Cuando a ciertos políticos se les pide en una entrevista que hagan autocrítica a menudo tienen una respuesta estándar: quizás no lo hayamos sabido comunicar bien, suelen esbozar circunspectos. Eso es lo mismo que no reconocer fallo o falta alguna y cargar con el muerto al sufrido mensajero, siempre en el alambre. O como cuando hay una corruptela en curso, donde siempre descansa en los técnicos el argumento para escabullirse. Y luego se extrañan de que los proyectos no salgan o se eternicen, porque todos se lo piensan un mundo para estampar su firma en cualquier expediente que tramitan las administraciones públicas.
Que un político pida perdón, o simple y llanamente reconozca que no hizo las cosas a la altura de lo deseado, es algo tan extraño como que un político joven abandone su carrera política motu proprio, en medio de la competición y vuelva a su profesión en el sector privado. Lo primero no ha ocurrido estos días, lo segundo sí. Ha sucedido en la Diputación de Cádiz. La dimisión de todos sus cargos del linense Mario Fernández, vicepresidente segundo de la institución provincial y teniente de alcalde en el Ayuntamiento de La Línea, donde logró mayoría absolutísima Juan Franco y su proyecto municipal de La Línea 100%, ha pillado a todos tan desprevenidos que la cosa apenas ha tenido eco. Y no ha sido cualquier cosa.
En tiempos donde los partidos suelen ser agencias de colocación, donde priman los codazos por el carguito (la cuota de poder) y el sueldo del liberado, donde se discute más por lo que separa que por el proyecto común que une, que este chico treintañero de una de las ciudades más deprimidas de España deje su sueldo público, la cómoda vida en el Palacio Provincial de la Plaza de España de Cádiz, y pase a dedicarse a lo suyo, la arquitectura y la sostenibilidad, pasa desapercibido. "Tenía que ser coherente conmigo mismo", ha reconocido un hombre que, en plena pandemia, donó el 20% de su sueldo mensual al Banco de Alimentos del Campo de Gibraltar.
Seguro que a muchos políticos ni les interesa que noticias así se conozcan, pues dejan en evidencia a quienes llevan toda la vida apoltronados, mamando de la teta del cargo público y sin atisbo de vida laboral en el sector privado. Esos políticos profesionales son los que sobran, pero son los que en cambio resisten adheridos con Loctite extra fuerte en los puestos de responsabilidad pública.
Esos, los más mediocres, no solo parten a menudo el bacalao legislatura tras legislatura, mandato tras mandato, sino que incluso llegan a hablar en nombre de “inmensas mayorías”, con una suerte de endiosamiento que provoca vergüenza ajena sino fuera por lo mal acostumbrados que nos tienen. Un endiosamiento que solo es cuestión de tiempo que estalle en mil pedazos y los saque de la burbuja en la que viven, con chófer y casa pagada. Tras la nueva debacle de Ciudadanos, esta vez en Castilla y León, Juan Marin, líder naranja en Andalucía y vicepresidente de la Junta no tuvo reparos en afirmar que “la inmensa mayoría de andaluces quiere otros cuatro años más de gobierno andaluz de Juanma (Moreno Bonilla) y mío”. Y se quedó tan ancho.
Y mientras, los válidos dedicándose a sus cosas. O los válidos en cada partido, como también es el caso de Ciudadanos —qué desperdicio de políticos con perfil propio en Andalucía como Sergio Romero, Fran Carrillo o Rocío Ruiz—, dedicándose a tuitear. Marín, más sobrero que sobrado a los ojos de todos, manosea las cosas de comer, el interés general, el dinero público. La política es la fatalidad, dijo Napoleón hace 200 años. Se refería a estos don nadie que se aferran a ella hasta que se les agota el tiempo. Fuera de esa cutrepolítica de supervivencia que practican hace mucho frío. Apenas son capaces de poner el reloj en hora porque ya saben que hasta parados aciertan dos veces al día.