El poder no necesita legitimidad. Todo vale. El otro es solo un inconveniente en el camino de mi deseo. Es el triunfo del yo absoluto. La menor referencia al otro es puro comunismo.
Anda circulando una opinión según la cual los responsables públicos y sus corifeos solo deben responder ante la justicia y es ésta la que debe decidir si su comportamiento es o no legal. Punto. Y, además, que, mientras tanto, la opinión pública debe ser paciente y respetuosa en aras al principio democrático de la presunción de inocencia que debe asistir a todo ciudadano. No faltaba más. De manera que gritan escandalizados sobre el supuesto linchamiento público al que dicen estar sometidos los próceres de la Patria imputados o investigados por supuestos delitos.
Es esta opinión un griterío farisáico. Una patraña más.
Y esta patraña de los fariseos se asienta en la confusión interesada entre “comportamiento legal” y “comportamiento moral”.
La higiene democrática, la limpieza de las instituciones y la confianza ciudadana en el funcionamiento adecuado de los cuatro poderes del Estado, exigen una serie de valores que no están recogidos en el Código Penal: la ejemplaridad, la honestidad, la ausencia de ventajismo político, la no utilización partidista de determinados asuntos “de Estado”, la transparencia en la gestión de fondos públicos, la utilización privada o partidista de información reservada, el respeto al adversario y el rechazo al matonismo y la chulería, la bajeza moral…estas cosas no están recogidas al pie de la letra en el Código Penal, ni pueden estarlo como bien puede entenderse. Pero cifrar toda la ejemplaridad pública a la legalidad en las conductas es un grandísimo disparate: ¡pues no faltaba más que nuestros dirigentes no sean delincuentes! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
El Código Penal marca la raya que señala los comportamientos delictivos. No éticos. No morales. No ejemplares. El Código Penal señala la raya que señala el camino de la cárcel. Traerlo a colación a propósito de conductas deleznables en un sistema democrático es corromper el propio sistema. Pervertirlo. Y ni siquiera estoy diciendo que sea justo el tratamiento de la justicia a según qué casos.
Pero decir que algunos solo se acuerdan de sus familiares desaparecidos en la Guerra Civil cuando hay subvenciones o tropezar con un jaguar desconocido en tu garaje particular, tener cuentas en paraísos fiscales siendo ministro de España (la Patria) o decir que los comedores sociales están llenos porque las personas que acuden a ellos no saben cocinar… puede que no sean conductas delictivas pero son comportamientos obscenos, un sarcasmo, el mayor cinismo y la mayor desvergüenza.
Se ríen sus señorías unas detrás de otras sacando pecho y celebrando infamias. Hubo un tiempo en el parlamento español y en la prensa escrita en que estas conductas eran reprobadas públicamente. Y se exigían dimisiones y responsabilidades más allá del Código Penal. Entonces se distinguía claramente entre un comportamiento inadmisible para un responsable público (y no me refiero solo a los llamados políticos, sino también a periodistas, banqueros, actores, deportistas…) y un comportamiento propio de un delincuente. Ahora parece que si no eres un delincuente pillado con las manos en la masa ya es suficiente mérito para ser ministro. Item más. Cuanto más tiralevitas, sectario, bocazas y bravucón…más posibilidades de ascender en la carrera del prestigio social y, desde luego, en la jerarquía del partido. Es el gobierno del sectarismo, de la ignorancia más faltona. Pura demagogia. Y hasta se permiten dar lecciones de democracia… En algunos sitios de Europa, un ministro se siente abochornado y presenta su dimisión cuando se le afea que copió una parte de su tesis doctoral. Hay alguna diferencia. Aunque para salir bien parados conviene compararnos con Venezuela o Corea del Norte (Arabia Saudí es amiga y una democracia ejemplar, por lo visto).
El poder no necesita legitimidad. Todo vale. El otro es solo un inconveniente en el camino de mi deseo. Es el triunfo del yo absoluto. La menor referencia al otro es puro comunismo
Es verdad que para conseguir mejorar nuestra democracia primero tendremos que detener a los delincuentes. Que, por cierto, ya desde ayer no son del partido. Menos mal que nos quedan los Informes Anuales de Cáritas y la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, quién lo iba a decir.
Y para mejorar nuestra democracia y el respeto a las leyes, ¿quién le pone el cascabel al gato? ¿El gobierno? ¿La oposición? ¿Los sindicatos? ¿La familia real? ¿Los jueces y fiscales? ¿La banca? ¿La confederación de empresarios? ¿Ronaldo, Messi? ¿TVE? ¿Gran Hermano? ¿Jorge Javier Vázquez? ¿Belén, la princesa del pueblo?
Confundir legalidad con legitimidad, ley con moral, corrección con decencia…es el penúltimo acto del liberalismo anarquista que nos acecha para destruir lo que nos queda de democracia. No hay normas, no hay reglas, no hay fronteras, no hay referencias absolutas. Todo es relativo (es liberalismo si hay beneficio; si no, los liberales exigen la intervención del Estado para cubrir las pérdidas privadas; se privatizan beneficios y se socializan pérdidas: la fórmula española del liberalismo progresista). El yo es la fuente de la moral, su justificación. El poder no necesita legitimidad. Todo vale. El otro es solo un inconveniente en el camino de mi deseo. Es el triunfo del yo absoluto. La menor referencia al otro es puro comunismo.
Lo obsceno de la situación en España -que revela nuestro nivel de exigencia democrática- consiste en que esperamos que la justicia decida si nuestros dirigentes son o no (y cuántos) una banda de delincuentes.