Circula por las redes de forma viral, gracias en parte a la gasolina que surten quienes se sienten ofendidísimos y quienes lo propagan inconscientemente para mostrar su indignación —el odio, al final, lo alimentamos entre todos—, el vídeo de una youtuber en la que pone a parir a los andaluces. Sin entrar en la ignorancia o en la poca gracia de la muchacha en su menosprecio al conjunto de los andaluces, parece más preocupante que en paralelo surjan declaraciones como las del concejal del PP de Cádiz y presidente del Consejo de Graduados Sociales de Andalucía, José Blas Fernández, quien en un reportaje sobre bajas laborales fraudulentas publicado por El Español no duda en aseverar que lo que persiguen los gaditanos es una “paguita”.
“Es como una aspiración vital”, llega a decir. Y se queda tan ancho. “En esta tierra hasta el más tonto hace relojes. El gaditano es pícaro y buscavidas”, generaliza injustamente un político senador por Cádiz, provincia en la que afirma que se generó esta “cultura de la paga del Estado” después de la dictadura franquista. El concejal más veterano de la Corporación municipal gaditana —mantiene el acta desde 1983, aunque ya ha anunciado que se retira el año que viene tras las municipales— no ha hecho más que amplificar al resto del Estado tópicos prejuiciosos y clichés que en nada ayudan a sacar la cabeza del agujero a la provincia con más paro de España.
Tampoco ayuda con estas aseveraciones a desmontar el concepto y la visión que, más allá de Despeñaperros, tienen de una comunidad autonómica que parece seguir sumida por los siglos de los siglos en el subdesarrollismo y el paro. Si indignante es el vídeo de la youtuber, más indigna que un gaditano que lleva años acumulando responsabilidades políticas gracias a pertenecer al partido más corrupto de Europa opine con esa ligereza sobre sus conciudadanos; arrastrándolos por el barro y negando con esas afirmaciones todo el esfuerzo de los que se levantan cada mañana para ganarse un sueldo digno —sí, muchas veces gracias a toneladas de ingenio e innovación— y haciendo rabiar a los que, desgraciadamente, no pueden acceder a un puesto de trabajo por culpa, entre otras cosas, de los partidos que en democracia nos han traído hasta aquí.
Señor, Pepe Blas, como le conocen en la Tacita, no, el gaditano no lleva “inoculado en la sangre el veneno de la paguita”. Y si piensa que es así, piense también en quiénes han contribuido desde sus poltronas y coches oficiales a generar una red asistencialista y clientelar, sumida en muchos casos en el analfabetismo funcional, para perpetuar ese contagio en sangre. ¿A quiénes les ha interesado, en muchos casos, esas dinámicas tóxicas antes que construir una sociedad autónoma y crítica? No, señor, no es verdad lo que dice. Es injusto y sucio. Y suscribo eso que le replicó de inmediato el alcalde de Cádiz, José María González: “Usted, señor José Blas Fernández, lo que lleva inoculado en la sangre es la poca vergüenza política”.
Esperemos que con la misma celeridad con la que condenó las palabras del empresario cordobés que aseguraba hace unos meses que en Cádiz “son muy graciosos pero no trabajan”, la Confederación de Empresarios de Cádiz y otras instituciones provinciales reprueben la maldita gracia de Pepe Blas. Tan poca gracia como Canal Sur, los ERE de la Junta y los cientos de millones de euros en fondos europeos derrochados para no salir del boquete.
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