No nos damos cuenta o tal vez sí, pero todos cargamos con una maleta grande, ajada por el tiempo, pesada e incómoda que llevamos a todas partes con nosotros. Sufrimos su peso, y la arrastramos como podemos.
En ella llevamos frustraciones, rencores, melancolías, y momentos que nos han causado dolor y tristeza. A veces, por un periodo de tiempo, conseguimos dejarla en alguna especie de consigna, y podemos vivir el presente sin su peso y su presencia. Pero siempre la volvemos a encontrar en nuestro camino. Allí está, esperándonos. Vuelve a aparecer en cualquier esquina y nosotros la volvemos a coger, y la volvemos a sobrellevar como podemos.
Es la maleta de nuestro pasado.
Hay maletas de todo tipo. Más grandes, más viejas, extensibles para ir metiendo nuevas frustraciones sin sacar otras. Pero el resultado es el mismo, esa dificultad que tenemos para disfrutar de los momentos del presente mientras nuestros brazos se esfuerzan por sostener su peso. Imaginaos literalmente la imagen: Intentar ir a bailar o a andar por la playa, llevando una maleta de 50 kilos y sin ruedas. Pues eso es lo que hacemos con nuestra maleta del pasado. Intentamos hacer una nueva vida, pero llevando ese peso con nosotros a todas partes.
El pasado pesa, porque no lo dejamos ir. Nos anclamos al pasado, porque nos da miedo el futuro y entonces no vivimos el presente. Ni siquiera sabemos muy bien porque seguimos llevando esa maleta vieja a pesar de no querer hacerlo. Quizás porque nos hace sentir vinculados a un momento o a una persona especial. Quizás porque nos ata a historias que no hemos dejado marchar. Quizás porque nos sentimos más seguros llevando un pasado conocido, que arriesgándonos a vivir un futuro incierto. Quizás porque a veces es más fácil responsabilizar al pasado de tus actos. Y no nos damos cuenta que los únicos responsables que deciden coger la maleta y cargar con ella somos nosotros mismos.
Nos duelen los brazos, nos duele la espalda. No dormimos bien porque esa gran maleta ocupa gran parte de nuestra cama. A veces, incluso la ponemos de parapeto, entre nosotros y esa persona que ocupa el otro lado de la cama. Y casi cada día la abrimos y miramos dentro. Miramos todo lo que contiene o parte de ello. A veces es tan grande y lleva tantas cosas, que solo vemos lo que hay en la superficie, no en el fondo, o en el doble fondo. Miramos dentro, reacomodamos algunas piezas, y volvemos a cerrarla, la cogemos fuerte, y nos la llevamos de nuevo con nosotros.
No tengo la clave definitiva para deshacerse de esa maleta. Ojala la tuviera. Yo también llevo la mía. Allí tengo culpabilidades, personas perdidas, historias mal cerradas, decisiones dolorosas, relaciones familiares, decepciones, apegos a personas que ya no están. Llevo de todo y de todo tipo. Como llevamos todos.
Pero sí que de alguna manera he encontrado una manera de hacerla más ligera, más liviana, más pequeña. Y quien sabe. Quizás algún día consiga dejarla en alguna playa, y que se la lleven el mar y el viento, porque estará casi vacía.
Es curioso como lo que pesa de la maleta del pasado son los momentos negativos. Los recuerdos felices los guardamos en nuestro corazón. Y los complicados en la dichosa maleta. Así es que la teoría es fácil. Debemos pasar los negativos al corazón. Si llevamos el pasado feliz con cariño en nuestro corazón, podemos conseguir lo mismo con nuestro pasado más doloroso.
Integrando ese pasado en nosotros, perdonándonos por nuestras responsabilidades, perdonando a otros por sus actos, agradeciendo por la experiencia, y comprometernos a nosotros mismos a aprender de él. Comprometernos con nosotros mismos a ser personas más fuertes y más felices en el futuro gracias a ese pasado.
No se trata de ir metiendo piezas en la maleta sino de ponernos esas piezas. Que esas piezas se conviertan en parte de nosotros y de lo que somos. Si nos comprometemos a aprender del pasado, y perdonamos, un abrigo viejo, polvoriento y pesado puede llegar a convertirse en un pañuelo ligero de colores. Un pañuelo que nos protegerá del viento y del frio en este presente. Y la maleta irá pesando cada vez menos. Y podremos disfrutar más y mejor de nuestro presente, construyendo un mejor futuro para nosotros y para los que nos rodean.
Abre esa maleta. Saca pieza a pieza. Póntela. Acepta ese abrigo pesado que se irá tornando ligero y cálido hasta ser un pañuelo de colores. Y sal a bailar con él.