Jesús Quintero nos ha dejado sin tiempo para acercarnos a él en estas horas finales que han precipitado su adiós. Por lo que sabemos la muerte le sobrevino mientras echaba su siesta, su última siesta. Nadie elige el momento para morir, pero de haber tenido esa opción es probable que Jesús hubiera firmado esta modalidad como una forma postrera de rebelión, o como una versión definitiva del silencio que fue una de sus genuinas señas de identidad.
Hace unos días María Esperanza Sánchez, Pilar del Río, Joaquín Petit y yo mismo habíamos acordado redactar una carta abierta para reivindicar al Jesús Quintero que una cadena de televisión había convertido en carne de una crónica despiadada y morbosa. Hurgaban como buitres en vuelo circular ante el ser vulnerable en que se había convertido la gran figura de la radio y la televisión tras ser internado en una residencia de Ubrique.
No llegamos a tiempo y ahora asistimos a la gran orquestación de los elogios póstumos, bienvenidos todos los que lo son de buena fe, sin duda la mayoría. Entre ellos los seguidores del comunicador que inundan las redes sociales, gentes de todas las edades y todas las condiciones.
En memoria del Jesús Quintero periodista, del pionero radiofonista que recorrió España de parte a parte a bordo de una autocaravana, del entrevistador rejas adentro de los penales, del promotor de teatro y del loco de la colina, en su memoria y por respeto a ella debemos pedir que prevalezca la ética a la hora de hablar del ausente, de quien ya no tendrá la posibilidad de decir basta.
De quien echaremos de menos, sobre todo y por encima de sus derivas más discutibles, la pasión por hacer de la comunicación un arte con el que acercarse siquiera un poco a la belleza.