Jerez, primera línea de playa... para muy bien y para muy mal

Antes Jerez era un solar en verano, con todo el mundo exiliado temporalmente en las plazas o en el litoral cuando se podía; ahora, invadida de turismo, corre el riesgo de volverse imposible por su posición geoestratégica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

Jerez, primera línea de playa... para muy bien y para muy mal. Un balcón, en una imagen reciente, con toallas y ropa de baño en unos apartamentos turísticos en pleno centro de la ciudad.

Una vez más llevaba razón Pedro Pacheco en una de sus sentencias. "Jerez es una ciudad de playa, pero retranqueada", solía bromear en sus encuentros con la prensa, aludiendo al potencial turístico que tenía el municipio por su cercanía con el litoral gaditano. Y lo cierto es que esa visión de un Jerez costero finalmente ha acabado imponiéndose. Con su mejor cara e incluso con su peor rostro low cost y lejos de lo excelente, a lo que todos deberíamos aspirar al menos una vez en la vida.

Se va el verano y se van en masa muchos de los turistas que han estado utilizando Jerez como campamento base para acercarse en apenas 15-20-30 minutos de coche a algunas de las mejores playas de España. En el litoral, atestado, hiperinflacionado, sin alojamientos disponibles, o con ofertas cuatro o cinco veces más caras, se han ido a echar el día y a Jerez han vuelto a pernoctar (y lo que se tercie).

Lejos, muy lejos, quedan ya esos aparcamientos infinitos, libres y sin zona azul, en las tardes del centro de un Jerez veraniego desértico. Lejos, muy lejos, quedan ya esos fines de semana (o muchas noches) vacías de contenido, sin una triste migaja de oferta cultural que llevarse a la boca. Casi sin oferta de restauración en pleno centro de la ciudad. Ahora no hay aparcamientos disponibles para los residentes (esos que viven aquí todo el año), la oferta cultural pública o privada es gratuita, de pago, y hasta se pisa entre sí, y en los bares hay que ejercer el noble arte de la reserva con antelación.

Los hosteleros y hoteleros hacen su julio y su agosto, la demanda de empleo remonta en los servicios, y, en general, hay un ambientillo que hasta hace no mucho era inédito en una ciudad en la que muchos huían a la costa cuando podían o se abrían paso al fresco de sus calles, plazas y balcones. Algo hay en la atmósfera de estos días que indica que esto solo acaba de empezar. Más inversiones turísticas, más museos, más ciudad amable, más precios competitivos ante tanta competencia... 

Por contra, el turismo masivo trae (ya está trayendo —piensen en la época de las Zambombas—) consecuencias e imágenes no tan positivas. Turismo de toallas de la playa y calzonas tendidas en el balcón en pleno centro de la ciudad, como la imagen que ilustra esta pieza, es una definición gráfica, metafórica, impagable de todo esto. Después de esfuerzos por recuperar el centro histórico, de normas urbanísticas, de discusiones en la Comisión de Patrimonio, de inversión privada para restaurar con cierto gusto un edificio del XIX… Después de todo eso, llega la realidad y deja un corazón de Jerez reconvertido en barriada marítima. Si en la ruina puede haber belleza, desde luego esta se evapora al contemplar un balcón así. En el equilibrio, que dicen que es imposible, estará la virtud.

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