¿La frivolidad nos va a sacar de la crisis actual?

Frivolidad sobre un puente.

Una entrevista telefónica con el filósofo alemán Peter Sloterdijk, de El País del 3 de mayo, acaba de ser recuperada este sábado por La Vanguardia. El filósofo decía que nuestro mundo está organizado como una inmensa esfera consumista que solo funciona en una atmósfera de frivolidad colectiva, una relación que la pandemia ha roto y que “todo el mundo espera ahora que se vuelvan a conectar”, el consumo y la frivolidad que lo hace posible, aunque él cree que esto no va a ser fácil.

Sin duda la interpretación más rápida debería ser ¡recuperemos la frivolidad cuanto antes!, y esto es precisamente lo que muchos están intentando. Recuperemos La Liga, solo la masculina, recuperemos el turismo en playas parceladas y restaurantes con cita previa, vayamos en coche como en los viejos tiempos, volvamos a las tiendas a comprar lo que nadie necesita.

El mismo filósofo decía en 2010, desde Viena, que aquella crisis no era tal crisis porque estábamos ante una situación de permanente crisis, ante un defecto crónico de la Economía con el que solo se pueden reducir los síntomas o aminorar las situaciones de peligro vital.

Contra la idea de recuperar cuanto antes la frivolidad cabe recuperar la moral de los cuidados, y la idea verdadera de existencia universal de todøs nosotrøs que, yo creo, nos da algún tipo de temor. En primer lugar porque tememos lo que no conocemos y no conocemos muchas cosas, muchas veces ni a los habitantes de nuestros países vecinos. Los populistas, además, insisten en enfrentarnos contra personas que no conocemos y ante las que no tenemos razones para pensar que sean peores que nosotros.

La otra cuestión sería la necesidad de un Gobierno universal sobre el que no tendríamos ningún tipo de control y nosotros viviríamos controlados. Sería un gobierno extremadamente centralizado, asfixiante, y totalitario.

Muchas veces se ha hablado de un Gobierno universal, pero no es posible, no hasta esos extremos. Precisamente la solución no es un gobierno sino un sistema federal de gobiernos que empiecen por los ayuntamientos, que es donde viven las personas: en los pueblos y ciudades de todo el mundo. La solución no es un mejor centralismo porque no hay centralismos buenos. La solución es más y más democracia, más cooperación entre las instituciones que ya existen. Substituir instituciones viejas e inoperantes por otras más adecuadas a nuestros problemas actuales: la provincia y las Diputaciones Provinciales son el ejemplo más claro para España. Así como la solución es un mayor federalismo que aumente, además, la corresponsabilidad de todas las instituciones.

Aunque lo más importante es nuestra forma de estar en nuestro mundo, nuestra actitud hacia las otras personas y hacia la Naturaleza, nuestra moral de cuidados compartidos, de responsabilidad común y nuestra actitud respetuosa y democrática.

Frivolidad tiene un significado que emparenta con erotismo, y otro filósofo alemán, de origen coreano, nos advertía sobre el peligro de la muerte de Eros. No creo que todo en la vida deba volverse aburridamente serio y con estricto cumplimiento de las normas, donde quede solo espacio para un contrarreformismo católico granítico o un calvinismo que prohíba El banquete de Babette. Otra cosa es seguir reivindicando la frivolidad como forma exclusiva y excluyente de vida.

Esta pandemia podría permitirnos vivir de otra manera, como seres humanos y no como bestias consumidoras. En la disyuntiva que se plantea entre preocupación para crear y mantener una industria necesaria y la frivolidad imprescindible para salir de vacaciones parece necesario añadir algunos matices de importancia. Los cambios de aires no tienen por qué ser, necesariamente, al otro lado del mundo y en un avión. Establecer corredores aéreos para que los vacacionistas se muevan entre islas y bares no es ningún axioma vital. No se trata de montar un mundo triste y para tristes, pero estamos en pandemia por coronavirus y por pobreza. Debemos explorar otros caminos de alegría, de diversión, de frívolo abandono que no causen un daño mayor y que frenen el desastre que está por venir.