Llega la Semana Santa y con ella las pipeleras. Sí, han leído bien. Durante estos días el Ayuntamiento de Cádiz está repartiendo hasta veinte mil pipeleras a los ciudadanos para que depositen las cáscaras de las pipas que comen mientras esperan o ven las procesiones y evitar así que se forme una manta de cáscaras al paso de los Cristos y las Vírgenes.
La iniciativa es buena. Es una forma de evitar la suciedad que provoca la costumbre de comer pipas. Es algo similar a lo que se hacía hace años en las playas cuando se repartían ceniceros para que los fumadores depositaran las colillas y no las esparcieran por la arena. Pero esto lleva a una reflexión. Y es que resulta muy triste que haya que llegar a este punto para que la gente sea limpia (y a veces ni con esto se consigue). Que el Ayuntamiento tenga que preocuparse en invertir tiempo y dinero en esta iniciativa demuestra que los ciudadanos por sí solos son incapaces de mantener impoluta la ciudad. Probablemente muchos, si no tuvieran estas pipeleras, no se molestarían en llevar una bolsita para depositar las cáscaras y posteriormente tirarlas a la basura. Lo de los frutos secos y en especial lo de las pipas es el libre albedrío. Parece que cuando se comen estos alimentos en la calle y en lugares públicos vale ser guarros e incívicos. ¿A que ninguno en sus casas tira las cáscaras al suelo? ¿Y las cenizas? ¿Por qué hay que aguantar que en la calle sí lo hagan sin consecuencias?
Recuerdo que hace unos días en un pabellón deportivo de la capital gaditana un niño que rondaba los diez años disfrutaba de un partido de fútbol comiendo pipas junto a su padre, evidentemente un hombre de edad adulta. Tiraban las cáscaras al suelo y ya de paso ensuciaban los asientos de la fila de delante. Terminó el partido, se levantaron y se marcharon. Las cáscaras siguieron allí. Es una práctica que se transmite de generación en generación, que se termina viendo como una tradición y que se resume en una guarrada. La pena es que nadie dice nada y luego son los encargados de la limpieza los que tienen que recoger la mierda que estas personas dejan. Que sí, que están para limpiar, pero no para recoger la porquería que otros dejan voluntariamente en los lugares públicos.
Habría que ir más allá. La solución debería ser más dura y no tendría que ser suficiente con repartir bolsas. La solución debería ser multar, llamar la atención y poner la cara colorada a más de uno. Tristemente hay acciones que solo se pueden intentar evitar a través de amonestaciones, ya que la solución más fácil al final es la más difícil de implantar, que no es otra que la educación.
Bien por el Ayuntamiento por lo de las pipeleras. Y muy mal por los que se dedican a disfrutar de eventos lanzando cáscaras al suelo, empañando la imagen de la ciudad y molestando a otros ciudadanos.