Este mes de julio se cumplen diez años de la aprobación definitiva del Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de Jerez. Para quien desconozca qué es el Plan, se trata de un documento de carácter legal que define, regula y ordena el desarrollo urbano del municipio, desde la propia ciudad y núcleos rurales hasta los suelos de carácter natural o rural que conforman el término. Establece, grosso modo, algunas cuestiones básicas para la ciudad como los usos del suelo (residencial, turístico, actividades económicas, equipamientos, etc.), el número y tipo de viviendas, las zonas verdes, las infraestructuras básicas, los equipamientos y las dotaciones públicas, los edificios y espacios protegidos por su interés natural, patrimonial, arquitectónico o arqueológico o el modelo de movilidad y transporte. Por decirlo de otra manera, el PGOU podría ser la expresión gráfica del proyecto o modelo de ciudad que un municipio quiere desarrollar. Por tanto, el Plan General resulta un documento de gran importancia para la ciudad y con una implicación directa en el desarrollo socio-económico y ambiental de un municipio y, por ende, en la calidad de vida de las personas que la habitan o la visitan.
Para entender cómo es el Plan actual hay que empezar diciendo que es un documento que el Ayuntamiento redactó en plena burbuja inmobiliaria y, por tanto, sus objetivos y orientaciones esenciales planteaban (y plantean) un crecimiento expansivo de la ciudad en base a grandes superficies de suelo urbanizable y una desproporcionada e injustificada oferta de viviendas. Siguiendo los paradigmas del urbanismo especulador y depredador de territorio de finales de los noventa y principios del 2000, el PGOU apuesta por redefinir los límites de la ciudad rellenando con nuevos y grandes desarrollos todos los suelos que están entre el actual núcleo urbano y la ronda oeste, desde el aeropuerto hasta la carretera de El Puerto y el campo de golf de Torrox, por un lado y, por otro, la zona sur y este de la ciudad desde el polígono del Portal hasta Caulina, pasando por los pagos de Montealegre y toda la avenida Juan Carlos I. En números significan más de 37.000 nuevas viviendas y la transformación de una superficie equivalente a más de 1.300 campos de futbol que duplicarán el tamaño del actual núcleo urbano de Jerez.
Estas previsiones de desarrollo se sustentan además sobre unos argumentos irreales y totalmente arbitrarios. Según las hipótesis del actual Plan General de Jerez, la ciudad tendrá 250.000 habitantes en 2020, cuando lo cierto es que el último dato de 2018 sitúa la población alrededor de los 213.000 habitantes y además en retroceso.
Con estos mimbres el modelo que propone el Plan responde al de una ciudad ambiental, económica y socialmente insostenible. Desde el punto de vista ambiental, el modelo urbano del PGOU conlleva un consumo irracional de suelo, energía y recursos hídricos, la generación de mayores cantidades de residuos, la promoción del coche privado como única forma de moverse por la ciudad, o el incremento de las emisiones de CO2. La huella ecológica del PGOU de Jerez es abismal y en un momento en el que estamos hablando de transición ecológica hacia modelos urbanos ambientalmente más eficientes y sostenibles, el Plan representa la antítesis.
Desde el punto de vista social no hay una apuesta por la intervención sobre los barrios históricos y los espacios desfavorecidos, si no que el interés se focaliza en los nuevos desarrollos, potenciando y segregando la zona sur como un gran polo de viviendas de VPO. Tampoco plantean intervenciones generales de accesibilidad y mejora de espacios para hacer la ciudad más amable y asequible para colectivos como la infancia y las personas mayores.
Otro de los grandes problemas de este Plan General es que ha programado el desarrollo de la ciudad y las grandes inversiones en materia de infraestructuras, dotaciones, equipamientos y zonas verdes a partir de la ejecución de los nuevos suelos. Como en términos generales estos son inviables e innecesarios, todas esas inversiones no se pueden ejecutar y, por tanto, hay una parálisis, por ejemplo, en el desarrollo de nuevas infraestructuras o el sistema de espacios libres de Jerez.
Diez años después nos encontramos con un Plan anacrónico, inservible e inviable que proyecta un modelo de ciudad indeseable. Se puede decir que ha sido en el urbanismo local una década perdida. Y esto que ha pasado desde luego no es algo que no se supiera en el 2009. Lo sabían los técnicos municipales, que actuaron con omisión, falta de rigor y sin atreverse a cuestiones las consignas políticas. Lo sabían los consultores que asesoraron al ayuntamiento en la redacción y evaluaron ambientalmente el Plan, pero prefirieron justificar lo injustificable en vez de marcar los límites. Y lo denunciaron un grupo de colectivos sociales de la ciudad, que desmontaron los argumentos del Plan, pero sus alegaciones y alternativas fueron metidas en un cajón y no se les dio respuesta, certificando con ello la ciudad de 2020 no está diseñada para las personas si no las promotoras inmobiliarias.
Y es también una década perdida por que a pesar de que muchas personas son conscientes de que tenemos un Plan inservible y que dibuja un modelo de ciudad que no es capaz de abordar los retos que tenemos en el urbanismo actual, durante estos años nadie ha hecho nada. Ningún gobierno municipal ni tampoco ninguna fuerza política local o agente social y económico ha sido capaz de denunciar la situación, asumir el fracaso y plantear nuevas alternativas.
En este punto, tras diez años y una crisis económica que ha hecho retumbar los cimientos de nuestro modelo de desarrollo, el plan que tenemos en la actualidad ni define un modelo de ciudad deseable ni tampoco sirve para dar respuesta a los problemas que tenemos actualmente en torno a cuestiones clave para Jerez como el acceso a la vivienda, la movilidad sostenible, la recuperación del centro y los barrios históricos, la regeneración de espacios industriales obsoletos como el Polígono de El Portal o la transición a un modelo urbano más ecológico.
En esta especie de tristeza colectiva y desorientación que afecta a la sociedad jerezana por no tener un proyecto real de ciudad con el que sentirse identificado, iniciar la revisión y la elaboración de un nuevo el Plan es una nueva oportunidad para abrir un profundo debate social sobre qué queremos ser y hacia dónde queremos ir. Un debate con amplia y diversa participación social que deberá tener como telón de fondo cuestiones como el cambio climático y la transición ecológica, el desarrollo integral de la ciudad, la sostenibilidad, los límites del crecimiento y el equilibrio territorial, la movilidad sostenible, la renovación urbana y el reciclaje de zonas consolidadas de la ciudad, la inclusión social o la naturalización de los espacios urbanos.
Por todo eso y más, Jerez necesita un nuevo Plan. ¿Quién se atreve?
Antonio Figueroa, consultor ambiental y activista.
Lea el especial de los diez años del PGOU en Jerez, entre la burbuja inmobiliaria y la recesión económica.