Ya a lo oscuro, salía ella, al rebusco por los campos y antes de la amanecida entraba por el corral que está en la parte de atrás para evitar las miradas.
¡Qué silencio, en casa del zapatero! Ni un murmullo, cuando pasas por la puerta siempre abierta. Se echa de menos su sonrisa tachonada de clavos, sus buenos días, sus buenas tardes, todos lo hacían buen hombre, alguno lo llamó santo.
En toda su vida nunca abandonó su banco. Ni cuando vino la guerra y faltaron los zapatos. Su mujer salía a buscar medios días de lavado, planchaba en la casa grande y bordaba sobre blanco. Un día vino a decirle que por mucho que ella hacía, faltaba comida al plato. Él, sin temblarle la voz, le dijo: "Soy zapatero, me dedico a mis zapatos".
Desde entonces, ya a lo oscuro, salía ella, al rebusco por los campos y antes de la amanecida entraba por el corral que está en la parte de atrás para evitar las miradas. A los guardas de las fincas que vigilaban día y noche les pedía de favor llenar sólo un pañuelillo que ocultar de los civiles. Dicen que Juan 'El pica' le dedicaba sonrisas por lo mucho que había andado. La manera que encontró para que salieran las cuentas no se hallaba en el trabajo.
Ponía comida en la mesa y el primero en almorzar era siempre el zapatero y siendo el hombre discreto nunca preguntó el milagro. Pero ella resentida en el cuarto de los niños fue y puso otro camastro y nunca le volvió al lecho sino para amortajarlo.
El día que se murió, iba cojo el ataúd, portaban sólo tres hijos, que no se levantó el cuarto para ayudar a sus hermanos. Quedó en casa, con su madre y ninguno de los dos, lo acompañó al camposanto. Al fin y al cabo, el muerto le dio su nombre, pero nunca acarició al hijo de los garbanzos.