Un programa de aprendizaje profundo ha permito predecir la esperanza de vida de enfermos de covid en la UCI de un centro sanitario con un nivel de acierto superior al 95%. El crecimiento exponencial de la potencia de computación de los programas y de las computadoras muestra una fuerza predictiva muy superior al razonamiento humano. ¿Sustituirá la Inteligencia Artificial (IA) a la ciencia teórica? ¿Dejaremos de buscar causalidades y solo encontraremos correlaciones? ¿Abandonaremos el curso de acción hipótesis-teoría-verificación o falsación? ¿Desaparecerá la medicina, la economía o la física y serán sustituidas por programas y programadores de big data y aprendizaje profundo? ¿Y qué ocurrirá si es factible materialmente la computación cuántica? ¿Es esto una predicción científica o es más bien una prescripción política?
Las implicación que comporta una ciencia posteórica van mucho más allá del debate teórico aséptico y nos adentra en el complejo entramado de la epistemología política. Una ciencia posteórica supone que las funciones de formulación de hipótesis, inferencias (inductiva, deductiva y abductiva), explicación causal, comprensión funcional, generalización y predicción, hasta ahora depositadas en la ciencia serian desplazada desde la inteligencia colectiva humana a la computación algorítmica no humana.
Un auténtico golpe de Estado contra la democracia cognitiva basada en el ejercicio cooperativo de la inteligencia colectiva ¿Es esto realmente lo que deseamos, ser gobernados por algoritmos despóticos? ¿Ser gobernados por déspotas ilustrados digitales? ¿El nuevo déspota digital no sería un especie de autómata de Praga sofisticado? ¿Y si el nuevo gólem digital, no esconde a otro soberano oculto no precisamente digital? ¿Es éste el único escenario posible de convivencia entre inteligencia colectiva (ciencia) e inteligencia artificial?
Para intentar ir despejando tantos interrogantes miremos el curso de la acción histórica. La IA es un producto directo de la biomímesis científica, y especialmente de modelos teóricos que imitan formas de organización hierárquica de nuestro cerebro como son las redes neuronales. Incluso el Aprendizaje profundo que alienta los pronósticos más optimistas sobre un desarrollo completamente autónomo de la IA está fundamentado en la teoría de la mente y en los modelos de la teoría de la metacognición humana.
Esté claro pues que de momento la IA es una creación mimética de la cognición humana y un producto de la ciencia teórica. ¿Pero comporta esta constatación histórica que la IA está condenada por su linaje teórico a ser siempre dependiente del creador original? ¿No compromete esta explicación a resucitar, en una versión antropocéntrica, el viejo argumento tomista del reloj y el relojero? Ciertamente esta sería la pobre conclusión, si este fuera el argumento central para sostener la fatídica superioridad de la cognición humana sobre la IA. Pero no es así, pues se trata de un argumento auxiliar y contextual para adentrarnos en una explicación de causalidad inversa.
Usamos la causalidad inversa para construir modelos de la realidad que nos permitan explicar y predecir el campo de probabilidades. ¿Habría sido posible la IA sin ciencia teórica? Ya la hemos contestado, evidentemente no ¿Hubiera sido posible que la IA generara ciencia teórica o algo cuyo comportamiento fuera equiparable al modo de proceder de la ciencia teórica? Esta simple inversión nos dice mucho de la naturaleza de la ciencia y de la IA. El conjunto de funciones que abarca la ciencia es muy superior al conjunto de funciones potenciales de la IA por razones materiales y estrictamente evolutivas.
Se podrá objetar contra la validez de este argumento que es una foto fija del momento actual, y que nada obliga que en un futuro la relación se vea alterada por la evolución de la IA. Esta objeción sería aceptable, si el dinamismo solo afectara a la IA y la ciencia estuviera estática. Es decir, si la coevolución entre ciencia y la IA fuera inviable. Se podría de nuevo contra argumentar que los ritmos evolutivos entre IA y ciencia son muy asimétricos pues la capacidad física, hardware, de computación crece a un ritmo muy superior que la evolución teórica.
Detengámonos en la supuesta asimetría de cambios evolutivos. Imaginemos que la computación cuántica es materialmente factible ¿El hardware y el software cuánticos serian también un producto de la función mimética de la ciencia teórica? Por supuesto la computación cuántica se construye a partir de las leyes que rigen en un determinado nivel, subatómico, de organización de la materia, por tanto le son atribuibles el mismo grado de prioridad conceptual que al resto de la computación ¿Podría la computación cuántica haber dado a luz a la física cuántica? La respuesta de nuevo es negativa por los mismo motivos que en la inversión causal aplicada a la IA convencional: gradiente evolutivo de complejidad
Sabemos que la plasticidad de la selección cultural es enorme e inaudita en el entorno de la conducta biótica inteligente. ¿Por qué rechazar la coevolución entre ciencia e IA? ¿Por qué hemos de suponer que la selección cultural no podrá alumbrar un tipo y grado de metacognición computacional reflexiva o teórica si la recursividad supone una neta ventaja evolutiva? ¿Por qué no pensar en un proceso de coevolución ciencia e IA?¿Qué lo impide si la predicción evolutiva lo confirma? Nada impide la deseable, y eficiente, coevolucion entre ciencia teórica e IA.
Si la consciencia no es sino una teoría predictiva del cerebro humano sobre sí mismo, como demuestra Cleereman; ¿por qué sustituir a la ciencia con consciencia, como decía Morin, por un déspota digital? Marx ya anticipo en los Grundrisse que habría un momento en el que el desarrollo de las fuerzas productivas chocaría con las relaciones de producción capitalistas, ese momento está hoy más cercano que nunca.
Solo la disposición institucional prevendría de los intereses de unos pocos dueños del gólem digital que están interesados en convertir en predicción científica lo que no es sino prescripción política.
Escondidos tras el golem digital, el capital sueña un nuevo orden natural de la servidumbre computacional. Legitimado por un nuevo derecho natural computerizado, por el cual la dominación y la injusticia aparecen como decisiones de algoritmos neutrales. Pero hoy los algoritmos tienen sesgos y dueños. Y los sesgos que tienen son los sesgos de los dueños. Y los dueños son los que quieren que gobiernen los algoritmos y por eso la predicción del fin de la ciencia teórica, mil veces ya anunciada en los planes de estudio y en los protocolos de investigación, es en la actualidad un golpe de Estado en ciernes.