Kafka lo vio, ya no hay milagros, solo manuales de instrucción. Cuando a la razón se le priva de la imaginación creativa anticipatoria queda reducida a una pesadilla mecánica. Otro judío genial, Kurt Gödel resolvió la regresión al infinito con máquinas, como vio y desarrollo Turing, inferencias en pasos finitos. Al fin, los límites que impone la materia física de la máquina nos salva. Kafka en El Proceso o en La Ley perfila un laberinto burocrático, donde la fría racionalidad jurídica se torna monstruosa. Un proceso que nunca termina. Esa es una de las formas en que se concreta hoy el lawfare, un estado de sospecha perpetuo hasta conseguir la aniquilación por agotamiento del imputado. El objetivo no es la condena penal, sino el proceso mismo, las conocidas como penas de banquillo políticamente inducidas.
Podemos con el caso Neurona o los nacionalistas catalanes en el tsunami democrático, son algunos ejemplos de lawfare de los que hablamos. Años de instrucción, que se abren y reabren discrecionalmente según los estime la judicatura patriótica. Hoy se escucha a unas sospechas delirantes y autodesmentidas de un resentido, una denuncia por robo de un móvil acaba siendo imputada la víctima, un pobre turista francés muere por un infarto en el Prat cuando los nacionalistas catalanes protestan, el juez patriótico, lo convierte en un acto terrorista… Cualquier infundio es bueno para mantener el proceso interminable.
Una de las perversiones de la racionalidad inferencial humana, y la matemática y la lógica se han prevenido contra ella desde hace siglos, es la regresión ad infinitum. Todos los que hemos trabajado algo sobre teoría de la decisión racional lo sabemos. Los jueces kafkianos también lo saben y lo usan como arma, como forma singularmente sofisticada de lawfare. Esta estrategia no sería útil sin la cámara de ecos de los medios de comunicación patrióticos que mantiene intoxicadas a la opinión publica con las novedades y noticias del proceso interminable. Los jueces le brindan la percha para colgar los breves que funcionan más como ruido que como información, más dirigida al inconsciente, que Lacan decía que tenía forma de jurista por su rigidez, que al consciente crítico.
Afortunadamente, la inmensa mayoría de la judicatura española no es kafkiana, pero los que hoy están muy bien situados en la jerarquía judicial sí. De hecho, hasta ahora para ascender en la carrera judicial no es que tener pasaporte kafkiano sea un requisito, pero sí lo es el estar dispuesto a comportarse como tal en algunos casos, los que atañen a la soberanía nacional. Más jueces y juezas kantianos es lo que necesitamos. Miren cómo al final entre K anda el juego, entre Koninsberg y Praga se mueve nuestro futuro, quizás como el de toda la humanidad, entre las nieblas oscuras del totalitarismo.