"¿Por qué él o ella y yo no?"
“Cantaba, saltaba e inventaba juegos mejor que nadie. Recibía los mejores regalos, los mejores caramelos, los mejores cumplidos… Yo tenía trece años, era un colegial. Me había eclipsado por completo. Sin embargo, yo también estaba acostumbrado a que los compañeros me admiraran. En mi clase era el cabecilla y ganaba todos los premios. No soportaba aquella situación. Cogí a la niña en el pasillo y la agarré de la nuca. La despeiné y le arañé su preciosa cara. En aquel instante admiraba a esa niña y la odiaba con todas mis fuerzas… Así fue como conocí la envidia por primera vez. ¡Qué horrible es odiar! Susurré: ¡No te atrevas a eclipsarme!” (De la novela La envidia de Yuri Olesha).
La envidia es el pecado capital de las mil metáforas: el alma pequeña para Aristóteles, la carcoma del alma para San Cipriano, el gusano roedor para Cervantes, el ojo malvado de Francis Bacon, el vórtice de la envidia para Nietzsche, el tema de Caín en Unamuno, el mordisco para Francesco Alberoni, el veneno del alma para Scheler…
“Una conversación entre mujeres:
- ¡Me cae mal!
- Oye, ¡pero si ni la conoces!
- Sí, ¡pero me cae mal!"
"Envidia viene de la palabra latina "invidia", que es un derivado del verbo "invidere", que significa 'mirar mal'. La envidia es una mala mirada: una mirada rencorosa, llena de veneno. Pero también significa 'mirar demasiado de cerca'. Cuando no se pone suficiente distancia con aquello que miras, tienes más posibilidades de mirarlo mal y, por lo tanto, de envidiarlo. En esa mirada se expresa un disgusto, un malestar, respecto del bien, de las cualidades y de la superioridad del otro. "La mirada del envidioso es oblicua; rápida y fulminante, porque quien la tiene no quiere ser descubierto". (La envidia, Marina Porras, pág. 18, Fragmenta Editorial).
“En el colegio le decían: “¿Qué es el viento? Las orejas de Eugenio en movimiento”. Lo insultaban por el tamaño de sus pabellones auditivos; algunos lo llamaban Dumbo. De esta manera lo infravaloraban porque sacaba unas notas estupendas”.
¿Qué envidiamos? Envidiamos multitud de cosas que tienen nuestros semejantes y que deseamos: el dinero, el poder, el status, la fama, el talento, la belleza, la salud, las buenas relaciones intrafamiliares, la popularidad de un compañero de clase, el tener muchos amigos, la promoción profesional de un colega, la casa lujosa del vecino, el reparto desigual de una herencia entre hijos… Y también: la elegancia del otro, la sonrisa, la aureola de luz que lo rodea, el tono y el ritmo de su voz, la fluidez y la seguridad en la exposición de sus ideas, su personalidad contundente, los elogios que recibe…
“Una mujer guapa y rica, que ve cómo una amiga menos hermosa y más pobre y puede que hasta más sosa alcanza el amor de un hombre cuya conquista pretendía; o esa escritora consagrada que contempla cómo avanza en el éxito intelectual una amiga a la que siempre ha tenido por torpe".
Las expresiones de la envidia: “Si somos todos iguales, ¿por qué él o ella y no yo?”; “Yo quiero tener lo mismo que tiene aquél” o "Yo no quiero que aquél tenga más que yo"; “Las cosas no me quieren. Las cosas le quieren”. Si pudiéramos simplificar el concepto de la envidia en una palabra esta sería con seguridad la preposición “sin”, así como el conector que representaría al envidiado sería la preposición “con”.
“Desde pequeño supe que la naturaleza no me había dotado con virtudes destacables. En una familia de guapos, mi rostro me parecía ridículo. A veces, en clase, señalaban mi sentido común. Cualquier cumplido que me hacían me parecía un premio de consolación. Pronto tuve que espabilar…”
Los sentimientos de la envidia: La envidia se lleva por dentro, en la intimidad subjetiva; es algo vergonzoso que no debe exhibirse bajo ninguna circunstancia. Se vive como una declaración de inferioridad. Te sientes “un don nadie”.
El origen de la envidia está en un movimiento de expansión: “quiero más dinero, quiero más éxito, quiero más fama, quiero más reconocimiento…”; al no conseguirlo se arrastra uno hacia el fracaso y la depresión.
Te gustaría reducir el talento o las cualidades del otro; un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor, sino que al otro le vaya peor.
Y cuando el envidiado fracasa sientes alegría. Este sentimiento es una de las mayores fuentes de hipocresía, porque, cuando lo tienes, aunque estás contento en tu interior, te muestras falso y aparentemente preocupado.
El envidiado trata de no sobresalir, de no brillar, porque no quiere atraer la mirada aviesa de los demás, el “mal de ojo”. De este modo, prefiere vivir en la mediocridad.
“¿En qué soy peor que él? ¿Es más inteligente? ¿Es de mayor nobleza? ¿De sustancia más delicada? ¿Más fuerte? ¿Más importante? ¿Por qué debo reconocer su superioridad? Éstas eran las preguntas que yo me hacía”.
La comparación: La envidia comienza con el “método comparativo”. Es una pasión que se desarrolla en la relación con los demás: el propio bien o el propio valor, tanto si es material como espiritual o intelectual, se mide siempre a partir del bien o el valor del otro.
La envidia se desarrolla siempre en una relación horizontal: con los hermanos, con los amigos, con los compañeros de clase, con los vecinos, etc. Los que ostentan una posición de superioridad (los magnates, los jefes políticos, los reyes…) están al margen de la envidia del ciudadano común. El ciudadano tiene como espejo a sus iguales.
