condicional

¿Por qué es positivo estar siempre? ¿No sería un acicate para que el ser quede en segundo plano?

Profesora de Secundaria y Bachillerato, licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Sevilla. Programa Experto en Coaching Profesional con Liderazgo e Inteligencia Emocional por Alientacoaching Internacional. Formación con Pepa Bermúdez en Coaching Transpersonal (niveles básico y avanzado). A pesar de escribir desde siempre, el primero de los tres cursos de Escritura Intimista que realicé con Rocío de Juan supuso un punto de inflexión en mi forma de entender la Literatura, pues empecé a ser sensible a la belleza de lo cotidiano y a traducirla en palabras. Hoy en día no concibo escribir de lo pequeño sin lo sublime, inspirándome en tantas historias propias y ajenas, sobre todo de jóvenes que pasan cada año por las aulas donde trabajo y en donde, por supuesto, me siento alumna.

Fotograma de 'Hamlet'.

“Ser o no ser, esa es la cuestión”, dijo Skakespeare a través de Hamlet. Si en castellano suena bonito, en inglés es una locura: “ To be or not to be, that´s the question”. Se me ocurren momentos en los que esa frase tan de teatro del siglo diecisiete tiene sentido en el día a día de una mujer como tantas otras en una sociedad obsesionada con el tener, parecer y disimular. No nos engañemos: ser es difícil, casi tanto como estar. Tan parecido es que en inglés se dice igual: to be.  

Hamlet, calavera en mano, sigue así el soliloquio según una traducción más o menos fiable: “… si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas de la Fortuna injusta o armarse contra un mar de adversidades y darles fin con atrevida resistencia”. Hay cientos de estudios que dan contexto a este monólogo del acto tercero, todos interesantes y cargados de profundidad, y prácticamente todos inciden en la indecisión y la batalla entre quién eres y quién te dicen que seas, en el conflicto entre tus valores y la necesidad de no defraudar a los demás. El ser contra el estar.

¿Pero no eran verbos parecidos? Depende de si has leído o no Hamlet, por ejemplo. O si te has encontrado en una de esas situaciones cotidianas en las que no has tenido más remedio que guardar tus opiniones por la paz en casa. Elegir entre ser o estar no suele ser fácil. Decepcionar para no decepcionarte acarrea toneladas de culpa, pero decepcionarte por no decepcionar suele traer como consecuencia inmediata malestar, incomprensión y también cierto alivio como consecuencia del trabajo “bien hecho”, aunque podría parecer que estaría bien hecho si a la larga esa sensación de paz perdura.

Te pongo en situación: en una clase de bachillerato se sientan juntas dos compañeras, amigas del alma dentro y fuera de las paredes del colegio. Visten sudaderas parecidas, vaqueros del mismo corte y sus largas melenas castañas se recogen en moños a distinta altura. Una tiene la costumbre de anotarlo todo, sus apuntes son famosos en la clase porque son completos, limpios y además usa subrayadores de colores según la dificultad de las notas que ha cogido. Afirma que necesita trabajarlos porque si no, se pone nerviosa. Es evidente que obtiene buenas calificaciones y que se exige más que la media de alumnos de su clase.

Su compañera, que también se preocupa por llevar lo académico al día, cuenta con los apuntes de su amiga. Sabe que ella es la primera a la que se los dejará, para algo son casi hermanas. Gracias a ellos y a su esfuerzo sus resultados son más que buenos.

Aparentemente, un plan sin fisuras. Apoyo incondicional, nada puede fallar. Las dos están contentas, hay una relación de comensalismo: una saca provecho sin que la otra se afecte por ello. Pero a mí, que veo la escena desde la mesa de la profesora, se me ocurre que hay algo de parasitismo disfrazado de amistad tan fuerte como solo la adolescencia puede generar.

Y la palabra incondicional me araña por dentro, porque no tengo claro si la incondicionalidad es tan buena como suponemos. ¿Por qué es positivo estar siempre? ¿No sería un acicate para que el ser quede en segundo plano? 

Vuelvo a Hamlet y lo imagino sufriendo por la petición del fantasma de su padre, que le pide que mate al marido de su madre porque debe vengar su muerte.

También repaso esos momentos de los que hablaba al principio y me veo rodeada de amigos que siempre, siempre están, incondicionales en fondo y forma. Y se me antoja que los prefiero condicionales si el estar para mí los desvía del ser para ellos. Los quiero In. Los quiero condicionales. En definitiva, los quiero. Y a Hamlet, un poco, también.