Ha querido el azar que en un mismo lunes 14 de junio de 2021 coincidiera el pesar por el fallecimiento de Manuel Clavero Arévalo, el Padre de la Patria andaluza moderna, con el invento de una medalla de honor de Andalucía para que el actual presidente se haga otra foto con el rey Felipe VI. Fotos que debe coleccionar, pues a este ritmo tendrá para completar un álbum—cuatro encuentros públicos con el monarca en apenas unos días, si se suma el primer partido, anoche, de la selección española en la Cartuja—.
Si Clavero ha sido determinante para la configuración administrativa y política de la Andalucía, nacionalidad histórica, que tenemos hoy, alguno dirá que para este viaje no hacían falta esas alforjas. En 40 años de autonomía, quizás hayan mejorado algunas infraestructuras, se haya modernizado muchas cosas, se haya avanzado en educación, cultura y formación… sin embargo, el gran mal cronificado de la pobreza y la exclusión sigue gangrenando esta tierra, tal y como alertaba Clavero. Más de la mitad de los municipios más pobres de España siguen siendo andaluces y solo ese titular ya debiera hacer caer la cara de vergüenza a más de uno y una. Andalucía no está para colgarse medallas, sino para que realmente haya una nueva transformación que la saque del pozo y del parque temático de la precariedad en el que la han sumido.
El impulso del catedrático sevillano a la descentralización de los pueblos como gran palanca de igualdad y solidaridad se ha quedado a medio gas por culpa de quienes les sucedieron, que en muchos casos no han sido Políticos, sino simples asalariados de los partidos a los que se debían o se deben. Gente mediocre e iletrada, trepas preocupados en perpetuarse en el carguito y medrar para alcanzar nuevas cuotas de poder.
Clavero, dicen especialmente quienes le trataron, era coherencia y honestidad, Andalucía y su futuro estaban por delante de todo. Muchos dirán que encontrar eso hoy en el arco parlamentario es un mirlo blanco. De momento, tenemos a un presidente de la Junta que como grandes logros en su currículo de la legislatura ha cambiado el histórico escudo de Andalucía colocándole una corona y unos laureles (luego se justificó diciendo que era su pin, o sea, lo que él cree que debería ser el escudo andaluz) y que ha entregado a mayor gloria la primera medalla de honor de la comunidad al rey Felipe VI, más como inoportuno acto de autobombo —otro más de los que invariablemente preside el barón del PP— que otra cosa.
Este presidente autonómico de carambola, nadie lo olvide, fue investido y gobierna gracias a los votos de quienes niegan la autonomía andaluza, Vox. Este presidente de apariencia moderada —ya tiene a Bendodo de pirómano— aspira a volver a serlo incluso compartiendo Gobierno andaluz con quienes aseguran que Blas Infante fue un “político frustrado” y que homenajearle es “homenajear a un islamófilo de ideas sectarias que no aportan nada a Andalucía”. “El verdadero fundador de la Andalucía de todos los tiempos fue Blas Infante”, insistía don Manuel Clavero Arévalo, atribuirle a él ese mérito en la Transición no era más que, según decía, un gesto de “generosidad”. Qué rápido se escribe un tuit de condolencias y qué larga es la noche de la desmemoria y la incoherencia.