La envidia es también una cuestión de distancia: cuanto más cerca estamos de lo que envidiamos, más fuerte es la pulsión envidiosa.
“Scheler… enfatiza que la comparación es una estructura universal de lo humano, aunque puede asumir diferentes connotaciones: el hombre noble es consciente de su propio valor "antes" de compararse con el otro. El hombre común la desarrolla solo ""en el momento" de la comparación y "en virtud", precisamente, de ella"". (La envidia, pasión triste; Elena Pulcini, pos. 355-361, Antonio Machado Libros).
“En realidad su trabajo no es tan bueno, pues los hay mejores”; “no es tan inteligente como parece”; “su novio en realidad no es tan guapo como dicen”; “ha conseguido el puesto de trabajo mediante enchufes”; “es muy inteligente, pero su falta de tacto con las personas le hará fracasar”.
El resentimiento: Es la envidia cuando se instala en la personalidad con el paso del tiempo. Es la “envidia existencial” que se suscita no tanto por un objeto, sino por la existencia misma del otro. Es un rencor, un reconcomio, que nos arrastra hacia la maledicencia, la calumnia, el deseo de venganza o hacia la aviesa alegría por el mal ajeno.
La envidia: cuando te conviertes en un resentido, lo eres para siempre. El envidioso se puede curar, pero el resentido solo puede pensar desde la infelicidad.
"El hombre del resentimiento, dice Nietzsche, maltrata; su espíritu gusta de rincones escondidos, caminos transversales, puertas secretas, le encanta todo lo que está oculto, como si ese fuera "su" mundo, "su" seguridad, "su" alimento; sabe perfectamente en qué consiste callar, no olvidar, esperar el momentáneo empequeñecimiento, la humillación." (La envidia, pasión triste; Elena Pulcini, pos. 334-349, Antonio Machado Libros).
“La envidia calumnia, desacredita, denigra, descalifica, desconsidera, deshonra, desprecia, desprestigia, difama, elimina, estigmatiza, falta, ignora, infama, marginar, menosprecia, ningunea, relega, silencia, subestima, vilipendia…”
La envidia y la patología democrática: En la democracia, según Elena Pulcini, la envidia tiene su propio e ideal caldo de cultivo: "Si todos somos iguales, ¿por qué él o ella sí y yo no?".
La envidia actúa como gran niveladora: si no puedo ser como (o más que) tú, entonces, lo que deseo es que tú seas como yo (o menos que yo), miembro indistinguible dentro de la masa de semejantes en la cual nadie tiene derecho a sobresalir. El "gusto por la nivelación" elabora estrategias para obstaculizar cualquier pretensión de distinción y de excelencia, da origen a una sociabilidad que se constituye bajo el lema de una "aurea mediocritas", en la cual a nadie se le autoriza para sobresalir por encima de la confortante uniformidad de la masa.
Cuanto más uniforme se va haciendo la sociedad, dice Tocqueville, más insoportable se hace "la mínima desigualdad" y va a alimentar, en una espiral de reciprocidad, la pasión por la igualdad.
Sucede, como consecuencia, que las personas se sienten culpables de la propia distinción y del propio éxito y se pliegan a los códigos colectivos uniformizantes y a aceptar de hecho la nivelación: nos bajamos a nosotros mismos al nivel del otro. Así, renunciamos de manera inconsciente a nuestra propia originalidad y a nuestra diferencia.
"Queda, cuando menos, el hecho de que podamos extraer una lección de todas estas consideraciones: la igualdad es una conquista irreversible de la modernidad, siempre que dicha igualdad no se sostenga en la envidia, sino en un sentimiento de justicia. En el primer caso, la igualdad desemboca, efectivamente, en un igualitarismo nivelador lesivo para la libertad, mientras que en el segundo parece capaz de acoger y contener las diferencias". (La envidia, pasión triste; Elena Pulcini, pos. 1686-1693, Antonio Machado Libros).
Tres citas de autores:
Dante cuenta en La Divina Comedia como a los envidiosos se les cosen los ojos con alambre. "Y como a su pupila el sol no hiere, / así a las sombras de las que hablo ahora / la luz del cielo hacerse ver no quiere / que un alambre sus párpados perfora / y cose, como le hacen al salvaje / gavilán, que su furia no demora" (La Divina Comedia, Dante, El Purgatorio, Canto XIII).
"¡Oh envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes! Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo, pero el de la envidia no trae sino disgustos, rencores y rabias". (Don Quijote de la Mancha, Cervantes, Segunda Parte, Capítulo VIII).
De lo que llaman los hombres
virtud, justicia y bondad,
una mitad es envidia,
y la otra no es caridad.
(Proverbios y cantares VI, Antonio Machado).
¿Cómo superar la envidia?
Desarrollando lo más auténtico de la persona: su originalidad, su singularidad. Saber qué quieres hacer de tu vida y no tener pereza para conseguirlo.
Admirar las cualidades y los éxitos ajenos que les han permitido a otros alcanzar sus sueños.
Emular a los más valiosos como estímulo para expandir nuestra propia personalidad y ampliar nuestras propias habilidades.
La indignación justa frente a los que disfrutan de éxitos y privilegios sin merecerlos.
Apoyar una sociedad que sea capaz de garantizar los derechos humanos y una distribución más equitativa de los recursos.
Fomentar valores como la generosidad, la solidaridad (o su versión cristiana: la caridad), la misericordia, la gratitud, la fraternidad, la compasión.
"... por tal motivo la emulación es digna y propia de personas dignas, mientras que envidiar es vil y de gente vil, pues mientras que uno, por la emulación, se prepara a sí mismo para alcanzar esos bienes, otro, por envidia, lo hace para que el prójimo no los alcance...". (Retórica, Aristóteles, Libro II, Cap. XI, 1388b, pág. 178, Alianza editorial).