Arrecian las críticas contra el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, por haberse tomado unos días de vacaciones en Galicia en plena crisis sanitaria por un brote de listeria que afecta a más de 190 personas en la comunidad autonómica. Los que cargan ahora contra el presidente del Gobierno andaluz por su retiro temporal de los focos son los mismos que se defendían hace unas semanas cuando atacaban al presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, por haberse marchado a descansar —que no es lo mismo que desconectar— a la residencia oficial de Doñana. “Es humano”, argumentaban con toda la razón del mundo quienes ahora disparan contra Moreno por irse a comer marisco con Feijóo.
La contradicción forma parte inseparable del discurso del demagogo. Decir una cosa y la contraria en la misma frase siempre es posible, por ridículo que luego parezca. Lo importante es tener la voz más alta, que diría Roger Ailes, creador de Fox News. La realidad es que ni el presidente Moreno, con el ceño fruncido y encerrado 24 horas en su despacho de San Telmo, podría rebajar en estos momentos el reguero de afectados por la carne mechada tóxica —ya tuvo tiempo la Junta de reaccionar mucho antes y, al parecer, no lo hizo—, como tampoco Pedro Sánchez iba a arreglar en esos días lejos de Moncloa la situación de bloqueo político que vive el país y que ha tenido muchos meses para desatascar desde las elecciones del pasado 28 de abril.
Todos los líderes políticos se han tomado en algún momento de este verano una pausa, un descanso. Lo lógico en cualquier dedicación profesional —aun siendo temporal como ocupar un cargo de responsabilidad política— es que se vea recompensada con días libres. Pero no hay ni uno que quiera emplear la palabra maldita, ‘vacaciones’, por miedo al que dirán. O peor aún, por miedo a quedar evidencia por el adversario político al que anteayer criticaba por hacer lo mismo.
Un político no puede ser acusado de irresponsable por irse unos días de vacaciones, un político es un irresponsable, entre otras muchas posibilidades, cuando a menudo dice una cosa y ejecuta otra, o cuando censura que su rival actúe de una forma y él acaba haciendo exactamente lo mismo. El problema es cuando la incoherencia y la contradicción manchan todo, cuando se gobierna a golpe de redes sociales y todo se olvida y se tapa a la misma velocidad que se propaga una bacteria. El mal es el discurso permanentemente violento, previsible, vacuo, el de la muchedumbre, no el de los responsables públicos. El mal es cuando la oclocracia sustituye a la democracia.
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