Yolanda Díaz y los asesores de Sumar fijaron con tino su objetivo el día en que decidieron dejar sin ministerio a Ione Belarra y matar a Irene Montero para ocupar el espacio político de Podemos y heredar sus votos. Con Pablo Iglesias fuera de la primera línea política, las dos ministras eran las personas con mayor representación pública de la formación y encarnaban los anhelos de la militancia. La elección parecía acertada en términos estrictos de guerra sucia, de maquiavelismo político, pero Díaz y su equipo cometieron dos errores. El primero: considerar que Podemos funcionaba como esas organizaciones de cuadros en la que el partido vale lo que la suma del talento y el carisma de sus líderes. Podemos surgió de la indignación popular frente a los abusos de las élites que hizo aflorar la crisis desatada en 2008, y cuenta con decenas de miles de militantes con un alto nivel de formación política, muy activos en redes y que, en este momento, se nuclean en torno a Canal Red y conforman una corriente de opinión que podría funcionar, de hecho lo está haciendo, como un think tank generador de pensamiento.
El segundo error de Yolanda consistió en no matar bien a Irene Montero. Quizá porque no podía hacerlo, porque Montero, amén de contar con el apoyo de las bases, es una persona tremendamente resiliente y combativa, de las que se levanta tantas veces como cae. Esas dos condiciones le han permitido sobrevivir a un acoso feroz, como no se había visto en los últimos 45 años, por parte de las elites económicas y sus sicarios judiciales, mediáticos y políticos, que lograron intoxicar a gran parte de la opinión pública y volverlas contra el partido que enmendó la totalidad del sistema surgido con la Constitución del 78 y consiguió en cuatro años de presencia gubernamental misiones imposibles como disparar y dignificar el Salario Minimo Interprofesional, establecer un Ingreso Mínimo Vital, poner un tope a los precios energéticos o impulsar la Ley del ‘sólo sí es sí’ que situaba el consentimiento en el centro del debate en torno a las relaciones sexuales.
Sumar no ha podido ultimar a Podemos y se da la paradoja de que Yolanda Díaz, la que, según vaticinaban tantos analistas hace dos años, personificaba el futuro de la izquierda alternativa y estaba destinada a ser la primera mujer presidenta de España, ya tiene fecha de defunción. Con sus múltiples cambios de guión y la obsesión por contentar todo el rato a todo el mundo, la gallega proyecta una imagen teatralizada y empalagosa que la transfigura en la caricatura de sí misma. Tras haber convertido a Sumar en “un cuchillo sin hoja al que le falta el mango”, la vicepresidenta ya luce un brillante futuro por detrás. Ha muerto, no lo sabe y, como Dionisio y los santos cefalóforos tras ser decapitados, va caminando hacia la tumba con su propia cabeza entre las manos mientras manda al mundo entero a la mierda. En 10 meses ha dilapidado un enorme capital político. Cualquier analista que otee por encima de la tapia de la actualidad podrá intuir que la mujer a la que vetó y quiso retirar de la política ha resistido y seguramente la sobrevivirá.
Irene Montero concita mucho odio, pero no pocas simpatías, las propias de una hereje natural y valiente a la que adoran decenas de miles de personas y que tiene asegurada su presencia en Europa, lo que le permitirá que su estrella aumente su brillo mientras la de Yolanda declina.
Habrá quien diga que eso es mucho suponer y que Europa es un destino oscuro, lejano y poco visible, pero hay políticos que no saben calentar sillón, que reverdecen, que, cuando se agotan de jugar en campo ajeno, como le sucede a Montero, es capaz de tomar una tiza, pintar un campo propio y establecer sus reglas. Lo demostró transformando en un instrumento de gran magnitud y primera utilidad un ministerio, el de Igualdad, que el PSOE consideraba superfluo y sobreviviendo al infame linchamiento general que ha sufrido.
La labor en el Ministerio la llevó a cabo dirigiendo con empatía y compañerismo a un equipo repleto de mujeres y atendiendo a identidades como el colectivo trans, mancilladas por la historia e ignoradas por señoras como Carmen Calvo, otra de sus ‘némesis’, que se visualizan a sí mismas como aristócratas del feminismo pese a que no han evolucionado ni comprendido que el tiempo abre nuevos horizontes y que conservar sin ampliar los mismos derechos de hace 50 años supone un penoso estancamiento intelectual.
Hay logros de Montero tan importantes como las normas o leyes impulsadas durante su mandato. Ha conseguido, aunque aún no lo sabe, que su imagen acurrucada junto a Ione Belarra mientras la jauría de diputados les gruñía y enseñaba los colmillos porque tumbaban una ley que los jueces y medios de comunicación utilizaron para debilitar a Podemos y al feminismo, sea una de las imágenes de la infamia parlamentaria que perseguirá a sus señorías durante años.
Y ha conseguido conectar con otras generaciones, con mujeres y hombres mayores de 50 años que no son amigos de Pedro Sánchez y a las que el debate sobre la ley del ‘sólo sí es sí’, y la puesta del consentimiento en el centro, que ya es vindicada por toda la izquierda, les hizo contemplar nuevos escenarios, rejuvenecer mentalmente, agiornarse, cambiar la percepción de las relaciones sexuales y hasta revisar su propia biografía y mejorarse como persona. No es poca cosa. Las leyes producen cambios en la conciencia colectiva para que después la conciencia colectiva produzca nuevas leyes y más ambiciosas. Solo con eso ya ha ganado la batalla al acoso y al tiempo.
Si se confirman las previsiones de las encuestas según las cuales Podemos resiste, la izquierda española puede estar segura de que en el Parlamento Europeo habrá una fuerza cuya líder mantendrá lo que ha dicho en campaña. En un momento en el que el genocidio en Gaza y la invasión de Ucrania están generando una enorme confusión es clarificador oír a alguien decir: “Nadie de los que defendéis el aumento del gasto militar váis a coger un casco y un fusil y os vais a ir allí a pegar tiros”. Lo naif es imaginar lo contrario, mantener como el viejo adagio que si quieres la paz te prepares para la guerra. Esto es, que Irene, como su nombre significa, es la que trae la paz a gritos frente a los que pretenden declarar la guerra con un frufrú de bisbiseos y declaraciones hipócritas.
Irene Montero, está remontando en las encuestas y de su éxito depende la conformación del espacio progresista que empezará a gestarse a partir del 9J. La cuestión es saber si de las próximas elecciones generales pueda volver a surgir un Gobierno con propuestas ilusionantes, como las que se discutían con gran alboroto en 2020 con Unidas Podemos, que ahora reclaman todos, o uno que permanece en la atonía actual.
El 9J sabremos cuan larga tiene la juventud esta hereje luminosa y preñada de futuro que tantas inquisiciones ha sufrido. Mientras, de lo que no cabe duda es de que a Yolanda Díaz le ha quitado la vida el intentar matarla. ¡Para verdades el tiempo!
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